Tribuna abierta

La genuflexión de Occidente

Me temo que la horda no tire las del esclavista Jefferson; es el presidente más parecido a ella

Martín-Miguel Rubio Esteban

La nueva moda de prosternación, genuflexión, proskýnesis neoalejandrina o vasallaje psicológico ante otras razas distintas a la del hombre blanco caucásico, cuyo crimen imperdonable es haber sido el gran protagonista de la Historia Universal en los últimos cinco siglos, hasta el punto de que hoy ... no hay rincón en el mundo al que no haya llegado su mundivisión dominadora, la mundivisión indoeuropea, es un tipo de locura de masas, basada en una reiteración de propaganda falsa, para nada nueva.

Es así que las víctimas judías con menos fuerza moral en los campos de exterminio nazi llegaron a sentir admiración antes sus verdugos arios, y está perfectamente registrado en numerosos libros y testimonios que llegaban a sentir que aquellos asesinos nazis malnacidos eran en realidad dioses. El desprecio infinito y el maltrato brutal y sistemático hace que en la víctima nazca una segunda naturaleza que justifique su infinito sufrimiento. Grandes psicólogos, como Viktor F. Frankl o el izquierdista Frantz Fanon, ya han intentado explicar estas aberraciones morales o psicológicas que de vez en cuando estallan en la Humanidad como terribles epidemias del alma, bajo situaciones de gran stress mental debido a una propaganda irracional pero intensa y continua.

No es extraño que con el Sínodo de la Amazonía, bajo el pilotaje del peor Papa que ha existido en los últimos cinco siglos de la Iglesia, en que se declara el alucinante aserto de que los indios aún no descubiertos no tenían pecado original , haya blancos que besen los pies de negros y negras como haciéndose perdonar su infame pecado original. Se supone que las personas de color que vivían en África tampoco tenían pecado original antes de la llegada de los cazadores de hombres y mercaderes de esclavos —casi siempre musulmanes, tal como llegó a constatar el propio Julio Verne—. Esta locura de última hora, y moda, se explica perfectamente. A mí no me parece mal que haya personas que sus pulsiones sexuales les lleven a besar los pies de mujeres de color. Allá cada uno en estas cosas de placeres íntimos. Pero que se haga por razones morales o políticas es del todo punto nauseabundo. Porque en realidad este antirracismo de las hordas se está convirtiendo en un racismo campanudo, como la venganza milenaria de la cultura Nok frente a la civilización indoeuropea, a la que, por cierto, ya pertenece el mundo entero, hasta la misma África.

El 6 de diciembre de 1865 los EE.UU. aprobaron la Enmienda (Amendment) Décimo Tercera , que prohibía la esclavitud y la servidumbre involuntaria, excepto como castigo por haberse cometido un delito probado, tras haber sido juzgado debidamente con todas las garantías procesales. Esto es, los únicos que no viven en libertad en una Democracia son los delincuentes. Pues diríase que estas nuevas hordas de hoy lo que pretenden es que tampoco se restrinja la libertad a los criminales, que se destruyan las cárceles, y que también los asesinos vivan libres sobre los cadáveres de sus víctimas, que eso es el progreso de la horda, con toda su inconmensurable incivilidad. Aunque el espíritu de la gran Revolución Americana se ha ido desarrollando a través de las Enmiendas a la Constitución, el alma de la Enmienda 13ª ya estaba latente en el origen de la Revolución, cuando leemos las contundentes invectivas que ya en 1786 Alexander Hamilton, uno de los «Founding Fathers» más importantes, lanzaba contra «la perversa, inhumana, repugnante y corrupta práctica de la esclavitud, opuesta al mínimo sentido de la Justicia, e impropia de un pueblo libre e ilustrado».

Además de Hamilton y su mujer Eliza, que militaba en una sociedad de mujeres abolicionistas, el presidente John Adams denunció moralmente la esclavitud como un «foul contagion in the human character», pero temiendo el levantamiento de los estados del sur no la prohibió en esos estados. El propio Washington, que había tenido esclavos, terminó por emancipar a todos , e incluso los apoyó con dinero para montar sus propias granjas. El pálido e introvertido presidente Madison llamó a la esclavitud «the most oppressive dominion ever exercised by man over man». John Jay creía firmemente que a menos que América adoptara la abolición de la esclavitud «todas sus plegarias al cielo por la libertad serían impías». Los grandes proesclavistas de la Revolución Americana, y también «Founding Fathers» fueron el artrítico Benjamin Franklin, que se lucraba con la compraventa de esclavos, y, sobre todo, Thomas Jefferson, quien tuvo un ejército de hijos con sus esclavas. No voy yo desde aquí a animar a arrojar de su pedestal a ninguna estatua humana, pero tirar las estatuas de Franklin y Jefferson tendría alguna razón, y las de Churchill o Colón ninguna. Me temo que la horda no tire las del esclavista Jefferson; es el presidente más parecido a ella .

¿Qué sola línea escribió Indro Montanelli que tuviera el más leve cariz racista, cuando toda su obra periodística y sus Personajes son toda una defensa cerrada de la democracia liberal? ¿No describió con duras y terribles palabras implacables al gran poeta nazi vencido, Hans Johst? El movimiento Antifas sufre el mismo grado de bárbaro fanatismo que el racismo.

Martín-Miguel Rubio Esteban es escritor y Doctor en Filología Clásica

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