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L. H. Oswald vive
Nada más lejos de mi ánimo que atribuir a desequilibrio mental la orgía de crímenes o a una causa política o racial
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Iniciar sesiónLee Harvey no murió en Dallas en noviembre de 1963, tras haber asesinado al presidente Kennedy, sino que aún vive. No sólo vive, sino que se multiplica a lo largo y ancho de Estados Unidos, esparciendo su furia y odio alrededor sin otro sentido que ... el de deshacerse de los demonios que le atormentan. Los dos últimos L. H. Oswald han sido Patrick Crusius y Connor Brett, que en sendos ramalazos de violencia, el uno en El Paso, Texas, el otro en Dayton, Ohio, se llevaron por delante a 22 y 9 vidas, respectivamente, más docenas de heridos, sin conocer a la inmensa mayoría. De su locura criminal habla que entre las víctimas del segundo estaba su propia hermana. ¿Qué les une a Oswald? Pues bastantes cosas. Son jóvenes, con problemas de contacto con los demás, solitarios por tanto y propicios a la violencia, lo que les trajo roces con la ley. Posiblemente se sentían, más que incomprendidos, infravaluados, «alguien que aprende rápido, ansioso de destacar académicamente», se definía a sí mismo Connor, que trabajaba en un restaurante. Que, con 17 años, hiciera la lista de «condiscípulos a los que quisiera matar y de condiscípulas a las que quisiera violar» advierte de su frustración. Por su parte, a Patrick le describen cuantos le conocían como «irritable y explosivo», lo que no hace falta ser psicólogo ni psiquiatra para clasificarle de resentido contra el mundo y los demás. Únanle la facilidad de obtener armas en Estados Unidos, y no armas cualesquiera, sino de combate, capaces de disparar decenas de proyectiles por minuto, y tendrán una combinación explosiva. Y tampoco hace falta ser un experto para decir que nunca debieron caer en sus manos.
Que Oswald era asocial por naturaleza lo confirma que tras ser incapaz de adaptarse a la sociedad en que había nacido se fue a la Unión Soviética, para ocurrirle lo mismo, regresando a USA para terminar matando a su presidente. Era, hace años, el rasgo característico de estos resentidos: buscar pasar a la historia en la estela de un personaje. Le ocurrió también a John Lennon, asesinado en 1980 por un joven admirador frente a su casa y estuvo a punto de ocurrir a Reagan. Últimamente estas bombas andantes no se conforman con llevarse consigo un personaje, sino que causan una auténtica masacre. Nada más lejos de mi ánimo que atribuir a desequilibrio mental su orgía de crímenes o a una causa política, o racial, como suelen invocar. Son conscientes de lo que hacen y conocen las consecuencias. O sea, plenamente responsables del daño que causan e incluso hay psiquiatras que ven un «deseo de muerte», a manos de la policía, al ser incapaces de suicidarse y que sea ésta quien los mate. Sin llegar a tanto, de lo que estoy seguro es de que la explicación de la Asociación del Rifle, adoptada por Trump, «no matan las armas, sino quien las utiliza», no se sostiene, porque si no fuera tan fácil en Estados Unidos conseguir un fusil de asalto, no tendríamos tantos multiasesinatos cada poco.
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