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siempre amanece

La noche en que vimos pasar a Carlos Sainz

Más española que Carlos era la envidia que Carlos despertaba y que se transformó en el tópico sobre la mala suerte que le rodeaba

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Cayendo la noche en un bosque de Suecia, desde una cuneta en la que unos tipos medio trompa se cocinaban salchichas al fuego clavadas en un palo, vimos pasar a Carlos Sainz. Se aparecieron de pronto los faros entre la penumbra como los ojos ... de un gato gigante y rabioso, y el coche cruzado en una suavidad que por contraste con el ruido del motor resultaba casi erótica, casi silenciosa en trazos largos de los que el hielo era el lienzo. De vuelta al coche se hizo de noche y el frío hizo el resto. Seguíamos un camino por el que unos noruegos llevaban arrastrando sobre la rama de un pino a un colega que se había roto el fémur y se reía mucho por efecto de la trompa a 35 grados bajo cero. Dejamos de hablar: supongo que estábamos muriendo de frío y de satisfacción por nuestra victoria polar de ver pasar a Carlos envuelto en su onda expansiva de hielo, luz, ruido y gasolina.

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