El coste de la reforma sanitaria
CONTRARIAMENTE a lo que casi todo el mundo pensó cuando Barack Obama llegó a la Casa Blanca, el actual presidente norteamericano no pasará a la historia por ninguna de sus intervenciones en la escena internacional, donde, dicho sea de paso, su actividad está siendo bastante ... más discreta que lo que esperaba la mayoría de sus seguidores, sino por su perseverancia en llevar a cabo la reforma de la sanidad pública. En Estados Unidos, ninguna otra cuestión de la agenda política se ha revelado tan peliaguda como esta, que ha provocado una división de una profundidad inédita en la sociedad norteamericana. Más de un año de debates han desgastado tanto los contornos del proyecto inicial -del que se ha conservado apenas el esqueleto, como el impulso político del presidente Obama- que en el mejor de los casos tendrá que contentarse con decir que ha tenido que pagar el doble de lo que esperaba para obtener menos de la mitad de lo que hubiera querido.
Por encima de la terrible batalla política, que está lejos de haberse acabado con este último voto en la Cámara de Representantes, la cuestión de fondo seguirá probablemente sin ser resuelta. El sistema sanitario norteamericano no es viable en su actual diseño, y no sólo porque resulte inmoral que una sociedad desarrollada mantenga en el mayor de los desamparos a millones de ciudadanos a los que se obliga a optar entre la pobreza o la salud, sino porque la voracidad de la mayoría de las compañías de seguros lo llevará inevitablemente al absurdo.
Obama tiene razón al intentar resolver un problema en el que la sociedad norteamericana muestra una de sus mayores debilidades, aunque está por ver si ha escogido el camino correcto, puesto que, como sucede en casi todos los debates sobre la acción pública, la cuestión esencial es el coste de las políticas que se plantean y a quién corresponderá sufragarlo. Por un lado, la situación económica actual aconseja a todo gobernante sensato ser extremadamente prudente ante cualquier efecto indeseable para la economía y, por otro, el desgaste político dejará a Obama prácticamente exhausto: aunque teóricamente le queda tiempo para intentar recuperarse hasta 2012, cuando termine su mandato, los legisladores demócratas podrían pagar un alto precio en las elecciones del próximo noviembre, lo que a su vez comprometería los años que le quedan en la Casa Blanca.
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