TIGRES DE PAPEL
¿Por qué nos odiamos tanto?
No se puede amar aquello que no se conoce
Debates complejos y falsos dilemas
Sánchez, Feijóo y el Dios medieval
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Iniciar sesiónLa cercanía es una condición necesaria para el afecto. El prójimo es, literalmente, el próximo, el que nos queda cerca, el que está al alcance de nuestra vista y, sobre todo, de nuestro tacto. Por eso la intimidad consiste, literalmente, en reducir distancias. Esa es ... la causa por la que los amantes se tocan y se palpan, y el motivo por el que las palabras al oído generan consecuencias mucho más hondas e irreversibles que un grito desde un lugar remoto. No sé si Heidegger tenía razón cuando dijo que el humano es un ser de lejanías, ya que la humanidad se ejerce con aquello que tenemos a mano. Aunque es cierto que también solemos añorar todo lo que está infinitamente lejos. Incluso, o sobre todo, aquello que ya no está.
Otro filósofo, Emmanuel Lévinas, fue capaz de situar en el rostro la sede del imperativo ético más importante: no matarás. El contacto con el rostro ajeno nos presenta, de inmediato, una insalvable diferencia con quien se nos aparece como un otro que al tiempo nos avisa de su semejanza. Y en esa proximidad de una carne que, a pesar de ser materia, significa tantas cosas descubrimos ese imperativo que se impone bajo la condición de un ruego. Siempre he sospechado que un «no me mates» es algo demasiado mínimo, porque el rostro de cualquier persona lo que suplica es que la amemos. Todo rostro, el calor de unas manos o la morbilidad de cualquier carne, lo que está pidiendo es que no le hagamos daño. Que no volvamos a hacerle daño. Que dejemos de hacerle daño.
Dicen los soldados que la crueldad de la guerra se modificó según fue creciendo la distancia entre los combatientes. No es lo mismo matar cara a cara que disparar en la distancia. No es lo mismo reconocer y sentir la expresión del rostro de la víctima, que activar con un botón la letal descarga. Desde lejos todo resulta indiferente, que es tanto como decir irrelevante. Todos los matices valiosos comparecen a la vista en la proximidad, donde nos volvemos capaces de empatizar con el dolor y con la alegría ajena. Para saber que alguien es como nosotros necesitamos verlo de cerca, de lejos no podemos reconocernos y no se puede amar aquello que no se conoce.
No hay peor distancia que la que finge una falsa vecindad y el entorno digital o la dictadura de la imagen inauguran nuevas formas de crueldad a partir de esta cercanía falaz. Cada dispositivo digital es la puerta a una compañía frustrada ya que casi todos los dispositivos están pensados para un uso individual. Con el señuelo de un nuevo afecto generamos adicciones que nos aíslan hasta crear una nueva soledad, que es la antesala del peor dolor humano. El odio en las redes no tiene tanto que ver con el anonimato de quien nos insulta como con el desconocimiento de la temperatura y de la carne de aquel al que linchamos.
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