siempre amanece
La noche en que vimos pasar a Carlos Sainz
Más española que Carlos era la envidia que Carlos despertaba y que se transformó en el tópico sobre la mala suerte que le rodeaba
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Iniciar sesiónCayendo la noche en un bosque de Suecia, desde una cuneta en la que unos tipos medio trompa se cocinaban salchichas al fuego clavadas en un palo, vimos pasar a Carlos Sainz. Se aparecieron de pronto los faros entre la penumbra como los ojos ... de un gato gigante y rabioso, y el coche cruzado en una suavidad que por contraste con el ruido del motor resultaba casi erótica, casi silenciosa en trazos largos de los que el hielo era el lienzo. De vuelta al coche se hizo de noche y el frío hizo el resto. Seguíamos un camino por el que unos noruegos llevaban arrastrando sobre la rama de un pino a un colega que se había roto el fémur y se reía mucho por efecto de la trompa a 35 grados bajo cero. Dejamos de hablar: supongo que estábamos muriendo de frío y de satisfacción por nuestra victoria polar de ver pasar a Carlos envuelto en su onda expansiva de hielo, luz, ruido y gasolina.
En el hotel de Karlstad servían vino caliente y unos gintonics cortitos y eficaces. Tocaban versiones de Abba dos rubios gordos con esmoquin de tigre. Luis Moya bautizaba a todas las camareras como Maite, hacía trucos de magia con una moneda y se preguntaba retóricamente «¿Quién tiene miedo desde que hay hospitales?». Celebramos la vida hasta perder el avión, condujimos 500 kilómetros sin dormir entre la nevada y bebimos Valdepeñas en un resacón enorme, extenso y duro, como Laponia.
La leyenda sueca Stig Blomquist, al que muchos consideraban entonces el mejor piloto de la historia, dijo esa noche que el mejor piloto de la historia era 'Carlos'. Así, sin apellido, se referían a él en el mundillo, como si Carlos solo hubiera uno, este: Sainz. En España le tenían cierta manía y ajustaban con él una cuenta que siempre se me hizo incomprensible por absurda, por injusta, esto es por española. Más española que Carlos era la envidia que Carlos despertaba y que se transformó en el tópico sobre la mala suerte que le rodeaba y que se celebraba mucho en este país en el que hay empadronados un buen número de hijos de puta.
Si hubiera contado chistes, si hubiera sido cojo, feo, si acaso hubiera sido pobre, si al menos hubiera ido por ahí dando la turra con mensajes de autoayuda, lo hubieran querido más, pero el suyo siempre ha sido un ganar sin aditivos, pena ni lecciones. Tuvo que aguantar el cachondeíto del «trata de arrancarlo» y el recochineo cuando quedaba segundo porque se le rompía el turbo o le sucedía alguna calamidad de la que sus enemigos disfrutaban mucho siendo uno de los mejores deportistas que había dado este país. Cuatro Dakar han tardado en rendirse sus enemigos y yo me estoy acordando de la tarde en la que lo vimos pasar hace más de 20 años, serpenteando sobre el hielo de la etapa especial de Frediskberg. Parafraseando a Didier Auriol, Carlos era joven y rápido. Ahora solo es rápido.
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