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Boris Johnson gana el Brexit y su pugna con David Cameron

Pese a sus salidas de tono, los británicos se fían más del adalid del «Leave», que del primer ministro

LUIS VENTOSO

Nada complace más al inglés que un punto de excentricidad –siempre que no degenere en lo chusco– y una buena escuela (no hay otro país donde al presentar a un personaje se otorgue más atención al dato de cuál fue su colegio). Alexander Boris de Pfeffel Johnson , que ha cumplido 52 años cuatro días antes del referéndum del 23 de junio, reúne ambas cualidades: originalidad y una educación de élite en las canteras del poder, Eton y Oxford.

«Soy un crisol en una sola persona», suele decir refiriéndose a sus ancestros. Curiosamente, un hombre nacido en Manhattan, con sangre francesa, alemana y turca (su bisabuelo Alí Kemal llegó a ministro del Interior) encarna a ojos del público la quintaesencia de lo inglés. Boris lo sabe y está cultivando el sentimentalismo nacionalista. Denominó a la jornada de la consulta «el Día de la Liberación de Gran Bretaña » y su lema de campaña era «Tomemos el control». Subido a su enorme autobús rojo de Vote Leave –irónicamente de fabricación alemana–, jugaba a San Jorge contra un dragón que esta vez se llamaba Europa.

Boris añade algo más a la ecuación: un sentido del humor arrollador, casi infalible y sin autocensura. Durante varios lustros, este experiodista de huesos anchos y espaldas cargadas, con su pelo amarillo disparado y su bici, fue el Falstaff de Westminster: «Si votas tory, tu coche correrá más y tu novia tendrá más talla de sujetador». Uno de sus hitos. Pero ahora, sin renunciar a sus mañas cómicas, el bufón quiere transmutarse en el Príncipe Hal. Aspira a reinar, a suceder a Cameron en el Número 10 en 2020 .

En 2012, en los Juegos de Londres, durante más de dos minutos un coro de voces de «¡Boris, Boris!» resonó en el estadio olímpico como homenaje espontáneo a su alcalde. Cameron escuchaba. No había aplausos para él. Dave es dos años más joven que Boris y su relación es correcta. A ratos incluso impostaron cierta amistad, sobre todo porque el primer ministro es un relaciones públicas natural. Pero Johnson, de quien se dice que en realidad no tiene amigos, nunca encajó bien que un coetáneo de Eton y Oxford al que veía más flojo que él se hiciese con las riendas del partido en su lugar.

«Boris se cree cien veces más inteligente que Cameron» , ha reconocido en un documental de Channel 4 uno de sus biógrafos. Seguramente es cierto. Pero los detractores de la Ambición Rubia le reprochan que es errático, perezoso ante el monótono trabajo de oficina, poco fiable y, a pesar de su chispa, un parlamentario de dialéctica poco eficaz. Tras su mayoría absoluta en mayo de 2010, Cameron lo incorporó a su Gabinete como ministro sin cartera. «Quiero tener a los mejores en la cancha», proclamó con tono paternalista. La aportación de Johnson ha sido nula, salvo sus pintureras apariciones en el Número 10 con su bici y su casco ciclista.

Aunque carezca del método y laboriosidad de su rival por la sucesión, Osborne, ministro de Hacienda y mano derecha y favorito de Cameron , Johnson es el único político británico con brillo de rock-star . La gente se alegra de solo verlo. Transmite buen rollo. Aburrimiento cero. Sus llegadas con su autobús rojo a esas ciudades inglesas algo dormidas, reverso gris del híper musculado Londres, constituyen un acontecimiento: va de selfie en selfie, no para de chocar manos.

Mina mediática

Propagandista superdotado de sí mismo, busca con intención fotos llamativas: se come un helado a bocados osunos junto a una abuela (limpiándose la boca con el dorso de la mano); compra unos espárragos verdes en un mercado y los esgrime como un símbolo de la gloriosa identidad nacional; apura a lo Farage una buena pinta , hace un trompo con una berlina deportiva en una fábrica…

En campaña, Boris ha faltado a la verdad constantemente, con datos mendaces. Empezando por su autobús, donde rezaba con grandes letras: «Cada semana enviamos a la UE 350 millones de libras, en lugar de eso, gastémoslas en la Sanidad». La Oficina Nacional de Estadística advirtió que es falso. También lo era su afirmación de que la UE destina 143 millones de euros anuales a las corridas de toros en España. O el trivial debate que suscitó al alertar, erróneamente, de que la UE quiere prohibir que se vendan más de tres plátanos por racimo (partidarios de Remain se han manifestado en sus actos vestidos de gorilas y con pancartas de «Me he comido todo un racimo, ¡Boris!»).

Chris Patten , rector de Oxford y ex presidente del Partido Conservador, le zumbó muy duro en la BBC: «No se le puede llamar propiamente mentiroso. Pero es una de esas personas que no saben diferenciar la realidad y la ficción. En unas semanas dirá lo contrario de lo que ahora dice».

Piel de rinoceronte, Boris lo supera todo. Hasta ha salvado su segundo matrimonio con una ilustre abogada, con la que tiene cinco hijos, pese a un sonado adulterio de cuatro años con la periodista Petronella Wyatt, quien acabó abortando tras una promesa falsa de que se iría con ella. También hay un hijo extraconyugal con una asesora de arte del Ayuntamiento de Londres. En 2004 fue suspendido brevemente de militancia por mentir sobre sus aventuras adúlteras.

Polémicas

Petronella ha ofrecido el mejor retrato psicológico de doble rostro y que según ella tiene «más vueltas que un remolino»: «Ama los chistes, pero no es un humorista. Es inteligente, pero muy introvertido. Oscila entre la efervescencia y la duda. Tiene aspecto de hombre feliz, pero su felicidad puede ser muy precaria». Lo clava.

Stanley Johnson, el padre de Boris, es un entusiasta europeísta, antiguo empleado de la UE en Bruselas y diputado tory en Europa. Los hermanos del paladín del Brexit también están por el Remain.

En esta campaña, Johnson ha pisado muchos charcos. Ha sido acusado de racista, porque después de que Obama apoyase la permanencia en la UE en su viaje a Londres, Boris lo acusó de estar contra Gran Bretaña “porque en parte es keniata”. Pero la gran polvareda la levantó al comparar a la UE con Napoleón y Hitler , porque todos intentaron unir a Europa.

La comparación con Hitler provocó una fricción con Juncker, que para desesperación de Cameron, que no traga al luxemburgués y rechazó su elección, irrumpió en la campaña británica, lo que perjudicó a Remain. Juncker recordó que Boris fue de joven corresponsal del «Telegraph» en Bruselas (antes lo habían despedido de «The Times» por inventar citas) y lo invitó a volver para que vea que su visión es equivocada. Johnson contestó emplazando a su vez Juncker a venir ver «el daño que hace la UE en las zonas pobres de Gran Bretaña».

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