casa de fieras
Un loquero que nos salve
Ahora preferimos hablar con una pantalla en vez de que con un amigo
Moderadamente idiota
Antes pan, ahora clonazepam
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónUna risa es mejor que una pastilla; una carcajada, un blíster sin receta médica. La amistad nos cura de forma inmediata. Hemos dejado de socializar porque ahora preferimos hablar con una pantalla en vez de que con un amigo. Y los que vienen detrás ... no es que sean de otra generación, –que también–, sino que están condenados a no ser más que una pena con patas y brazos.
Nosotros tuvimos la suerte de salir a comernos el mundo. Ahora el mundo viene en forma de notificación y el wifi es el refugio donde esconderse. Cuando necesitábamos hablar con una chica, compartíamos el miedo y la duda con nuestros amigos, tomábamos una caña y rompíamos a decir bobadas escondiendo la mirada. Ahora se liga en aplicaciones que facilitan mojar rápido y secarse pronto. Los jóvenes pasan de comprometerse porque todo es inmediato, especialmente el hartazgo. La monotonía es el enemigo de quienes no tienen bastante con tenerlo todo. La queja se ha convertido en modo de vida. Y entre todo este barullo, los psiquiatras se forran porque su recurrente es otra publicación que no ha tenido el mínimo de 'likes' que necesita el paciente.
Un amigo de verdad no lleva bata ni diploma, pero sabe más de tu alma que todos esos con títulos colgados, mirada hueca y firma facilona. Su consulta es la mesa del bar, su receta una cerveza fría y una charla sin filtros. Un amigo escucha sin cronómetro, diagnostica sin juzgar, y regala risas en dosis industriales. Además, es el mejor psiquiatra pues no cobra por sanarte porque entiende que a veces lo que uno necesita no es terapia, sino alguien que le aguante cuando se le viene el mundo encima. Un amigo sabe cuándo callar y cuándo soltar el chiste que rompe el drama en mil pedazos.
Si lo piensan, seguro que han visto a alguno curar tristezas con una broma o levantar muertos de aburrimiento con un «venga, no me jodas». Si existiera justicia, tendría una placa en la esquina del bar: «Aquí pasa consulta el doctor de las penas cotidianas». Porque lo suyo no es ciencia, es instinto. Leen la tristeza como otros leen los labios, y entienden que la locura se combate con abrazos, no con ansiolíticos. Mientras otros venden terapia por minutos, un amigo regala horas sin mirar el reloj.
Pero todo esto no sirve de nada si no tienes a quien mirar a los ojos, si no quedas con él, si no le cuentas. Para eso el teléfono sobra; para eso molesta. La amistad no se gestiona con videollamadas, no cabe en una pantalla, no entiende de mensajes. La amistad de forja en la decepción y en la presencia, en el gesto de quedarse cuando los demás ya se han ido. No necesita filtros ni emojis, solo tiempo y ganas de compartirlo. La única forma de crear arraigo es socializando; esa cosa que hacíamos cuando nada dolía y que hemos apartado por un tipo que nos receta, pero no nos escucha. Quien tiene un amigo, tiene una forma de salvarse.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete