Algo trae el potomac

La próxima crisis

«Siempre ha sido así con las crisis financieras: van haciendo su labor de zapa calladamente hasta que un buen día, con cualquier detonante, acogotan todo el sistema»

Se está cocinando una nueva crisis financiera por culpa de errores graves que se han ido acumulando en Estados Unidos y en parte de Europa desde hace una década. El más importante de los cuales es, otra vez, un endeudamiento enfermizo. Ya no son las ... hipotecas, pero hay síntomas de la misma enfermedad en otras áreas.

El populismo monetario (tipos de interés artificialmente bajos) tiene consecuencias. Una de ellas ha sido el aumento elefantiásico de la deuda de las empresas norteamericanas. Independientemente de cómo las empresas estadounidenses han utilizado su acceso al crédito barato (muchas simplemente lo han empleado recomprando sus propias acciones en la Bolsa), el resultado es un nivel de deuda agudamente peligroso en el corazón de la economía. La deuda de las empresas ha alcanzado los 10 billones de dólares, lo que significa que es un sesenta por ciento más alta que hace una década. Su tamaño equivale a aproximadamente la mitad del tamaño de la economía de Estados Unidos.

Esto no es grave, dirán algunos, ya que las agencias de calificación otorgan por ahora el grado de inversión a gran cantidad de empresas muy endeudadas. Pero, ¿no fue ese también el caso de la deuda hipotecaria antes de que estallara la burbuja en 2007/2008? La mitad de la deuda a la que hoy Standard & Poor otorga el grado de inversión está en este momento en la frontera con el bono basura, pues recibe la calificación más baja de la escala saludable. Un total de 3 billones de dólares de deuda están en esa situación, columpiándose sobre el abismo. Las deudas de estas compañías pueden ser degradadas a la categoría de bono basura en cualquier momento.

Casi la mitad de los bonos de las empresas norteamericanas deberán refinanciarse antes de 2023, el año en que vencerán. Muchas compañías no podrán refinanciar su deuda porque su situación financiera ofrece a los bancos poca garantía de que la pagarán. El tamaño de la deuda en relación con los beneficios que generan estas compañías es mucho peor de lo que era antes de la última crisis financiera y se acerca al nivel que había en vísperas de la burbuja de las «puntocom» en 2000. Una vez que las compañías cuya deuda está en la categoría más baja sean degradadas y sus bonos pasen a ser basura, los fondos de pensiones y otras instituciones cuyas reglas no les permiten invertir en empresas sin grado de inversión querrán vender masivamente esos bonos. No se necesita ser Casandra para prever que no habrá muchos compradores dispuestos a hacerse con los bonos que estos inversores tendrán que poner en venta de la noche a la mañana, lo que a su vez provocará un colapso en los precios. Por no mencionar que la dificultad para refinanciar sus deudas traerá graves problemas a muchas empresas con compromisos excesivos.

Estas realidades que vienen incubándose desde hace tiempo están ocultas bajo de la superficie de una economía estadounidense bastante dinámica que crece 3,2 por ciento y exhibe cifras de desempleo extremadamente bajas. Siempre ha sido así con las crisis financieras: van haciendo su labor de zapa calladamente hasta que un buen día, con cualquier detonante, acogotan todo el sistema.

El hecho de que la inflación haya sido moderada en los últimos años no significa que toda la creación de dinero artificial no haya tenido consecuencias. Las ha tenido en zonas oscuras (oscuras para el gran público, como lo eran las de las finanzas hipotecarias antes del estallido) pero todo indica que no permanecerán en la penumbra mucho tiempo más.

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