Contraofensiva

El objetivo ruso es mantener la guerra de trincheras, con la que protege su nueva línea de acceso a Crimea. La estrategia de Moscú sigue estando basada en su mayor capacidad de resistir el daño. Prefiere un conflicto largo que mine los apoyos externos y concluya dentro de mucho tiempo, una vez que cunda el cansancio de las opiniones públicas occidentales. Una guerra cronificada es una victoria para Rusia.

Washington, por su parte, está empeñado en que la invasión no dure mucho más. Joe Biden ha invertido mucho capital político en liderar el apoyo internacional a Ucrania y recuperar el papel de Estados Unidos. Le beneficia presentarse a las elecciones de 2024 tras obtener un alto el fuego y un principio de negociaciones de paz, siempre que Ucrania haya conseguido claros avances en la defensa de su soberanía territorial.

La política exterior norteamericana tiene una sola prioridad, fundada en un consenso bipartidista, y es frenar a China para mantener su hegemonía global. Ucrania es un jalón en este camino. Estados Unidos conmina a los europeos a devolver el apoyo prestado en Ucrania haciendo funcionar la alianza transatlántica en el Pacífico, comenzando por Taiwan. Putin apuesta por Donald Trump en los siguientes comicios presidenciales porque sabe que si vuelve al poder tendrá posibilidades ciertas de lograr una salida airosa.

Frente a la invasión ucraniana, la Unión Europea ha dado pasos acelerados en un terreno que no es el suyo. Pero la industria europea de defensa está al límite de sus capacidades. Las lógicas nacionales mandan y restan eficacia a la producción de armamentos. Antes del otoño conoceremos el desenlace de una guerra con la que hemos entrado en un nuevo tiempo histórico, la era de las grandes rivalidades.