EL BATALLÓN

Benditos jueces

Son la última línea de defensa del Estado democrático tal y como lo conocemos y los únicos que pueden frenar este caminito a la autocracia

Epistolas petrinas

Cacareo en sede vacante

Mientras Puigdemont y la alcaldesa de Sabadell gimotean por la OPA a un banco hoy por hoy alicantino cuya propiedad está en los aledaños de Wall Street y no en el barrio barcelonés de Les Corts, España aguanta la respiración hasta ver qué suerte corre ... RTVE (que en realidad es quien compite en Eurovisión) con la canción Zorra, un truño musical que está generando casi el mismo debate –entre lo efervescente, lo comprometido, lo neonormativo y lo milonguero– que lo del BBVA y el Sabadell. Aquí el personal se distrae con el vuelo de una mosca cuando desde hace años tiene al elefante en la habitación, ocupando cada vez más espacio en lo que debería ser la casa (más o menos) de todos pero que ha sido tomada paquidérmicamente por ese sanchismo que, balleta en mano, da friegas de Zotal en cada rincón, frota que te frota, quitando las presuntas manchas del fango de la 'fachosfera' y otras paparruchas ideadas por el nuevo régimen para dar algún apresto de «regeneración democrática» a tal adefesio político. Hablamos de régimen, sí, pues semejante ocupación de las instituciones, organismos, resortes y contrapesos (casi hasta el aire) del sistema tiene un innegable aroma a eso que siempre se ha conocido como «autocracia de pensamiento único y estacazo al disidente».

De ahí el penúltimo empellón de hace diez días de 'Pedro enamorado' contra los jueces y la prensa, la del otro lado del Muro, claro, porque la de su lado no para de hacerle la ola con delectación («te queremos, presi» en RTVE). Porque jueces y periodistas no adictos son ya el único reducto por donde no ha pasado el rodillo. Se ha visto esta semana con el nuevo y contundente pescozón del Tribunal Supremo a García Ortiz, que, sentencia a sentencia, ya casi da lástima verlo del palizón que lleva en el cuerpo la criatura por su querencia a saltarse la ley, especialmente en su intento de promoción a Dolores Delgado, a la que los magistrados del Supremo le están amargando su fiesta-nupcial en la finca de Enrique Ponce con 'Balta', aquel que en su día fue juez y al que otros magistrados (también del Supremo, siete de siete que formaban el tribunal) le expulsaron de la carrera por prevaricar. Al final, el círculo tiende a cerrarse.

De ahí el empeño de Sánchez por controlar lo que ocurre en los tribunales, sabedor de que los jueces son los únicos que pueden complicarle el propósito de instaurar un régimen nuevo donde no cabría (al menos) media España, una especie de colonia política, feliz arcadia de la progresía, que vaya del uno al otro confín, Telefónica a las Salesas pasando hasta por el Hipódromo. ¡Todo! Y de ahí el rescatar la idea de que sean los fiscales los que instruyan, en detrimento de los jueces, que te pueden salir rana los muy fachas y sentar en el banquillo y condenar, por ejemplo, a dos presidentes del PSOE (ya saben, 'cientoypico' «años de honradez») por corrupción. Y de ahí también el sepultar los tribunales bajo la trampa de la amnistía; contra esa carcunda con puñetas, soluciones 'imaginativas'. Los jueces son la última línea de defensa del Estado democrático tal y como lo conocemos. Benditos sean.

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