Los peshmerga asientan su dominio sobre Kirkuk, «la Jerusalén kurda»
Árabes, turcomanos y kurdos aseguran que la seguridad ha mejorado, pero algunos rechazan su integración en el Kurdistán
Los peshmerga asientan su dominio sobre Kirkuk, «la Jerusalén kurda»
Para el taxista Nishat, los atentados son una buena forma de medir el nivel de seguridad. «Antes teníamos un coche bomba cada tres o cuatro días. Ahora solo hay uno al mes, más o menos», dice al entrar en Kirkuk. Esta ciudad ha sido uno ... de los principales focos de conflicto en Irak desde la caída de Saddam Hussein en 2004. Las autoridades kurdas la quieren incluir en el territorio del Kurdistán, algo que no hacía mucha gracia a las minorías árabes y turcomanas de la provincia. Hasta que la expansión del Estado Islámico en el norte del país lo ha cambiado todo.
«Creo que es mejor si Kirkuk se queda bajo gobierno kurdo», afirma Ali Fuad, un árabe que se gana la vida vendiendo zapatillas fabricadas en Turquía. «Soy de Bagdad. Me mudé a Tikrit con mi familia, pero a los tres años tuve que marcharme por los enfrentamientos entre suníes y chiíes. Pero en el Kurdistán no existen esas divisiones, aquí todo el mundo coexiste», afirma.
No es la primera vez que Ali reside en Kirkuk: su familia formó parte del programa de arabización forzosa puesto en marcha por el régimen de Saddam Hussein en las regiones kurdas de Irak. Cientos de miles de kurdos fueron expulsados de estas áreas y enviados a otras partes del país, al tiempo que se ponían en marcha medidas de reasentamiento de árabes pobres del sur.
«Mi familia vino aquí de forma voluntaria. Nos dieron tierras y 10.000 dinares iraquíes, que en aquella época era mucho dinero», explica Ali. «Los kurdos nos daban mucha pena, pero los responsables de su sufrimiento no fuimos nosotros. No podíamos hacer nada por ellos», asegura.
«Éramos ciudadanos de tercera»
«Antes, los kurdos no podían comprar tierra y tenían que marcharse de aquí. Éramos ciudadanos de tercera o cuarta», se queja Sarkawt Mohammad Gul, un trabajador kurdo. «Aquí solo había kurdos y turcomanos, los árabes son una importación. Pero hasta trajeron sus cementerios, para poder asegurar que esta era su tierra», afirma.
Pero los kurdos jamás han renunciado a hacerse con Kirkuk, que consideran «la Jerusalén kurda». En 2003, tras la caída del régimen de Saddam Hussein, los milicianos peshmerga extendieron los territorios bajo su control hasta las puertas de la ciudad. La ciudad está considerada legalmente como un «territorio en disputa», pero el rechazo de las minorías árabes suníes y turcomanas a esta posible anexión ha generado una oleada de atentados y actos violentos que se ha cobrado miles de vidas en los últimos años.
El último episodio importante en esta saga ocurrió el pasado junio, cuando los peshmerga se hicieron con su control , al mismo tiempo que el Estado Islámico tomaba Mosul. Para el gobierno central de Bagdad fue una especie de doble provocación, pero los kurdos aseguran que el ejército iraquí huyó despavorido ante los avances yihadistas, y que a sus combatientes no les quedó más remedio que tomar la localidad bajo su mando.
Prácticamente todos los entrevistados por ABC, independientemente del grupo étnico o religioso al que pertenecen, coinciden en que desde entonces la seguridad ha mejorado notablemente, incluso aquellos que no apoyan la integración de Kirkuk en el Kurdistán. Una diferencia abismal respecto a la visita anterior de este corresponsal a la ciudad, en 2009, cuando las protestas de árabes y turcomanos eran el pan de cada día y se los coches bomba se sucedían con regularidad.
Atentados suicidas
«La seguridad es el motivo por el que vine aquí. Así no necesitamos ir a Erbil», dice Mushtaq Talib Qadduri, un vendedor árabe que llegó desde Diyala a esta ciudad hace tres meses, después de que la tomasen los peshmerga. «El Estado Islámico no es bueno. Conquistan tu ciudad, te cobran impuestos, entran en tu casa y si les gusta algo se lo llevan. A mí me quitaron el generador y el coche, y no podía decir nada porque me habrían matado. Ahora duermen en mi casa», asegura este hombre, que en Diyala era propietario de cuatro tiendas y ahora sobrevive con la venta callejera.
Pero el orden público sigue siendo un desafío para las autoridades kurdas. Hace dos semanas, tres suicidas se inmolaron en la ciudad, matando a al menos 18 personas e hiriendo a varias decenas más. Y lo más preocupante es que esto sucedió casi al mismo tiempo que un coche bomba estallaba en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, en el primer atentado contra civiles en suelo kurdo en mucho tiempo.
A día de hoy, la mayor oposición la ejercen los representantes del Frente Turcomano Iraquí, que exigen una «representación justa» en los órganos de poder de la administración. Pero la opinión de algunos de sus miembros es diferente, según reconocen en privado. «Si no fuese por los peshmerga, estaríamos todos muertos. Pero si digo esto en la prensa, me pegan un tiro», dice un militante del Frente.
«Saddam Hussein no distinguía entre turcomanos y kurdos, y los kurdos fueron los más oprimidos de Irak», explica esta persona, quien, sin proponérselo, resume el drama de esta minoría ante el empuje kurdo en una frase: «Nosotros queremos a los kurdos, pero los kurdos no nos quieren a nosotros». El estatus de Kirkuk, en cualquier caso, parece irreversible, salvo a costa de un gran derramamiento de sangre.
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