La radiactividad ya llega al agua y los alimentos en Japón
Los operarios de la siniestrada central nuclear siguen luchando a la desesperada por conectar el sistema eléctrico de refrigeración de los reactores para reducir las fugas
PABLO M. DÍEZ
La radiación que ha escapado esta semana de la siniestrada central nuclear de Fukushima, a 250 kilómetros al noreste de Tokio, ya está llegando al agua de la capital y a las tierras de cultivo y ganaderías cercanas.
En su primer informe sobre la contaminación ... en la cadena alimentaria tras la crisis nuclear que ha desatado el tsunami del 11-M japonés, las autoridades informaron ayer de que habían encontrado restos de yodo radiactivo en el agua del grifo de Tokio y otras cinco prefecturas, entre ellas Fukushima, donde se ubica la planta dañada. Según el Ministerio de Ciencia y Tecnología, los niveles hallados no superan los límites oficiales y, en el peor de los casos, se situaban un tercio por debajo de la barrera permitida.
Pero otro Ministerio, el de Salud, anunciaba que la cantidad de yodo detectada en el agua de Fukushima sí rebasó ligeramente el límite el jueves, aunque luego caía por debajo de los márgenes el viernes y ayer sábado. En Tokio, la muestra de agua analizada contenía 1,5 becquereles por kilo de yodo 131, bastante por debajo de los 300 becquereles por kilo que pueden tolerar la comida y la bebida.
Aunque tales cifras no parecen ser, de momento, peligrosas para la salud, suponen un nuevo motivo de preocupación porque demostrarían el alcance de las fugas radiactivas que sufre la central de Fukushima. Hasta ahora, estos análisis de agua sólo se hacían una vez al año y jamás relevaban la existencia de yodo radiactivo.
Además, el portavoz del Gobierno, Yukio Edano, anunció que se han detectado niveles de radiación en leche y espinacas del noreste de Japón. La leche procedía de granjas situadas a entre 30 y 120 kilómetros de la central y las espinacas de Ibaraki, una prefectura vecina. Aunque Edano insistió en que la contaminación no suponía “un riesgo inmediato para la salud”, señaló que se llevarán a cabo más pruebas en otros alimentos y se detendrán los envíos procedentes de esa zona para ser analizados.
“No significa que uno se sienta mal justo después de tomar dichos alimentos, pero no sería bueno seguir ingiriéndolos durante algún tiempo”, indicó el portavoz del Ejecutivo.
En concreto, las espinacas contenían yodo y la leche cesio. Para contrarrestar sus efectos, las autoridades niponas recomiendan tomar pastillas de yodo a las personas que se hallen cerca de las zonas contaminadas en las cercanías de la central de Fukushima. El yodo radiactivo puede causar cáncer de tiroides pero, si se ingieren antes estas pastillas, el organismo rechazará el contaminado procedente del exterior.
“Aunque el yodo radiactivo tiene una vida de unos ocho días y desaparece naturalmente al cabo de unas semanas, hay un riesgo a corto plazo si lo contiene una comida que sea absorbida por el cuerpo”, detalló el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que tildó de “crítica” la medida del Gobierno nipón.
El problema es que el miedo ante una posible radiación ha agotado las pastillas de yodo no sólo en las farmacias de Japón, sino también en lugares tan alejados como Europa y Estados Unidos, que se encuentran a miles de kilómetros y están a salvos de los escapes procedentes de Fukushima. De hecho, los médicos advierten de que las pastillas de yodo sólo deben ser tomadas en caso de someterse a la radiación en un plazo de 48 horas, porque de lo contrario pueden ser contraproducentes al dañar el tiroides.
Mientras tanto, los operarios de la central nuclear de Fukushima 1 siguen luchando desesperadamente por conectar la refrigeración eléctrica de los reactores para bajar su temperatura y reducir el riesgo de fugas. Exponiéndose a potentes radiaciones que les están minando la salud y les recortarán años de vida, estos héroes kamikazes han conseguido conectar el cable de la electricidad a los reactores uno y dos. Ahora sólo falta que la corriente funcione y no se produzcan chispazos que podrían causar nuevas explosiones. Pero dichas operaciones son muy complicadas y se pueden prolongar durante varios días, ya que los técnicos trabajan a contrarreloj arriesgando sus propias vidas. Moviéndose en la oscuridad entre los escombros de las torres que protegían a los reactores, que saltaron por los aires con las explosiones de esta semana, los operarios se van turnando cada pocos minutos para evitar una larga exposición a la radiactividad.
Otra noticia positiva es que han conseguido estabilizar el reactor número tres, uno de los más peligrosos porque no sólo contiene uranio, sino también plutonio. Al parecer, han dado sus frutos los titánicos esfuerzos arrojando toneladas de agua del mar con ácido bórico desde helicópteros militares y a través de mangueras, cañones y autobombas.
“La situación en la planta sigue siendo impredecible, pero al menos hemos impedido que continúe deteriorándose”, concluyó Edano.
Sus palabras no calmaron a miles de tokiotas, que aprovecharon el fin de semana y la jornada festiva de mañana lunes para marcharse de la ciudad en dirección al sur. Es el caso de la pareja formada por el español Leonardo Carrascosa, un madrileño de 27 años que trabaja en una revista de videojuegos, y su novia japonesa Mayu Kano, de 26. Ambos partieron ayer a la prefectura de Ehime, en la isla de Shikoku, a más de 800 kilómetros de Tokio.
“Hace mucho tiempo que se ha vaticinado un gran terremoto en Japón y hemos visto muchas películas catastrofistas, pero éste ha sido el más fuerte de mi vida y nadie estaba preparado”, relató por teléfono Mayu, quien también trabaja en una empresa de videojuegos y ha dejado la capital por miedo a la fuga radiactiva y las potentes réplicas. Ayer, la Tierra volvió a temblar en Japón con dos seísmos de 4,5 y 5,9 grados que no provocaron daños. Por su parte, Carrascosa volverá el jueves a España y esperará “un par de semanas para ver si se calma la situación”.
Mientras tanto, sigue aumentando el recuento de víctimas, que asciende ya a más de 7.300 muertos y 11.000 desaparecidos. A ellos hay que sumar los cientos de miles de damnificados que han perdido sus hogares y soportan bajísimas temperaturas en el arrasado noreste de Japón.
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