siempre amanece

En favor de Arévalo

Los raros éramos los demás, los perfectos, aburridos y bobos, pero esto no se entiende ahora porque en general no se entiende nada

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Se ha muerto Paco Arévalo y por mi Españita desconsolada van penando como huérfanos los gangosos y los tartamudos. Yo creo que, si fuera gangoso, preferiría vivir en un chiste de Arévalo que patologizado en algún temario de un curso del Ministerio de Igualdad, ... convertido en enfermo, discapacitado y convencido por alguien de los monasterios del Gobierno de que todo el que haga comentario o siquiera preste atención a mi defecto en el habla, ejerce sobre mí violencia y agresión.

Me quedo con los tartajas, los cojos y los gangosos de los chistes de Arévalo, pues mediante el humor se normalizaban y eran uno más, y no vivían en esta consideración de discapacidad obligatoria que se les impone bajo no sé qué fuerza. Arévalo hacía chistes con ellos convirtiéndose en tartamudo él mismo y en lo que antes se llamaba mariquita y en sus historias, eran los tartamudos, los gangosos y los mariquitas los que se salían con la suya: 'hackeaban', se dice ahora. En realidad, los estaba dignificando como gente que, pese a los estereotipos y el desprecio, que los había, conservaban su manera de ser, de conducirse por el mundo y de salir victoriosos por sí mismos. Los raros éramos los demás, los perfectos, aburridos y bobos, pero esto no se entiende ahora porque en general no se entiende nada.

En un autobús en Cádiz una mujer me contó que venía de limpiar casas, que tenía una hernia, un hijo drogata y otro muerto por el jaco, y que le pegaba el marido, y me lo contó como el que cuenta un chiste. Se reía de su propio destino, que es la manera que teníamos los españoles de torear lo que viniera. El sentido del humor nos hacía diferente a otros pueblos y nos convertía en españoles más que los toros, la paella y el flamenco. Los chistes nos hacían invencibles en nuestra manera de enfrentar el mundo, así que los antiespañoles nos arrebataron el sentido del humor. Ahora para bregar con la desdicha solo nos quedan Nadia Calviño y algunos cocineros con estrellas Michelin.

Arévalo era un torero, puesto que heredó los códigos de los espectáculos del Bombero en los que participaba con su padre. La del enano torero es otra dignidad prohibida, y eso que yo veía más empoderado a un acondroplásico toreando un novillo que penando por ahí para que le den una paga. Siempre es mejor dar risa que pena. En realidad, toda la tauromaquia es un chiste alrededor del toro, que es la muerte, lo salvaje y el infortunio que rodeamos mientras bailamos, reímos y osamos concebir la belleza y la sonrisa. Por eso, cuando se muere un torero se rompe un espejo en el que mirarse y también pasa cuando se muere un humorista, puesto que perdemos capacidad de reírnos de nuestra desgracia y nos invade la seriedad, la gravedad y este parecer correctísimos y taciturnos idiotas.

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