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LIBERALIDADES

Lo posible resulta ser lo deseable

Miquel Roca ha perdido el respeto al Tribunal Constitucional, dice. Pues nada, hombre, al guano el TC

Juan Carlos Girauta

Miquel Roca ha perdido el respeto al Tribunal Constitucional, dice. Pues nada, hombre, al guano el TC

POSTULANDO una seria reforma constitucional, sin gran detalle, hallan algunos excusa de su sandez, por decirlo al cervantino modo. Nuestra democracia exhibe un feliz balance histórico; negarlo es insensato. Cosa distinta es advertir la tendencia a desvirtuar conceptos fundacionales, y denunciarla. Por eso, antes que proponer reforma alguna de la Carta Magra, lo suyo sería cumplirla, en letra y en espíritu. Frente a esta posición, constructiva y fiel a los logros de la Transición, poderosas voces invitan a la frívola revisión de la arquitectura institucional y territorial toda, sin detenerse siquiera a pensar en los obvios obstáculos: el tipo de reforma que se propone exige mayorías parlamentarias agravadas (y reiteradas) de las que no disponen, ni previsiblemente dispondrán en toda su vida política, sus impulsores; si volvemos al punto de partida, nada debe darse por descontado, siendo posible que el eventual nuevo consenso no acabara alcanzándose jamás en torno al federalismo, sino –con el tiempo, y tras gran inestabilidad– a un modelo territorial menos descentralizado que el actual. Que lo es, y mucho. Partir de cero tiene esas cosas.

Hay, claro, gente más lista entre los enterradores voluntarios de la Constitución del 78. Viendo los citados obstáculos, ellos rehúyen la dificilísima reforma que prevé y regula el Título X y propugnan, sin avergonzarse, la pura y cruda componenda. Un padre de la Constitución, Miquel Roca, representa tristemente esta posición, esta renuncia al imperio de la ley, con lo que inflige a su propia figura un daño considerable. Roca apela a «la voluntad política» como validadora última de la norma suprema. Así, para él, el Gobierno podría y debería reunir la voluntad suficiente para desnaturalizar principios esenciales como la condición de sujeto soberano del pueblo español en su conjunto, por citar lo más vistoso. Sin embargo, la Constitución que él contribuyó a redactar tiene un intérprete supremo, el TC, cuyas sentencias han establecido la vera exégesis de los más diversos asuntos con suficiente claridad como para que su desconocimiento e infracción, por mucha voluntad política que se le ponga, resulten decorosos; resulten democráticos. Hablo de sentencias como la que derogó parte del Estatuto catalán (arrojando a don Miquel a los arrabales intelectuales de la política de los hechos consumados, del trágala y del despotismo), o como la que deja fuera del orden constitucional la práctica de eliminar el castellano como lengua vehicular en la escuela, que choca frontalmente con una de las pretensiones de la llamada «tercera vía» de Duran y Navarro: la «soberanía cultural y lingüística».

Pero todos estos pronunciamientos inapelables le importan a Roca un comino. Así de cruelmente castiga el tiempo algunas biografías. Él ha perdido el respeto al Tribunal Constitucional, dice. Pues nada, hombre, si don Miquel ya no lo respeta, al guano el TC y venga voluntad política para llevar las cosas por donde a él le gustan: el chalaneo, el regateo y el bastardeo con leyes y sentencias en pos de las soluciones amañadas por unas camarillas en un reservado del Majestic.

Ni los déspotas amigos de las maniobras en la oscuridad, con sus terceras vías y con sus vías muertas; ni los socialistas que esgrimen sin fe un sistema federal con el único objetivo de no retratarse con el PP, así estén en juego la soberanía y la integridad territorial (¿qué estará haciendo Rubalcaba para que el PSC descuente su disposición a un referéndum de autodeterminación?). Ay, ninguno ve venir la ola de la regeneración, el renacimiento de los valores constitucionales.

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