TIGRES DE PAPEL
La mediocridad como unidad de medida
La diabólica espiral justificativa que se inaugura mirando las vergüenzas del contrario es una práctica decepcionante y pueril
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Iniciar sesiónLos viejos sofistas se ganaron la vida enseñando que no existía algo así como lo frío y lo caliente, o lo seco y lo húmedo. Todo dependía del patrón de medida por el que se optara y en una célebre intuición Protágoras acabó por sentenciar ... que el hombre es medida de todas las cosas. Aquella antropometría todavía la reconocemos cuando medimos en pies o en pulgadas, y hasta que no nos dimos unos patrones compartidos nos resultó imposible mesurar de forma verdaderamente útil cómo son las cosas. Todas las cosas.
En política se ha instalado la funesta costumbre de medirse con el adversario, no a partir de los logros que deberían ser emulados sino a través de los defectos y los errores que enmarcan la linde de la mediocridad tolerable. Del mismo modo que un mal estudiante no se convierte en bueno por compartir pupitre con alguien que sea aún más zote, no existe práctica política que pueda legitimarse por los defectos del contrario.
En cierta derecha se empieza a extender una vocación de simetría defectuosa en la que los errores del que probablemente haya sido el peor Gobierno de la democracia deberían servir como patente de corso para seguir hocicando en nuevas prácticas innobles. Pedro Sánchez somos todos: si el PSOE tuvo a bien pactar con Podemos o ERC, el precedente de las Pam y las Monteros debería servir para legitimar los excesos del folclorismo voxero. Si el Partido Socialista mantuvo a Eguiguren en su sitio después de ser condenado por maltrato a su mujer, barruntan algunos, a ver por qué no podría haberse pactado en Valencia con Carlos Flores, igualmente sentenciado.
La diabólica espiral justificativa que se inaugura mirando las vergüenzas del contrario es una práctica decepcionante y pueril. Tiempo habrá, a lo largo de una legislatura, de que la derecha pueda hacerse perdonar su natural y e imperfecta humanidad. Sin embargo, comenzar el prólogo de lo que podría acabar siendo un Gobierno de la nación aliviándose la exigencia es, sin duda, un mal comienzo.
Una derecha razonable debería aspirar a medirse con la mejor versión de sí misma y no con el peor PSOE que hayamos visto. La política no es el arte de lo posible, como dicen los cursis, sino que debe reivindicarse como un arte consagrado al cumplimiento de un deber puro. Derogar de verdad el sanchismo pasaría por inaugurar unos estándares antagónicos de los que hemos visto blandir durante los últimos cuatro años. Nada se parece más a Sánchez que un Sánchez de signo contrario y si de lo que se trata es de cambiar el paradigma no bastará con cambiar el sentido de los vicios. Lo que urge es crear un nuevo marco en el únicamente impere la virtud. Y para eso, por cierto, todavía tendrían que ganar unas elecciones. O no perderlas.
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