Trípoli, ciudad fantasma
Los libios apenas salen a las calles de la capital, mientras el nuevo Gobierno convive con los símbolos de la dictadura de Gadafi
“No voy, tengo miedo”. La noticia del secuestro de los cuatro periodistas italianos – que este jueves fueron liberados - llegó a todo el mundo, pero la ejecución de su conductor caló hondísimo entre los libios que estos días trabajan con la prensa internacional ... que ha llegado al país. Los accesos a la capital están bajo el control de innumerables puestos de vigilancia en los que milicianos paran los vehículos y piden la documentación a los viajeros. “Hay muchas armas y nadie sabe si los que te paran son auténticos rebeldes o no”, confiesa Ahmed, antiguo empleado de la compañía nacional de Petróleo que regresa a casa después de pasar varias semanas en Túnez. Milicianos de Zintán y Misrata controlan grandes zonas de la ciudad y desconfían de sus compañeros de Trípoli, la cooperación entre rebeldes tampoco está resultando sencilla pero el objetivo común de acabar con Gadafi les mantiene unidos.
En las calles apenas se ven civiles. Comercios y restaurantes están cerrados. Los pocos que levantan la persiana registran pronto largas colas. “La gente solo sale de casa para lo indispensable, hay mucho miedo” , asegura un padre de familia a la espera de poder conseguir leche y agua. El tráfico también casi es nulo, tanto por la situación de seguridad como por el precio de la gasolina que se ha disparado hasta alcanzar casi tarifas europeas. La mezcla entre la guerra y la celebración del ramadán a cuarenta grados de temperatura ha convertido a la capital en una especie de ciudad fantasma. Más que una capital a punto de celebrar el fin de cuatro décadas de dictadura parece una ciudad fantasma sumida en una pesadilla de la que le va a costar mucho tiempo despertar.
Los rostros de Gadafi siguen vigilantes desde varios edificios. El cambio ha sido tan rápido que aún no ha habido tiempo para borrar los símbolos de la dictadura. Les han disparado y golpeado con picos, pero los mensajes del Líder no han desaparecido del todo, como una especie de Gran Hermano orwelliano que se resiste a perder su posición de privilegio. Las banderas verdes cuelgan en torres de comunicación y farolas, y una gran réplica del Libro Verde –la auténtica biblia del gadafismo- obstaculiza el paso en una de las arterias principales. El silencio en las calles se rompe con las explosiones y disparos que suenan de manera machacona desde el barrio Abu Salim, próximo al aeropuerto, como una banda sonora maldita que alerta de que esta guerra no ha terminado y de que los seguidores del régimen siguen plantando cara .
Ambulancias y furgonetas rebeldes vuelan por las avenidas desiertas. Cadáveres de soldados de Gadafi tirados en aceras e incluso en primera línea de la playa próxima a los hoteles de lujo de la capital ofrecen la imagen más cruda de esta revolución que sigue buscando a Gadafi para poder cantar victoria. Es el comentario que está de boca en boca. Los rumores sobre el paradero del líder libio se repiten cada jornada. Ayer estaba en Chad, hoy en Zimbaue y mañana en el barrio de Abu Salim. Lo cierto es que no hay rastro de él y los rebeldes saben que su captura es indispensable para poder cantar victoria.
Pintadas de ‘game over’ (juego terminado) y con las siglas 17-F (la revolución estalló el 17 de febrero) forman ya parte de la nueva imagen de una Trípoli donde el cambio está en marcha, pero donde no será sencillo borrar las huellas del gadafismo y de los violentos siete meses de revolución. La revuelta que prendió en Bengasi ha llegado a la gran capital para quedarse.
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