Un film para estos tiempos

«Hay un asunto hondo en nuestros días: la rebelión del individuo contra todas las formas que han inventado la ideología, la sociedad y las modas para sofocar su fuego»

Florian Henckel von Donnersmarck ha creado otra obra maestra, o poco menos. Se titula «Werk ohne Autor» (no entiendo por qué en España le han puesto el perezoso título de «La sombra del pasado»: la traducción literal era perfecta y encierra una clave).

La sensibilidad ... de un joven artista, Kurt, atraviesa la secuencia atroz de la Alemania del siglo XX: el nazismo, la destrucción de su ciudad y su familia, el comunismo, la partición. Experimenta, además, ese misterioso, escalofriante destino de los ciudadanos de un país marcado por la violencia masificada que consiste en que cualquier vínculo (en su caso su romance y matrimonio con Ellie, estudiante de diseño de modas) puede imbricar las vidas de las víctimas y de los victimarios sin que lo sepan. Es el caso de Kurt, cuya cercana tía y mentora fue asesinada, siendo él niño, por el programa de eugenesia de los nazis contra los seres «defectuosos» y de Ellie, cuyo padre participó directamente en esa política en el Dresden de entonces.

Todos los sistemas por los que pasa Kurt quieren regimentar su vocación, imponerle una visión políticamente instrumental del arte. También en la Alemania libre, adonde huye, tiene dificultad para encontrar su propia voz artística, ya no por imposición totalitaria sino por la prevalencia de unas modas pretendidamente vanguardistas que tienen mucho de happening y poco de arte, y, por supuesto, por su propia incapacidad para transformar esa acumulación de experiencias que han ido abriendo una herida profunda en su sensibilidad, en una creación propia, auténtica. Hasta que, por fin, lo logra gracias a uno de esos momentos intuitivos que hacen brotar el genio. Kurt encuentra en una modalidad determinada la manera de transformar sus heridas en arte: la copia de fotografías en blanco y negro de seres a los que su dolorosa experiencia personal lo remiten y que difumina apenas con una brocha gorda.

No sabremos nunca, por la ambigüedad magistralmente manipulada del film, si Kurt descrubre el secreto de su suegro y la conexión espeluznante con su propia infancia, o si el cuadro en el que pinta a su tía y al padre de su mujer nos habla más bien de una coincidencia, una intuición genial, pero no de una venganza.

Es un film en clave de siglo XX. Pero también, me permito sugerir, de siglo XXI porque es una exaltación del individuo frente a todas las formas de colectivismo que lo limitan, inhiben y hieren. Sobreviven hoy muchos regímenes opresores y costumbres medievales donde la sensibilidad de un artista pasa todos los días por lo que atraviesa el Kurt de la ficción (vagamente inspirado, por cierto, en Gerhard Richter); pero también en Occidente padecemos, con los siniestros populismos de izquierda y derecha, la dictadura de la corrección política en la academia, la política y los medios de información, y las campañas de estupidez biempensante de las redes sociales, colectivismos que pretenden abortar lo que hay en el individuo de especificidad independiente.

Un tema profundo de «Werk ohne Autor» es lo que su tía esquizofrénica le dice a Kurt siendo niño: «Nunca voltees la mirada porque todo lo que es verdad encierra belleza», frase con un retintín a la famosa oda de Keats a una urna griega. Sólo cuando Kurt entiende eso, después de una búsqueda de años, arranca, de su experiencia profunda del mal, arte y belleza. Pero hay otro tema tan hondo como aquel y tan pertinente a nuestros días: la rebelión del individuo contra todas las formas que han inventado la ideología, la sociedad y las modas para sofocar su fuego.

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