La batalla milenaria contra los mosquitos que mataron a más gente que las guerras
Algunos historiadores defienden que causaron la caída del Imperio Romano, pero se lucha contra ellos desde 4.000 años antes
Lo que comes puede ayudar a que te piquen menos los mosquitos
Madrid
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Iniciar sesión«Mucho más que los zepelines, son las moscas y los mosquitos los que constituyen el mayor terror de Inglaterra», aseguraba ABC en agosto de 1915, con el sol pegando fuerte en aquella Europa arrasada por la guerra. Este diario se hacía eco también ... de la teoría de dos reputados investigadores estadounidenses que defendían que la decadencia de Grecia y la caída del Imperio Romano fueron provocadas, «de un modo muy poderoso», por los malditos zancudos que cada verano nos hacen la vida imposible. Y, por último, se preguntaba: «¿Acabarán los mosquitos con el Imperio británico? ¿Harán ellos lo que no logran hacer los zepelines alemanes y los obuses de 42 milímetros?».
Ya se sabe que los mosquitos no tienen ejército ni jerarquía, pero han conquistado casi todos los continentes y ganado miles de guerras a lo largo de la historia. Como dijo el primer ministro británico, Winston Churchill, «han matado a más soldados que las balas». Un buen resumen de esta máxima lo ofrecía también ABC en el verano de 1930: «La lucha entre el hombre y el mosquito es muy antigua, y hasta hace poco, los mosquitos siempre ganaban». Se trataba de un gran reportaje sobre los últimos avances en la batalla de los médicos y los científicos contra sus picaduras, que han causado estragos en la sociedad como transmisores de enfermedades como la malaria, el paludismo y la fiebre amarilla, que tantos millones de muertos han causado, como lleva advirtiendo la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde su fundación en 1948.
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han combatido la amenaza de los mosquitos mediante estrategias rudimentarias basadas en plantas aromáticas o fuego, nuestros primeros repelentes. Investigaciones etnobotánicas –que estudian cómo las culturas utilizan las plantas con fines medicinales o utilitarios– revelaron que en el Antiguo Egipto, ya en el 4500 a. C., se usaban extractos vegetales como el ricino o la citronela para fumigar poblados y mantener a raya a estos insectos. No hay que olvidar que los mosquitos, con más de 3.500 especies conocidas, están presentes en todas las regiones del planeta, excepto en la Antártida.
«Contra los mosquitos, que abundan mucho, los egipcios que habitan los pantanos han ideado una red de pesca que colocan alrededor de la cama, debajo de la cual se meten para dormir. A través de esta red, los mosquitos no se atreven ni a intentar picar», escribió Heródoto en el siglo V a. C. Textos clásicos de la Grecia y de la Roma antiguas mencionaban también el uso de plantas como la salvia, el ajenjo o la artemisia, que se quemaban en áreas cercanas a las viviendas para repeler a los insectos. Sin embargo, estos remedios no siempre eran eficaces, como se comprobó en 1994 tras un descubrimiento macabro.
Cementerio infantil
Ese año, el profesor David Soren, arqueólogo de la Universidad de Arizona, excavó las ruinas de una villa romana en Lugnano in Teverina, a orillas del río Tíber. Allí halló un gran cementerio infantil, el mayor descubierto en Italia, cuyos restos mostraban evidencias claras de haber sucumbido a la malaria —conocida entonces como «los vapores del verano»—, transmitida por mosquitos. Este hallazgo confirmó el devastador papel de estos insectos en la historia antigua.
En la medicina tradicional india del siglo IV a. C. se empleaban también la citronela y la artemisa, y se añadieron árboles autóctonos como el laurel, cuyas hojas se quemaban para liberar su aroma y alejar a los insectos. Estas costumbres se extendieron hacia África y, más tarde, hacia Europa, donde durante la Edad Media y la Edad Moderna era común colgar ramilletes de tanaceto, ajenjo o menta en las viviendas. También se esparcía sobre las camas un polvo hecho con estas plantas para reducir la presencia de mosquitos.
Estas prácticas formaban parte de la higiene doméstica más elemental, aunque su eficacia dependía más de la intensidad del aroma que de su poder insecticida real. El verdadero punto de inflexión llegó en 1895 con el llamado 'katori senk', creado por Yuki Ueyama. Esta japonesa se inspiró en las propiedades del piretro, una planta insecticida que mezcló con cáscara de naranja y almidón para crear unas varillas que, al principio, ardían en solo 40 minutos. Decidió entonces enrollarlas en espiral para prolongar su combustión. Una idea sencilla que cambió para siempre la protección contra los mosquitos, al convertir sus espirales en un producto icónico que fue fabricado a mano hasta 1957. Ese año se industrializó y hoy se sigue usando en gran parte de Asia.
Segunda Guerra Mundial
Mientras tanto, en la primera mitad del siglo XX, comenzaron a surgir los primeros repelentes sintéticos. Muchos resultaron poco eficaces o con efectos secundarios indeseados. La guerra contra los insectos seguía su curso hasta que, durante la Segunda Guerra Mundial, se produjo un gran avance científico. En el frente del Pacífico, los soldados estadounidenses sufrían más por las picaduras que por las balas, tal y como advirtió Churchill. La malaria y otras enfermedades transmitidas por mosquitos estaban causando estragos en las tropas, lo que llevó al Gobierno estadounidense a priorizar el desarrollo de un repelente eficaz.
Así fue como nació, en 1944, el DEET, un compuesto químico que cambiaría para siempre la protección contra los insectos. La fórmula fue desarrollada por el químico Samuel Gertler, bajo encargo del Departamento de Agricultura y del Ejército. Su objetivo era crear una sustancia que ahuyentara eficazmente a los insectos sin resultar tóxica para los humanos. En 1946 se aprobó su uso militar y pronto se aplicó en masa en zonas como Filipinas y Birmania, donde las enfermedades tropicales hacían estragos.
El DEET tardó más de una década en llegar al público general. No fue hasta 1957 cuando empezó a venderse en farmacias en forma de aerosoles y cremas. Su éxito fue inmediato, sobre todo como defensa ante el temido Aedes aegypti, transmisor del dengue y la fiebre amarilla. Ese mismo año, ABC ya anunciaba en sus páginas los primeros productos con este ingrediente, como la loción Cruz Verde. La imagen del anuncio mostraba a una persona con una coraza de hierro recostada en una hamaca en la playa, mientras fumaba tranquilamente un cigarro. El eslogan era rotundo: «Una armadura contra los insectos».
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