casa de fieras
El don de la inmortalidad
La literatura de Ray Loriga es verdad aunque cuente mentiras
Jándalos y la ruta del Dorado
Mi mejor amigo, Yo
Ray Loriga es uno de los mejores escritores de este país. Su última novela, ‘Tim’, ha vuelto a situar al escritor madrileño en ese lugar reservado a los inmortales, a los que manejan el don de la perpetuidad a golpe de prosa. La novela es ... un experimento, un artefacto literario en forma de monólogo interior que discute entre su yo y la percepción de lo que hay fuera de su cama, que es el mundo que te toca, te roza y te acaba doliendo. Escribe desde la decepción o la torpeza, pero siempre desde un interior que ha venido a preguntarse qué hacemos aquí después de todo lo que hemos andado. Desconfía de sus recuerdos, duda de todo lo que percibe mientras se enfrenta a lo verdadero, aunque siempre en guardia porque hasta los propios recuerdos corren el riesgo de inventarse, ya sea por conveniencia o porque los seres humanos nos curamos las heridas idealizando cosas que, en realidad, no pasaron. Pero de nuevo ha escrito un libro que es una reflexión a la contra de lo que escribe el resto. De todos esos que soñarían con ser Ray Loriga pero que se lo impiden un sinfín de contradicciones que han venido para quedarse.
Ray es un escritor a secas. Su día a día consiste en mirar a todos los lados, robando detalles que al resto nos parecen menores. Podría decirse que la literatura de Ray es verdad aunque cuente mentiras, porque lo importante no es lo que dice sino cómo lo dice. Se construye desde una prosa afilada, con frases cortas que no necesitan adjetivos ni yuxtaposiciones. Son un conjunto de palabras adecuadamente colocadas en su sitio y que no tienen otra pretensión que ser honestas consigo mismo, algo al alcance de los escritores de verdad.
Sucede que no solemos estar en el momento adecuado. Es una casualidad que el mundo esté esperando ese libro que aún no has escrito o que lo hagas en el momento adecuado. Hay demasiados intereses de por medio que nos dejan fuera de esas decisiones. Cuando se apostaba por la calidad del autor, cuando gigantes de la talla de Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, José Donoso o Carlos Fuentes, tuvieron la fortuna de su tiempo, el mundo de los escritores era universal gracias a su prosa y a Carmen Balcells, aquella agente literaria que convertía en oro a cualquiera de sus representados. Todos estos autores escribían para ellos mismos. Se lo pudieron permitir. El problema de hoy es que escribimos aterrados por un qué dirán, por si es o no políticamente correcto o según las métricas de quiénes compran libros sobre algunos temas que no ofenden a nadie.
A Ray todo eso le importa un bledo porque es un escritor que entiende la literatura como una forma de vida. Una en la que solo merece la pena teclear para uno mismo, para entender lo que se nos escapa o para contar lo que le da la gana. En un tiempo de canallas y cobardes, éste que depende de con quien te sientas en la mesa para recibir premios o reconocimientos, tener a Ray Loriga cerca es un regalo. No dudes, Ray, que tú y tu prosa tenéis el don de la inmortalidad.
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