Al Sadr, una ciudad prohibida para EE.UU.

El clérigo chií Muqtada Al Sadr acusa a Estados Unidos de estar detrás de los últimos atentados que ha sufrido Irak

MIKEL AYESTARÁN

«Nuestra vida por Muqtada, nuestra vida por Muqtada». Decenas de jóvenes cogen un pequeño cristal y se hacen un corte en el dedo pulgar para firmar con su sangre su entrada en el Ejército del Mahdi. El grupo paramilitar fiel al clérigo chií Muqtada ... Al Sadr se encuentra «congelado hasta nueva orden» desde hace un año, según sus mandos, pero su brazo social no para de captar jóvenes seguidores. Los fieles de Al Sadr re reúnen cada viernes desde hace catorce años en torno a la oficina central del grupo para orar. Al comienzo desafiaron a Sadam Husein y ahora desafían a Al Qaida. Les gustaría rezar junto a su líder, pero este vive en un autoimpuesto exilio iraní en la ciudad sagrada de Qom en la que estudia para alcanzar algún día el grado de ayatolá.

Chiíes llegados de todas las esquinas de este enorme y pobre barrio en el que viven tres millones de personas, más de la mitad de los ciudadanos de la capital, llegan con paraguas y sombrillas para protegerse del sol y extienden sus alfombras para la oración en plena carretera. Ocupan también portales y callejones adyacentes en los que tienen que apartar la basura acumulada para poder acomodarse.

Los accesos en coche al lugar se cortan a primera hora de la mañana y el Ejército se encarga de cruzar vehículos blindados para evitar el paso. Pasado el filtro militar, quedan otros cuatro puestos de control en los que voluntarios del Ejército del Mahdi, ataviados con sus camisas negras, pero sin armas a la vista, se encargan de supervisar la entrada de los fieles. Se les cachea y se revisan sus bolsas uno a uno.

En la actualidad más de ocho mil milicianos del Mahdi siguen encarcelados, según los datos del partido sadrista. La tregua de esta milicia ha sido fundamental para la mejora en las condiciones de seguridad en el país y de momento la vía militar parece aparcada. Se ha sustituido por la política y la religiosa, pero profesionales de seguridad consultados aseguran que Al Sadr contaría con el grupo de «El Día Prometido» para llevar a cabo operaciones de hostigamiento a las fuerzas estadounidenses. La tregua también provocó una escisión en el grupo que acarreó la creación del grupo Asaib Ahl al-Haq que, según las mismas fuentes de seguridad, sería «una facción de descontentos con el alto el fuego que, con el apoyo de Irán, seguirían su lucha contra las fuerzas extranjeras sin obedecer a Al Sadr».

El clérigo Husein Jassim Al Mutari sube al estrado y comienza el discurso político que precede a la oración. Los fieles responden alabando en voz alta a la familia Al Sadr. Junto al ramadán y los beneficios espirituales del ayuno, el fin de la ocupación americana, la condena de los atentados sufridos a lo largo de la semana y la necesidad de «una yihad verdadera, basada en la fe y alejada de las acciones que llevan a cabo los terroristas» ocupan la hora de oratoria.

Fin de la ocupación

Si en el corazón de los suníes de Irak se ve a Irán como la mayor amenaza posible, en el de esta parte importante de la comunidad chií «los ocupantes única palabra que usa para referirse a los soldados de EE.UU. son los culpables de todos los males que sufre el país y en cuanto se vayan todo volverá a su ser», explica el responsable de la oficina central de Al Sadr, Suleyman Al Fureigui, un clérigo considerado moderado que matiza que «habla del fin de toda forma de ocupación, no aceptaremos ninguna interferencia».

Flanqueado por las imágenes de Muqtada, con quien tiene «contacto frecuente», y su padre, Mohamed Sadiq, asesinado por las fuerzas de Sadam Husein en 1999, el clérigo repasa la semana sangrienta que ha vivido Irak y piensa que «la fuerza ocupante está detrás de cada explosión, abrieron la puerta a Al Qaida y les interesa crear este caos para lanzar el mensaje de que su presencia es necesaria».

Los fieles aguantan estoicamente los más de cuarenta grados aliviados por voluntarios que van arrojando agua por cada fila con máquinas de fumigar decoradas con pegatinas con el rostro de Mohamed Saiq Sadr. Ora de rezar. Se cierran paraguas y sombrillas, se quitan las viseras y la familia sadrista forma un enorme tapiz humano que se pierde hasta el final de la avenida. Un viernes más la amenaza de Al Qaida no ha podido con la fe.

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