La nueva dimisión de Leterme hunde a Bélgica en otra crisis institucional
La tensión entre flamencos y francófonos provocó ayer la caída del Gobierno, que debe presidir la UE a partir del 1 de junio
La nueva dimisión de Leterme hunde a Bélgica en otra crisis institucional
El democristiano flamenco Yves Leterme presentó ayer la dimisión de su segundo Gobierno, el tercero que tiene Bélgica en esta legislatura, oficialmente a causa de la ruptura de la coalición por parte del partido liberal flamenco, Open VLD, pero en realidad debido a la situación ... creada por los planes de someter al voto de la Cámara de Representantes un proyecto de ley que pretende zanjar a favor de los flamencos un conflicto lingüístico-territorial de los barrios de los alrededores de Bruselas. El Rey de los belgas, Alberto II, ha decidido suspender su decisión sobre si acepta o no esta dimisión, tal vez a la espera de que se calmen las aguas.
En realidad, la votación de esta controvertida decisión estaba a punto de entrar en el orden del día, cuando el Rey llamó al presidente de la Cámara, Patrick Dewael, en plena discusión, precisamente para despachar sobre la situación creada tras la dimisión de Leterme, lo que ha paralizado el debate. La ley se refiere a la segregación de Bruselas, que es una región bilingüe, de dos de sus barrios, Halle y Vilvoorde, poblados mayoritariamente por ciudadanos de habla francesa, pero que geográficamente deberían estar bajo administración flamenca.
Para los flamencos se trata de solucionar una injusticia, para los francófonos sería crear otra mayor.
El ex primer ministro Jean Luc Dehaene (flamenco) ha intentado durante meses encontrar una fórmula para contentar a todos, pero el lunes reconoció que era imposible una solución salomónica, así que dejó el asunto sobre la mesa, de modo que todos los partidos eran conscientes de que el país se dirigía hacia una nueva crisis institucional.
El «desastre federal»
El presidente de la Nueva Alianza Flamenca (NVA), Bart de Weber, ha llamado a todas las fuerzas políticas de Flandes a «reclamar un confederalismo, porque el buen funcionamiento del gobierno flamenco contrasta con el desastre del federal», lo que supondría que todas las competencias en materias socioeconómicas pasarían también a las regiones.
Se supone que la dimisión de Leterme va a congelar las cosas, aunque ayer por la tarde no se descartaba ninguna opción. Los partidos flamencos mantienen sus planes para llevar la escisión al voto y los francófonos han amenazado con responder con un mecanismo llamado «timbre de alarma», previsto para casos en los que la división política abandona los factores ideológicos y los partidos votan por adscripción comunitaria, lo que en Bélgica se considera legalmente anatema. En tal caso, el Gobierno debe resolver el problema y replantearlo para que desaparezca esa fractura, o en caso contrario dimitir. El problema es que el Ejecutivo ya ha dimitido. Y que Bélgica asumirá el próximo 1 de junio la presidencia de turno de la Unión Europea.
En la sede del Parlamento belga había ayer una presencia inusitada de corresponsales extranjeros, pero no estaban interesados en esta enésima crisis identitaria de los belgas, sino porque estaba previsto también que se aprobase la ley que prohíbe el uso del burka y otras indumentarias que oculten el rostro, algo en lo que todos los partidos están de acuerdo, y se han encontrado con una situación completamente belga.
Los que pretendían aprovecharse de la situación han sido los racistas flamencos del Vlaams Belang, que han llegado a desplegar una pancarta diciendo que «después de 1.100 días de caos belga, es tiempo para la separación». Según las encuestas, este partido, considerado como fuera de lo aceptable en términos democráticos, está en baja en Flandes. El problema es si sus nocivos ideales separatistas han llegado a contagiar al conjunto de los partidos democráticos flamencos.
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