Tzipi Livni, a por el más difícil todavía

La postura ante los palestinos marcará el futuro del nuevo primer ministro

Benjamin Netanyahu debió ir ayer a votar preguntándose cómo diablos se las arregló para perder diez escaños para estas elecciones en menos de dos meses, y cómo lo que para él iba a ser un paseo triunfal, al final acabó siendo una carrera frenética. Cuando ... tras el cierre de los colegios su rival Tzipi Livni ganaba en los primeros recuentos oficiales, Netanyahu debió pensar que estaba viviendo en una pesadilla.

Igual que entonces, cuando en septiembre recogió el testigo del dimitido Ehud Olmert y se vio frenada en su ambicioso sueño por el partido ultraortodoxo Shas, ahora no lo tiene fácil. Es más, debe estar preguntándose cómo se las va a arreglar para formar gobierno.

La desilusión nacional

Para sus detractores, un triunfo de Livni supondrá, simplemente, la perpetuación de la desilusión nacional por las «inútiles y cobardes negociaciones» con los palestinos —palabra de Gideon Levy, el analista más prestigioso de Israel—, en que la política nacional se ha sumergido. A ojos de quienes abominan de ella, simplemente, la salida a este juego estéril estaría en manos de su rival, Bibi Netanyahu, cuyo concepto de alcanzar una «paz económica» con Cisjordania encierra en sí mismo la muerte del proceso abierto en Anápolis.

Para los partidarios de Livni, la líder centrista es, sin embargo, la única que cree con seriedad en la doctrina de Ariel Sharon de que la existencia del Estado judío pasa por hacer concesiones. Sostienen que sus seguras buenas relaciones con la Administración de Barack Obama le facilitarán la obtención de unos resultados que no lograron sus predecesores. Ella es la transparencia y el tesón. Pero también la inexperiencia en la toma de decisiones fundamentales.

A esos efectos, Netanyahu es un estratega maduro y con un talento para el análisis demostrado cuando vaticinó, en 2005, que desde la franja de Gaza evacuada por Israel se lanzarían cohetes contra Ashkelon y Ashdod. Pero en los tres años y dos semanas que Bibi gobernó el país, entre 1996 y 1999, no perdió la oportunidad de «cometer todos los errores posibles», recordaba el comentarista Ben Caspit. Livni lo ha repetido mil veces durante su campaña.

Un gobierno formado por los dos, el Kadima y el Likud, más el partido Laborista de Ehud Barak, tendría la impronta de unidad nacional que querrían ver hecha realidad muchos israelíes. Sería un Ejecutivo con una base social amplia y estable como para abordar los retos y los cambios que requieren de plazos largos. Pero a nadie se le escapa que las posibilidades de una fórmula así son prácticamente iguales a cero. Livni jugará todas sus cartas en un «más difícil todavía». Netanyahu, también.

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