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Desmantelando Frankenstein
Pedro Sánchez había dado pruebas más que suficientes de que es lo que los anglosajones llaman un 'fake'
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Iniciar sesiónEl 28-M se acabó el sanchismo, ese artilugio montado con piezas tan herrumbrosas como estrafalarias que Alfredo Pérez Rubalcaba, un químico con tanto olfato político como sentido del humor, bautizó con el nombre de Frankenstein, el monstruo que Mary Shelley inventó para asustar ... a niños y mayores. El 11-J a las 10 de la noche, en los estudios de Antena 3 Media, comenzó el desmontaje del hombre que lo había revivido, ante el asombro de millones de espectadores que no daban crédito a sus ojos y oídos.
Pedro Sánchez había dado pruebas más que suficientes de que es lo que los anglosajones llaman un 'fake', uno de esos tipos que va por la vida pretendiendo ser mucho más de lo que es. Le acompaña el físico apropiado para tal papel: guapo, elegante, amable, sabe alargar la mano con soltura a los hombres y besar castamente a las mujeres en las mejillas. Nada de extraño que propusiera no un debate, sino seis con el aspirante a su cargo en las próximas elecciones, Alberto Núñez Feijóo, que le aceptó uno, y todo el mundo lo entendió dándole como perdedor. Es más bajo, menos telegénico y cuantas veces habían debatido en el Senado, el presidente le había dado un baño. Seguro que imaginó iba a comérselo con patatas fritas y miradas al tendido pidiendo la oreja, como suele hacer, ante una muchedumbre de entregados.
Así empezó el duelo, con el presidente alardeando de cuantos éxitos ha tenido para bienestar de los españoles y asombro de los extranjeros. No recuerdo si de entrada anunció que ganaría las elecciones, pero que lo dio a entender seguro. Lo malo para él era que no estaban en el Senado, al amparo de un socialista que le permitía explayarse lo que le diera la gana, sino en un plató de televisión, con las intervenciones cronometradas y cuando su interlocutor, tranquilo, pausado, sin alzar la voz fue desmontando, una tras otra las exageraciones, infundios e incluso falsedades que había dicho, su cara cambio y sus gestos se hicieron cada vez más agresivos. No sé si alguno de los cientos de consejeros que dicen que tiene le había advertido de la primera regla de estos debates: en televisión nunca hay que mostrar agresividad, por cabreado que estés. El espectador, en el sofá, lo tomará como contra él. Lo máximo que se admite es la ironía, pero Sánchez no sabe ni lo que es. Él se limita a pintar de colores y prometer la felicidad que vendrá con su gobernanza. Le sacas de ahí y patina. El debate se hizo cada vez más bronco, más áspero, sobre todo por su parte. Hay un detalle que lo retrata: en la primera pausa para publicidad, mientras Feijóo se quedó sentado revisando sus papeles. Sánchez se marchó a consultar a su asesores, señal de que los necesitaba. Pero nada cambió. Bien al contrario, se agrió. Feijóo tuvo el gesto de ofrecerle un compromiso: que aceptasen ambos la victoria del otro. Pero ni recogió el papel. Dicen que tiene nueve vidas como los gatos. Las va a necesitar todas.
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