El nuevo primer ministro chino rechaza el desacoplamiento con EE.UU.

Al término de la Asamblea Nacional Popular, reunión anual del Parlamento orgánico del régimen, Li ha comparecido este lunes en una multitudinaria rueda de prensa en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín. Tras ser nombrado número dos del régimen en el XX Congreso del Partido Comunista celebrado en octubre, era su primera intervención como primer ministro después de haber reemplazado en la Asamblea a Li Keqiang, quien se ha retirado tras diez años en el cargo.

Como es habitual en estos actos oficiales, todas las preguntas habían sido seleccionadas y pactadas de antemano para que las autoridades chinas puedan lanzar sus mensajes evitando los temas más espinosos y sensibles, como Xinjiang, los derechos humanos y el origen del Covid.

Haciendo frente a la hostilidad cada vez mayor con Estados Unidos, Li Qiang ha rechazado el desacoplamiento que muchas voces piden desde Occidente para que las democracias no dependan comercial ni energéticamente de regímenes autoritarios como el chino o el ruso. «Sé que, durante los últimos años, algunos en EE.UU. están lanzando la idea del desacoplamiento con China y a veces se ha convertido en un tema candente en los medios, pero me pregunto cuánta gente puede beneficiarse de este tipo de bombo publicitario», se cuestionó antes de recordar las fluidas comerciales entre ambas superpotencias.

«El año pasado, el comercio entre ambas partes ascendió a 760.000 millones de dólares (708.000 millones de euros), lo que es un nuevo récord histórico», señaló Li para asegurar que «China y EE.UU. están interconectados económicamente. Ambos nos hemos beneficiado del desarrollo de la otra parte». Pero evitó detallar que el déficit comercial de EE.UU. con China alcanzó los 383.000 millones de dólares (357.000 millones de euros) y tampoco hizo mención a los numerosos problemas que les enfrentan, como la guerra tecnológica y de los microchips.

En vez de sacar a relucir tales diferencias, recordó «el consenso en políticas y acciones concretas alcanzado por los presidentes Xi Jinping y Biden durante la cumbre de noviembre (en el G-20)». Basándose en su experiencia como secretario del Partido Comunista en Shanghái, una ciudad con 70.000 empresas extranjeras, contó que se había reunido con muchos ejecutivos de multinacionales y todos le habían dicho que eran «optimistas con el futuro de China».

«Todos esperan ver cooperación entre ambos países porque saben que es la fórmula para beneficiarnos mutuamente. China y EE.UU. pueden y deben cooperar, y juntos pueden conseguir mucho. La supresión no beneficia a nadie», declaró Li Qiang. Para reforzar su mensaje de esperanza, recordó que «China recibió el año pasado 189.000 millones de dólares (176.000 millones de euros) de inversión extranjera, lo que supone un récord y son 50.000 millones de dólares (46.000 millones de euros) más que hace tres años, antes de la pandemia. Esto demuestra que China sigue siendo un destino popular para la inversión global».

Para que el dinero siga llegando, prometió que «la apertura es la política estatal básica de China y, sin importar la situación exterior, estamos firmemente comprometidos con perseguir esta política». Negando una vuelta atrás hacia el estatalismo y un mayor control del Partido Comunista sobre la economía, como muchos temen por la regresión autoritaria de Xi Jinping, insistió en que «China se abrirá más al mundo y ofrecerá mejores servicios para todos».

Nacido en la provincia industrial de Zhejiang cerca de Wenzhou, una de las ciudades con más espíritu emprendedor de China, el nuevo primer ministro también quiso lanzar un mensaje de confianza al sector privado. Después de tres años muy duros por la pandemia y las restricciones de la política de Covid 0, que han arruinado a millones de negocios y mermado el crecimiento económico a las cifras más bajas en medio siglo, Li Qiang prometió todo su apoyo en el futuro.

«El objetivo es priorizar la estabilidad en el crecimiento, los precios y el empleo, así como fomentar la innovación tecnológica y desactivar los riesgos financieros», apuntó el primer ministro, cuya principal tarea dentro del régimen es encargarse de la economía. Aunque reconoció que «el objetivo de crecer este año alrededor del 5 por ciento no será una tarea fácil porque las previsiones para la economía global no son optimistas y pueden surgir factores imprevistos», confió en alcanzar un «desarrollo de alta calidad» gracias al fomento de la inversión y la demanda. Para rebajar el alto paro juvenil, que roza el 17 por ciento, se marcó la meta de crear doce millones de puestos para los universitarios que cada año se licencian.

Pero no hizo ninguna autocrítica sobre el tremendo impacto económico de la política de Covid 0, que alabó como «la mejor forma de ganar tiempo y salvar vidas hasta una transición suave gracias a las vacunas y las medicinas». Aunque se congratuló de que «la normalidad se había recuperado en solo dos meses», obvió aclarar el número de fallecidos y contagiados que dejó la ola de Covid tras la caótica apertura de China, provocada por las históricas protestas que sacudieron al régimen a finales de noviembre. Con todos los periodistas cubriéndose el rostro con mascarillas tras haber pasado una noche de cuarentena en un hotel, y solo Li Qiang y sus viceprimeros ministros sin ellas, declaró «la victoria sobre la pandemia» y dibujó un futuro lleno de optimismo para China y el resto del mundo.