Argelia, primavera tardía
«Si los liberales no se imponen, los fanáticos religiosos secuestrarán la protesta y los militares restablecerán un régimen draconiano»
Álvaro Vargas Llosa
Un levantamiento popular contra la dictadura de Argelia ha obligado a Abdelaziz Buteflika, el autócrata enfermo que ha presidido el país desde 1999, a posponer las elecciones que le iban a dar un quinto «mandato» consecutivo. Argelia es el país al que se esperaba que ... los disturbios que comenzaron en Túnez en 2010 y se conocieron luego como la Primavera Árabe se propagaran como el fuego. Pero, salvo algunas escaramuzas, nada dramático sucedió allí. El dictador y el Frente de Liberación Nacional vieron en ello una confirmación de que su sofisticado «mix» de nacionalismo, socialismo y cooptación de grupos islamistas les garantizaba la eternidad.
Imposible, a menos que los argelinos fueran marcianos. Un mismo cogollo ha manejado el país durante décadas, sofocando la disidencia cuando era necesario y permitiendo pequeñas dosis de libertad de expresión y participación política cuando convenía, bajo una economía planificada atrozmente ineficiente que redistribuía dinero gracias al petróleo y el gas, lo único que producía, y a la muchísima corrupción. A finales de los 80, tras importantes disturbios, el sistema de partido único del FLN existente desde la independencia coqueteó con un pluralismo limitado y alguna libertad de prensa. El resultado, a remolque de la esperanza, fue el surgimiento de una organización teocrática, el Frente Islámico de Salvación (FIS), que ganó la primera ronda de las elecciones en 1991. El Gobierno dio un autogolpe, cancelando las elecciones. Durante años una violencia horrible enfrentó a los militares con los grupos terroristas islámicos, incluido el brazo armado de FIS, además de que hubo una guerra fratricida entre estos últimos. Cientos de miles de civiles inocentes perdieron la vida antes de que el ejército lograra imponerse. Buteflika, que asumió el poder en 1999, abrió algo la mano dictatorial y cooptó a grupos religiosos, reemplazando con ello la fuerza bruta para controlar a una población traumatizada.
La paz social de los años posteriores no reflejó una satisfacción con el régimen, sino las hondas heridas psicológicas de los 90, así como cierta capacidad oficialista para adelantarse a cualquier protesta organizada. Buteflika y sus amigos cambiaron la Constitución para que el dictador se reeligiera indefinidamente; continuó gobernando cuando el infarto cerebral lo confinó en una silla de ruedas y le lesionó el habla. Este hombre que rara vez aparece en público y fatiga recurrentemente los hospitales suizos, pretendía obtener un quinto «mandato» el 18 de abril, pero los argelinos decidieron decir basta colmando las calles. Ha tenido que posponer la farsa electoral y sus aliados empiezan a darle la espalda.
Primera lección: la legitimidad de quienes lideraron las luchas de independencia contra Francia en los 50 y principios de los 60 no era tan eterna como ellos creían: en los 80, el pueblo se rebeló porque odiaba la sustitución del régimen colonial por el matoneo de la independencia.
Segunda: el hecho de no establecer un sistema en el que una sociedad civil pudiera prosperar económica y culturalmente facilitó la incubación del islamismo fanático en oposición al statu quo; esa ha sido la tragedia de la mayoría de los países árabes, donde las minorías liberales se han visto frustradas por la dicotomía predominante entre militarismo laico y corrupto y teocracia totalitaria.
Tercera: por sofisticado que sea el sistema autoritario, tarde o temprano, especialmente en tiempos globales, provoca una respuesta popular, como en esta tardía primavera argelina.
Otra cosa es que los sectores liberales de Argelia puedan imponerse. Si no pueden, como sucedió en todos los países de la Primavera Árabe excepto Túnez hace unos años, los fanáticos religiosos secuestrarán la protesta y los militares restablecerán un régimen draconiano.
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