Sebastián Piñera, expresidente de Chile: «La izquierda no condenó la violencia y buscó derrocar al presidente»
El exmandatario explica a ABC lo que quiso decir cuando planteó que el 'estallido social' de 2019 en Chile fue «un golpe de Estado no tradicional»
Boric indulta a varios condenados por el estallido social mientras su desaprobación alcanza el 61 por ciento
Chile y su paréntesis demagógico

Sebastián Piñera (Santiago de Chile, 1949) ha sido dos veces presidente de la República de Chile. Empresario de éxito, es un hombre muy rico. En su segundo mandato debió afrontar un imprevisto estallido social (octubre de 2019) que cambió el curso de su ... Presidencia. Piñera logró desactivar la protesta abriendo un proceso constituyente que sigue considerando necesario. Ha venido a España para intervenir con Mariano Rajoy en el Foro La Toja.
—Sus declaraciones en Argentina causaron polémica, ¿qué quiso decir con lo de un golpe de Estado no tradicional en su contra?
—A partir del 19 de octubre de 2019 en Chile se desencadenaron dos fenómenos de muy distinta naturaleza. Primero, una gran demanda ciudadana por robustecer los programas sociales, particularmente pensiones, salud, sueldos, servicios públicos, la cual es perfectamente legítima. Pero también se generó una ola irracional de violencia criminal que no respetó a nada ni a nadie, donde la consigna era quemarlo todo, cosas tan nobles como escuelas, hospitales, iglesias, el Metro de Santiago... Y en esa oportunidad, la izquierda no tuvo una posición de clara condena de la violencia. Muy por el contrario, fue ambigua, la toleró, la apoyó, la justificó e incluso buscó formas de derrocar a un presidente que había sido elegido democráticamente. Por eso yo hablé de un intento de golpe de Estado no tradicional porque no tenía nada que ver con los golpes habituales en América Latina. Fracasó, pero el objetivo era derrocar al presidente y debilitar las bases de la democracia.
—Sus críticos, muchos de ellos en el actual gobierno de Gabriel Boric, dicen que fue una reacción social.
—Hubo una reacción social legítima. Pero también una actitud ambigua ante la violencia y la democracia. Al día siguiente del 18 de octubre, el líder del Partido Comunista pedía la renuncia del presidente de la República. El Congreso rindió homenaje a la llamada 'primera línea' que eran los activistas que quemaban los bienes públicos y privados, y se presentaron acusaciones constitucionales contra el presidente. A eso me refiero.
—Usted dice que Chile resistió, pero parece que el que resistió fue usted.
—En algunos momentos la democracia estuvo en grave riesgo. De hecho, en dos oportunidades hubo un riesgo inminente de que tomaran el Palacio de La Moneda que era el objetivo que persiguieron permanentemente durante esos días, junto con quemar otros edificios emblemáticos. Nuestra democracia resistió ese intento de derrocar a un gobierno elegido democráticamente y apegado estrictamente a la Constitución y las leyes.
—¿Mucha gente cree que fue un error suyo decir que estaba en guerra?
—Eso fue el 20 de octubre cuando declaré el estado de emergencia tras haber sido informado de la magnitud y alcance de los hechos de violencia por el jefe de inteligencia del Ejército y el ministro de Defensa. Lo que yo dije fue que estábamos en guerra contra un enemigo poderoso que estaba dispuesto a quemar y destruir todo el país, que no respetaba a nada ni a nadie. Por supuesto que no era una guerra contra el pueblo de Chile, sino contra la violencia criminal. Por eso yo siempre distinguí entre las legítimas manifestaciones pacíficas, propias de la democracia, y esa ola de violencia irracional absolutamente condenable.
—A la vista de lo que le informó Carabineros (policía militarizada) el día del estallido, ¿no fue un error relevar a 50 generales del alto mando institucional en menos de dos años?
—Carabineros traía muchos y graves problemas desde antes: había tenido el caso Huracán (adulteración de pruebas para inculpar a inocentes), el caso de uso irregular de recursos públicos, y, por tanto, requería una profunda renovación y eso fue lo que hicimos cuando llegamos al gobierno. Muchos de los generales que fueron removidos lo fueron porque estaban cumpliendo su etapa de servicio, otros porque tenían serios problemas judiciales y otros porque no tenían la confianza del nuevo gobierno. A mi juicio fue una renovación absolutamente necesaria.
—Un colaborador suyo, el exministro Gonzalo Blumel, ha dicho que en noviembre de 2019 hay un momento en el que vuelve la violencia y usted evalúa la posibilidad de dictar nuevamente el estado de emergencia. Él sostiene que eso hubiera supuesto el fracaso de los intentos por lograr una salida institucional a la crisis. ¿Cómo fue ese momento?
— Siempre pensamos que la mejor salida a la crisis era una solución democrática institucional más que una solución de fuerza y confrontación. Y ese 12 de noviembre fue un día de extraordinaria violencia. Yo tenía dos opciones: una era el camino de la fuerza y establecer el estado de emergencia, lo cual podía desembocar en una matanza que habría comprometido seriamente no solamente ese momento, sino décadas de la historia de Chile, y el otro camino era el del diálogo, de los acuerdos. Estábamos hablando con los principales líderes de la oposición para encontrar ese camino. Esa noche había mucha gente en mi despacho, con opiniones encontradas, que las defendían con pasión y elocuencia. Y en un momento determinado les pedí a todos que me dejaran solo, me senté en mi escritorio, miré al cielo, y evalué las consecuencias de los dos caminos y llegué a la clara conclusión de que lo mejor para Chile era el camino institucional y democrático. Por eso planteamos un triple pacto: un acuerdo por la paz, por la justicia social y por una nueva Constitución.
—La derecha le critica que usted entregó la Constitución de 1980 para resistir en el poder.
—Obviamente no comparto esa crítica. En Chile llevábamos casi 40 años enfrentándonos por la Constitución de 1980. En los países sabios, la Constitución es el gran marco de unidad, de estabilidad, de proyección y dentro de ese marco se producen las legítimas discusiones, pero no se discute sobre la Constitución, se discute dentro de la Constitución. Yo estaba convencido que Chile necesitaba un nuevo pacto social que le diera esa estabilidad, esa unidad y esa proyección de futuro y por lo tanto lo que buscamos como gobierno fue una Constitución que nos una, que sea reconocida y respetada por todos, la casa de todos.
—No todo el mundo puede contar que ha sobrevivido a un estallido popular. Otro quizá hubiera tirado la toalla, renunciado o entregado el cargo al Congreso. Al final, cuando hay que decidir, los presidentes están solos.
—Gobernar siempre es difícil. A nosotros nos tocó gobernar en condiciones extraordinariamente difíciles…
—¿Se le pasó por la cabeza la imagen del presidente Allende? Estando en la Moneda, se le habrá venido a la mente…
—No. Por supuesto que conozco muy bien la historia de Salvador Allende, pero nunca ha estado en mis planes el suicidio bajo ninguna circunstancia.
—Decía que le tocó gobernar entre grandes dificultades…
—Sí, nos tocó gobernar en tiempos muy difíciles. Once días antes de empezar nuestro primer gobierno, Chile fue afectado por el quinto peor terremoto de la historia humana. Además nos tocó el épico rescate de los 33 mineros atrapados en las profundidades de una mina. Y en nuestro segundo gobierno nos tocó el estallido social y la peor pandemia sanitaria de los últimos 100 años. Chile logró enfrentar el Covid con mucha eficacia, con audacia y anticipación y eso ha sido reconocido internacionalmente. La prestigiosa revista Lancet estima que la forma en que enfrentamos la pandemia permitió salvar 150.000 vidas. Eso para mí es la más grande gratificación.
El futuro del continente
«Latinoamérica lo tiene todo, pero sigue siendo subdesarrollada. Necesita hacer cambios profundos»
—Ha venido a España a hablar de la gobernabilidad de Iberoamérica. ¿Cuál es la situación?
—Latinoamérica es un continente que lo tiene todo. Tenemos vastos y generosos territorios, recursos naturales abundantes y diversos, no tuvimos las guerras mundiales que casi destruyen a Europa, no tenemos los conflictos religiosos que hay en el Medio Oriente o incluso en Irlanda, ni los conflictos raciales que fueron producto de la forma que las potencias europeas dividieron a muchos países en África. Y a pesar de todo esto, Latinoamérica sigue siendo un continente subdesarrollado y con cerca de un 40% de su población en la pobreza. Teniéndolo todo, no ha logrado estar a la altura de sus oportunidades.
—¿Qué problemas tiene?
—Básicamente tres. El primero es la mala calidad de las políticas y la debilidad de instituciones democráticas. El segundo es la violencia del narcotráfico, del crimen organizado, que está empezando a penetrar en las distintas sociedades y en el aparato del Estado. El tercer problema es el estancamiento económico. La última década, desde el 2013 al 2023, ha sido otra vez una década perdida como la de los 80. Y para resolver esos problemas se requieren cambios muy profundos y estructurales. Por lo pronto, tener regímenes democráticos estables. Después, que el continente haga políticas mucho más inclusivas para derrotar la pobreza y generar una mayor igualdad de oportunidades. Lo tercero es que estamos enfrentando una revolución tecnológica que no habíamos conocido. Para poder estar de pie en la sociedad del conocimiento y la información, que es muy generosa con los países que quieren abrazarla, pero cruel con los que le dan la espalda, necesitamos cambios profundos, por ejemplo en la educación y en la modernización del Estado.
—En su campaña presidencial de 2017 planteó la posibilidad de que Chile fuera un país desarrollado en 2035. ¿Lo sigue viendo posible?
—Chile entre 1990 y 2014 tuvo 25 años muy fecundos, muy generosos para Chile. Recuperamos la democracia en forma ejemplar, multiplicamos por cinco el ingreso per cápita, pasamos de la medianía en los rankings de América Latina a encabezarlos todos, creamos empleos y redujimos la pobreza del 60% a menos del 10%. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar en el segundo gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. Sus reformas estructurales y tributarias estancaron el país y no permitieron el crecimiento económico. En nuestro segundo gobierno logramos recuperarlo. Nos faltaban diez años para alcanzar los niveles de ingreso que tienen los países del sur de Europa. Pero a partir de 2015, la izquierda empezó a cuestionar el modelo de desarrollo y a introducir políticas populistas. Desde entonces, el país dejó de crecer con fuerza, dejamos de tener la meta compartida de ser un país desarrollado. Empezamos a cuestionarnos todo y a cuestionar las bases mismas de una sociedad libre.
—¿El país va por buen camino?
—El país va por mal camino, malas ideas, mala gestión, malos resultados. Porque no estamos haciendo frente a los grandes problemas que tiene Chile. Estos son, por una parte, la falta de sentido de una misión compartida y eso es una tarea muy importante que un presidente siempre debe tratar de liderar y orientar. Y, en segundo lugar, tenemos graves problemas de seguridad interna. Y el tercer gran problema es el estancamiento económico. Sin embargo, junto con ese cuadro que es objetivo, pero algo oscuro, Chile está lleno de oportunidades. Tiene una gran oportunidad en energías renovables, tiene cobre, litio, cobalto, tierras raras y un potencial de hidrógeno verde formidable. Chile es una potencia minera y tenemos la posibilidad de transformar a Chile en una potencia agroalimentaria y seguimos teniendo los cielos más despejados y limpios del mundo y por tanto estamos llenos de oportunidad también para la astronomía.
—Ha sido muy comentado que usted cruzó las líneas partidistas y atendió a la invitación del presidente Boric para firmar una declaración por los 50 años del golpe de Estado de 1973. ¿Qué piensa de esas críticas?
—No las comparto.
Nueva Constitución en Chile
«Sigo convencido de que necesitamos un nuevo pacto que nos una, reconocido y respetado por todos»
—Hay gente que dice que Ud. va a ser mejor expresidente que presidente.
—Bueno (sonríe)... Intenté ser un buen presidente y ahora estoy intentando ser un buen expresidente. Pero, mire, conversé con el presidente Boric y en esa oportunidad se hablaron dos temas: renovar el compromiso de la sociedad chilena con la democracia y con el Estado de derecho, con el respeto de los derechos humanos, y yo le sugerí que añadiera un tercer compromiso que fue condenar la violencia siempre y en todo lugar. Y esos tres compromisos son la esencia de la declaración que hicimos los cuatro expresidentes de Chile junto al presidente Boric. Yo comparto esos tres compromisos al cien por cien.
—¿Cómo ve el proceso constitucional que se abrió precisamente para superar el estallido social y sus consecuencias.
—El proceso ha tenido dos etapas: la primera fue la Convención Constitucional que presentó un muy mal proyecto, identitario, totalitario, que dividía al país y que, afortunadamente, fue rechazado por una gran mayoría. Yo me comprometí con ese rechazo. En la segunda etapa, en la que estamos hoy y que es una historia en desarrollo, espero que logremos tener una constitución que sea respetada y reconocida por todos y que se transforme en ese gran marco de unidad, estabilidad y futuro, porque una casa dividida no puede prevalecer. Cuando los países destinan sus mejores esfuerzos a una guerra fratricida entre sus hijos no tienen destino. Por eso espero y confío que este proceso constitucional nos lleve a buen puerto.
—Lo veo esperanzado con el tema constitucional, pero la verdad es que las encuestas lo que dicen es que la gente está cansada de esa discusión.
—Es verdad, está cansada porque llevamos más de cuarenta años discutiendo de la Constitución y casi ya cuatro años en este proceso. Creo que hay dos fuerzas, unas que quieren rechazarlo todo por fastidio, por un rechazo a la política, pero hay otra fuerza muy grande, que yo espero que emerja y que aún no se refleja las encuestas que es aquella que sabe que tenemos la oportunidad de resolver un problema que nos ha dividido durante 43 años y de darnos por fin una constitución de unidad en plena democracia. Las constituciones en Chile nunca se han hecho en democracia y tenemos la oportunidad única de darnos, en democracia, una que sea reconocida y respetada por todos.
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