ANTIUTOPÍAS
Modernidad trasatlántica
El creacionismo chileno se convertía en el ultraísmo español, y este se embarcaba hacia Buenos Aires
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El flanco débil de Maduro
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Iniciar sesiónLa placa que se observa en el número 6 de la plaza de Oriente no es sólo un recuerdo del año remoto, 1918, en que el poeta chileno Vicente Huidobro fijó su residencia en Madrid. Es mucho más que eso. Es una pista, una ... prueba de la íntima colaboración que se dio entre poetas españoles y latinoamericanos para encarar la renovación cultural que los nuevos tiempos modernos imponían a los creadores de todo el mundo. Desde los tiempos de Rubén Darío, sobre todo desde su segundo viaje a España en 1898, la relación y el interés por lo que hacían los creadores de las dos orillas del Atlántico se habían agudizado. La generación del 98 recibió el influjo renovador del nicaragüense y de su modernismo, y Rubén Darío sintió el llamado de una tradición y de un legado; un sentimiento de pertenencia a una comunidad más grande, no sólo la americana sino la hispana, cuyo reencuentro y unidad reclamaría más tarde en sus poemas.
Pero lo que vino después fue aún más determinante para sellar ese pacto creativo y modernizador entre americanos y españoles. Huidobro llevó a Madrid el creacionismo y la idea de que el poeta no debía copiar la realidad sino crearla, y ese principio estético fue determinante para que Rafael Cansinos Assens se arriesgara a inventar el ultraísmo. Los contagios entre poetas de aquí y de allá daban sus primeros frutos vanguardistas. El creacionismo chileno se convertía en el ultraísmo español, y el ultraísmo español se embarcaba poco después en las maletas de Jorge Luis y Norah Borges hacia Buenos Aires. Era un viaje de ida y vuelta. Cansinos Assens contagió a Borges con la fiebre vanguardista, y el argentino esparció entre quienes frecuentaban las tertulias de Buenos Aires las noticias de lo que ocurría en España. Eso fue la vanguardia en español, un virus trasatlántico.
En Barcelona, el uruguayo Joaquín Torres-García también se impregnó de modernidad y simbolismo, participó en el 'noucentisme' catalán, y luego, con su compatriota Rafael Barradas, inventó el vibracionismo. En sus cuadros quedaron los reflejos de la ciudad, su movimiento y sus ecos vitales, y ese mismo impulso resonaría en el poeta barcelonés Joan Salvat-Papasseit, y más tarde, gracias a uno de sus poemarios, en el estridentista mexicano Maples Arce. Ida y vuelta, estaba claro. Los artistas de aquí y de allá hacían parte de una misma cofradía, la de los adoradores de lo nuevo y sus valores –el dinamismo, la simultaneidad, la experimentación–, que apostó ferozmente por la modernización de la cultura hispánica. El resultado de este empeño se puede ver en la exposición 'Vanguardias literarias trasatlánticas del siglo XX', curada por Juan Manuel Bonet y José Ignacio Abeijón con los documentos de la colección López Tricquel, inaugurada ayer en la Casa de América de Madrid. Allí, en esos libros impresos en Barcelona, Lima o Buenos Aires, se encuentra otra pista, otra prueba, de una relación cultural no siempre evidente, no siempre valorada, pero de enorme riqueza, entre América Latina y España.
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