UNA RAYA EN EL AGUA
Desayunar sapos
Rajoy no sólo debe explicaciones al país; se debe a sí mismo y a los suyos la oportunidad de salir de las cuerdas
Ignacio Camacho
PASARSE una jornada en el Congreso hablando de Bárcenas no es de ninguna manera la perspectiva más grata que se le puede presentar al presidente del Gobierno. Se trata de un asunto viscoso y turbio cuyo alcance real tal vez ni siquiera él mismo conozca, ... y para colmo hay por medio una investigación judicial ante la que ninguna palabra resulta inocua. Por otra parte, la oposición no va a creer nada de lo que diga porque lo único que le importa es la comparecencia en sí, la oportunidad de subir al ambón a vapulear al líder de la mayoría y endilgarle un torrente de discursos redactados de antemano a base de acusaciones, reproches e improperios. Le caerán bofetadas dialécticas de todos los colores, muchas de ellas propinadas por quienes tienen bastante que callar, y la más dolorosa es la del propio acto, la de acudir arrastrado a una encerrona. Sería más llevadero ir al dentista, que al menos pone anestesia antes de aplicar el torno.
Pero Rajoy lleva treinta años en política y sabe que parte del oficio de gobernar incluye desayunarse sapos rebozados en hiel. Éste es un sapo grande, particularmente desagradable, duro de masticar y difícil de digerir. Y sin embargo, es el que le toca. Porque Bárcenas era el tesorero de su partido. Porque él lo ratificó y le dio su apoyo y le mantuvo una persistente presunción de inocencia cuando ya eran evidentes los indicios en su contra. Porque el Gobierno legítimo de España no merece estar sumido en una burbuja, por inducida que sea, de sospecha generalizada. Y porque la talla de un gobernante se tiene que medir también en los momentos más ásperos.
El presidente tiene derecho a escoger el momento y la forma; no puede someterse al ritmo y la presión de una extorsión planificada con estrategias de índole conspirativa. Pero tiene que hablar, con la prudencia y responsabilidad que requiera el caso, y hacerlo en la Cámara; si quiere ir a la televisión ha de entenderlo como complemento, no como sucedáneo. El Parlamento representa al pueblo y el pueblo aún no ha oído una explicación contundente; incluso los electores y partidarios del Gobierno sólo lo han visto encajar, acorralado en un silencio nervioso, las denuncias y los insultos como un saco de golpes. En la política moderna hay muchas veces en que es la sociedad, a través de la opinión pública, la que fija los tiempos; le guste o no al poder, hay una demanda objetiva de aclaraciones. Rajoy no sólo le debe explicaciones al país; se debe a sí mismo y los suyos la oportunidad de salir de las cuerdas y contraatacar proclamando la dignidad de sus razones. Ante los adversarios prejuiciosos que no le van a conceder ninguna veracidad y también ante los ciudadanos que creemos en su honradez y estamos dispuestos a aceptar su palabra. El liderazgo se merece, no se regala, y entre sus servidumbres más penosas está la de demostrarlo en las horas agraces.
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