La Canarias fantástica que Julio Verne soñó en «Agencia Thompson & Cía.»
El célebre novelista francés no viajó a las islas, pero situó en las Afortunadas una entretenida novela llena de curiosas aventuras

Con frecuencia se recuerda la influencia de los británicos en las Islas Canarias y cuánto han escrito sobre ellas o desde ellas, como Agatha Christie, que en el Gran Hotel Taoro del Puerto de la Cruz escribió su novela «El misterio del tren azul». Pero no tanto se recuerda a los franceses y sus marinos y naturalistas, como Jean-Baptiste Bory de Saint-Vincent o Sabin Berthelot (aunque tiene una calle en Santa Cruz), y sus escritores, que situaron sus ficciones en las Afortunadas, ya por un conocimiento directo o bien por haber leído acerca de ellas.
Rabelais, Chateaubriand, Victor Hugo, Breton y el contemporáneo Houellebecq vienen enseguida a la memoria, pero no siempre Julio Verne. El célebre novelista no llegó a los puertos isleños , pero como con tantos asuntos tratados a lo largo de su más de medio centenar de novelas, se documentó por lo que otros habían escrito, y así fue como pergeñó «Agencia Thompson & Cía.», una entretenida novela que transcurre en parte entre Gran Canaria y Tenerife.
Al igual que otras obras de Verne, esta tiene un carácter premonitorio, pero no vinculado a la ficción científica, sino a que anticipa lo que a día de hoy es el principal motor económico canario, el turismo . Así, dos empresas de viajes londinenses, Baker y Thompson, compiten por ofrecer al menor precio una excursión a la Macaronesia: visitar Azores, Madeira y Canarias durante algo más de un mes, embarcados en un yate a vapor. Y la que se sale con la suya es Thompson, que por 40 libras incluidos todos los gastos se compromete a esta exótica travesía a bordo del «Seamew».
Atravesado por un tono siempre dispuesto a cierta anglofobia por parte de Verne, el relato del viaje combina datos reales de las islas con otros fruto de la imaginación del autor, que pone a los pasajeros, en medio de una excursión al Teide —«el pico más alto del globo»—, a merced de «nubes de parásitos», unos «odiosos insectos» que no dejan conciliar el sueño a los turistas, antes de atacar la cumbre del volcán tinerfeño.
La Laguna, hoy reconocida como Patrimonio de la Humanidad, es descrita como «una ciudad en decadencia», con muchos monumentos en ruinas y un sitio donde «la hierba verdea el piso de sus calles y hasta el techo de sus casas ». Quizá se refería a los tradicionales verodes que engalanan los tejados de muchas casas antiguas laguneras.
En Gran Canaria, por otra parte, se sorprende por los «excelentes caminos que rodeaban la capital» y al salir de ella se encuentra con «numerosos campesinos» montados sobre camellos , «que se han aclimatado perfectamente en Canarias».
Al subir a la cumbre, llegan a Artenara, «el pueblo más elevado de toda la isla» y poblada únicamente por carboneros trogloditas. «Tan solo la iglesia eleva su campanario al aire libre. Las casas de los hombres están cavadas, colocadas unas encima de otras e iluminadas por aberturas que desempeñan el papel de las ventanas», dice.
Más tarde, se encuentran con «una segunda Artenara», pero poblada únicamente por negros, que atacan a los excursionistas y de los que se libran con no poco esfuerzo. «¿Qué clase de colonia es esa, negra en pleno país de raza blanca?», pregunta uno de los personajes. A lo que le responden que se trata de los restos de «una antigua república de negros» que, abolida la esclavitud «en todo país civilizado» ha perdido su razón de ser. «Pero los negros tienen cerebros obstinados y los descendientes persisten en las costumbres de sus antepasados», reflexiona finalmente otro.
«Los canarios ven con malos ojos cómo los extranjeros llegan a su país cada vez en mayor número», dice uno de los personajes en otro momento, palabras premonitorias también en este caso las de Verne, al anticipar uno de los discursos más persistentes del presidente canario, Paulino Rivero , que pretende limitar la llegada de mano de obra extranjera a las Islas.
La novela, de unas 250 páginas, fue publicada en 1907 tras la muerte de Julio Verne, ocurrida en 1905, y su autoría es en realidad compartida, ya que el escritor la dejó inconclusa. Fue su hijo Michel quien se encargó de escribir los capítulos finales y publicarla, por entregas, en «Le Journal». Pero no caben dudas, afirman los estudiosos, de que fue su padre quien escribió los capítulos dedicados a Canarias , ya que las últimas líneas que había dejado fueron precisamente aquellas en las que los viajeros, al zarpar del puerto de La Orotava, dicen adiós al archipiélago.
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