notas marginales
Elecciones universales francesas
El petulante de Macron ha logrado salvar(nos) los muebles siquiera por haberse abonado al hirsutismo
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Iniciar sesiónVíctor Hugo se crio un par de años en Madrid. Una parte de su paisaje de infancia transcurrió en el hoy desaparecido Palacio Masserano, situado en una calle tan castiza como la del Clavel, aledaña a una Gran Vía que por entonces no existía. Su ... padre, un general de Bonaparte, reunió a la familia durante la guerra de la Independencia por orden de José I, renuente a que la milicia estuviera separada de la parienta y su prole. Al rey le dio igual que José Leopoldo Hugo se llevara a matar con su esposa. A los seis meses, Sofía Trebuchet, madre del futuro escritor, regresó a París. Víctor Hugo acudió al colegio de los Escolapios. Siempre guardó un gran recuerdo de su estancia matritense, y mucha de esa experiencia es rastreable en su obra literaria, parte esencial de la fragua identitaria francesa.
Francia es un país canónico, forjado a partir de una recua de elementos muy claros -tradición, humanismo, liturgia, principios igualitarios, laicismo, liberalismo...- que, junto a una serie de iconos culturales entre los que el autor de ‘Los Miserables’ descuella como pocos, se han revelado relativamente fiables en su convulsa historia. Al fin y al cabo, el muñidor de la tan traída ‘grandeur’ gala fue alguien cuyo sentido de pertenencia tuvo que trabajarse a diario, para convencerse él mismo de que su origen periférico suponía una razón más para convertir un reino en una nación vertebrada por un código civil.
De algún modo, el país ha venido transitando sobre una agonía titánica entre la defensa de sus principios mediante la aplicación del cordón sanitario representado por sus valores y las recurrentes intentonas de implosionar un modelo muy tasado, ya fuera mediante la irrupción de apologetas del antisemitismo (Céline), de colaboracionistas vergonzantes como Pétain o de los carniceros amorales que diseñaron la oprobiosa descolonización de Argelia.
Ayer, el desastre rozó, de nuevo, el larguero. Macron, un petulante sistémico que se cree Talleyrand, ha oficiado de dique para mantener ese equilibrio que interesa más allá de Perpiñán. Aunque para ello haya debido abonarse al hirsutismo.
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