Gana la movilización popular
Un Consejo Militar gobernará el país de forma transitoria
LAURA L. CARO
Egipto entero estalló anoche con todo el aire de la Plaza de Tahrir en los pulmones en un grito desgarrador de victoria. La victoria sobre Hosni Mubarak. Treinta años de leyes de excepción, y 18 días de impenitentes protestas en la calle después, el rais ... ni siquiera dio la cara ante el pueblo en este adiós para la Historia. En su lugar lo hizo su número dos, Omar Suleimán. «El presidente Mohamed Hosni Mubarak ha decidido renunciar a su cargo de presidente de la República y ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas administrar los asuntos del país. Que Alá nos ayude», fue todo su mensaje.
La fórmula de traspaso no respeta la transición tranquila y civil soñada por la calle. Mubarak deja a los egipcios a merced de un régimen militar, pero de eso la gente se ocupará mañana. El viernes 11 de febrero, a las seis de la tarde y un minuto, El Cairo se estremeció en un terremoto de júbilo, en un llanto, un rezo, un abrazo enloquecido, una alegría orgullosa con sabor a gloria. Se alzó la voz de los libres.
«La legitimidad del pueblo»
En su euforia, la mayoría de los egipcios no pudo escuchar al portavoz militar, Ismail Etman, leyendo horas después el tercer comunicado del Ejército en dos días. «No hay alternativa a la legitimidad del pueblo», dijo en nombre de unas Fuerzas Armadas dignas —hasta ahora— responsables, que ayer recibieron el mando de Egipto con la elegancia de rendir «agradecimiento al presidente Mubarak por su labor patriótica durante la guerra y la paz».
Su ambigüedad en las lealtades —al rais, a la gente— fue al final un ejercicio de respeto a ambas partes. Proclamaron su «homenaje» y testimonio de «aprecio a las almas de los mártires que han sacrificado sus vidas en favor de la libertad y la seguridad del país». Las medidas para abordar lo que se abre en adelante se sabrán hoy. La claudicación de Mubarak llegó como un ciclón de oxígeno en un momento en que la capital estaba a punto de atragantarse masticando la furia por el engaño del día anterior. Cuando un Mubarak desconectado de la realidad salió en pantalla con nocturnidad, con el mundo entero dando por hecho su renuncia. Y repitió desafiante que el era el jefe, que iba a hacer reformas, pero marcando su ritmo, la misma perorata que el pueblo lleva oyendo tres décadas.
Los rumores de que su salida se aceleraba irrumpieron de nuevo con la confirmación de que Mubarak volaba en dirección a su retiro paradisíaco de Sharm el Sheij —la que ha sido realmente su casa los últimos años—, pero esta vez con carácter definitivo. Para no regresar a El Cairo. El secretario general de su todopoderoso partido, el Nacional Demócrata (PND), Hassan Badrawi —nombrado el 4 de febrero en sustitución de Gamal Mubarak, el heredero que no fue— dimitía fulminantemente del cargo. Desde EE.UU., sonaban ya insoportables las presiones y las 24 horas de vaticinios de la CIA anunciando la renuncia. En las cadenas internacionales apareció el rótulo de «el presidente va a emitir de forma inminente un comunicado». Lo demás forma parte ya de la hora después, del «ha nacido un nuevo Egipto», que festejaban a rabiar los jóvenes con la bandera pintada en la cara.
Guerreros on-line
No hay más protagonismo que el de los egipcios rompiéndose la garganta a mil decibelios de felicidad, en una fanfarria ruidosa que al cierre de esta edición no paraba. Entre ellos, surgió Mohammed El Baradei —el opositor favorito de Occidente y el más oportunista en esta crisis— para cantar «la liberación del pueblo egipcio» y el comienzo de un futuro mejor. «Tenemos mucho que hacer, hay que crear el país desde cero», añadió en un minuto casi mesiánico, que abona la teoría de su futura candidatura a la Presidencia. Los Hermanos Musulmanes, el colectivo más perseverante en su lucha contra Mubarak, felicitaba por el logro de la «primera meta de la revolución». Pero poco tuvieron que hacer ante la proclama volcánica de Wael Ghonim, uno de los blogueros activistas precursores de las manifestaciones callejeras y héroe por su encierro de dos semanas en esta crisis, y su grito de «el criminal ha dejado el palacio».
A Mubarak se lo ha llevado por delante un tsunami espontáneo de ciudadanos. Veinteañeros que emprendieron una cruzada clandestina contra la represión en las redes sociales, auténticos guerreros-on line, que el 25 de enero saltaban a la calle inspirados por el precedente de Túnez, para arrastrar con ellos a una sociedad exhausta de puño de hierro y de falta de derechos.
Juraron no dar marcha atrás, a pesar de que su presidente les lanzó la brutalidad de una carga antidisturbios que a punto estuvo de asfixiarles en una nube gases lacrimógenos. A pesar de que después les arrolló con un regimiento de bandoleros a sueldo, caballistas con látigos y matones que sembraron el terror en El Cairo. A pesar de que trató de seducirles con los cantos de sirenas de reformas a medias pilotadas por los de siempre, les amenazó con mano dura militar, propaganda negra en la televisión estatal, golpes de Estado, la pesadilla de las detenciones masivas y el fantasma del islamismo.
La Plaza de Tahrir se estremecía anoche de emoción. Han ganado. Han echado a Hosni Mubarak.
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