De «secta minoritaria» a religión masiva en mil años: los secretos del cristianismo para dominar Europa
El profesor Peter Heather analiza en 'Cristiandad. El origen de una religión', los factores que llevaron a esta fe a adquirir un papel predominante en el viejo continente
La obsesión que martirizó a Colón hasta su muerte: organizar una cruzada para conquistar Jerusalén

Son casi un millar de páginas; 992 folios que conforman un ensayo igual de colosal que el tema que aborda. Tiene bemoles, y permítanme el coloquialismo, que una de las mayores investigaciones sobre la cristiandad del último siglo la haya alumbrado un agnóstico. «Pasé ... por una fase muy religiosa en mi vida cuando era joven, y todavía creo que hay elementos en sus tradiciones y creencias que son profundamente verdaderas y reales, pero ahora he cambiado, aunque no soy ateo». Peter Heather nos abre las puertas de su casa a través de videoconferencia, y lo hace armado con la objetividad que le otorga ver la evolución de esta religión desde la barrera; sin filias ni fobias.
«Es un libro larguísimo, ¡pero tenía muchas cosas que contar!». Bromea el profesor de Historia Medieval en el King's College de Londres mientras describe orgulloso su nuevo ensayo: 'Cristiandad. El triunfo de una religión' (Crítica). El título es clave, porque, parafraseando a don Camilo José Cela, no es lo mismo estar dormido que durmiendo. La cristiandad abarca el conjunto de fieles y países que profesan esa fe; un paisaje cultural, político y social que se forjó pasito a pasito. «El cristianismo existía antes», apostilla. El objetivo de Heather ha sido explorar cómo una cosa se transformó en la otra. El hechizo mágico, ese 'Bibidi Babidi Bú', que llevó a «una suerte de pequeña secta formada por devotos» a transformarse «en un movimiento masivo ligado a Europa» mil años después.
La espita
Toda buena historia tiene un arranque a la altura, y la de la cristiandad la dejó sobre blanco Eusebio en sus textos sobre Constantino: «En las horas meridianas del sol […] vio en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz […] en el que estaba escrito 'con esto vencerás'». Así fue como describió el obispo de Cesarea la conversión del emperador que, en el siglo III, ligó esta fe al viejo Imperio de las legiones. El porqué es todavía un enigma. «Existen pistas de que su familia era cristiana, pero solo son eso, pistas. En todo caso, el general admitió que profesaba esta religión después de haber obtenido muchas victorias. Para la sociedad de la época, las glorias en el campo de batalla estaban unidas a los dioses», sentencia Heather.
El profesor alarga el brazo unos segundos y se toca la cabeza, inquieto; viene un tema controvertido. «Historiadores como el suizo Jacob Burckhardt argumentan que Constantino vio en el cristianismo una religión en alza que le ayudaría a controlar su imperio», comienza. Él no está de acuerdo. «En el año 320 no era así. Cuando el emperador se convirtió, el grueso de los feligreses se limitaba tan solo a ciertos pueblos. Además, entre ellos había diferencias en la comprensión de doctrinas clave como la Trinidad», admite. Nuestro británico rompe moldes y aboga por una romanización del cristianismo, aunque no esconde que el proceso se dio en los dos sentidos. «Siento ser ambiguo», ríe. Perdonado.
Ya fuera antes el huevo o la gallina, está claro que Constantino dio el empujón definitivo a esta religión. «Entre las élites terratenientes se generó un proceso de conversión que terminó por filtrarse a la población urbana», añade. La semilla quedó bien enterrada, aunque aquel cambio modificó también, según Heather, los principios de la fe: «El cristianismo se vio obligado a hacer las paces con la riqueza para expandirse». Sonríe y ataca con un argumento de los que vertebran su ensayo: «Ha sabido adaptarse para sobrevivir. En la práctica, las creencias actuales y las originales se parecen poco». Después, arremete con una retahíla de ejemplos: «Para que la ciudadanía lo asumiera, empezó a preocuparse de temas más terrenales y cercanos como el matrimonio o la procreación».
Explosión definitiva
La mano de Constantino no fue baladí, y valgan como ejemplo concilios ecuménicos como el de Nicea, donde se forjaron mecanismos que buscaban resolver las disonancias que afloraban en el seno de la fe y acercar las nuevas ideas al pueblo. Sin embargo, Heather es partidario de que tuvieron que pasar todavía muchas décadas para que esta religión permease hasta el grueso de la población: «Los primeros encargados fueron los obispos del VI y el VII. Ellos se ciñeron a territorios concretos, predicaron y construyeron iglesias». Aunque el verdadero impulso se dio en los últimos estertores del Imperio romano, allá por el siglo XI; nada menos que novecientos años después. «Fue entonces cuando se aunaron dos elementos clave para su expansión», desvela.
El primero de ellos fue la conjunción de los estudiosos de la fe en una suerte de universidad cristiana. «Esta tendencia pasó de París al norte de Italia, y de allí, a España e Inglaterra. Antes del XII había muchos pensadores, pero dispersos. Con el nuevo siglo se unieron y generaron una intensidad intelectual que acotó los límites de la religión», sostiene Heather. Esta nueva corriente fue la que forjó conceptos como el del purgatorio tal y como los conocemos hoy. Y así lo cree el experto: «Si lo piensas fue algo muy tardío. Tardaron mucho en ofrecer un mensaje esperanzador a la sociedad medieval. A partir de entonces se generó esa idea de que, como Jesús había muerto por la humanidad, la salvación no podía ser fácil», finaliza.
Cristiandad

- Editorial Crítica
- Páginas 992
El segundo secreto fue el nacimiento del papado; y es que consiguió imprimir un «pasmoso grado de uniformidad religiosa» a una porción de tierra enorme. «El cristianismo adolecía de un mecanismo de autoridad que todo el mundo aceptara y que pudiera decidir, por derecho, si las doctrinas que se forjaban en las nuevas universidades eran o no correctas», completa. Aquel privilegio, en principio perteneciente a los emperadores, quedó a su cargo. «Hasta entonces siempre habían surgido diferencias a la hora de estudiar la Biblia. Las respuestas a las preguntas no eran fáciles y había varias facciones que luchaban entre sí. Los concilios primero, y el papado después, resolvieron de forma parcial este problema», completa.
Otras herramientas
Hemos cazado a Heather, o eso creemos: ha admitido que fueron dos los factores que favorecieron la explosión del cristianismo. Sin embargo, en su libro habla de una tercera pata: el poder coercitivo. Pero el inglés se defiende sin pestañear: «Este último dependía del papado. Hubo una amplia variedad de instituciones que lo aplicaron, pero la más famosa fue la Inquisición. El suyo era un proceso horrible basado en el terror». Ha dicho la palabra mágica; y más, cuando los historiadores españoles luchan a diario por combatir la leyenda negra que ronda a su alrededor. «Sé que hay un intento de reescribir esta parte de la historia. Me parece bien, porque se han extendido muchas mentiras. Pero al sureste de Francia, donde más documentos existen en este sentido, está claro que se valían de la tortura», destaca.
Extraña también que no hable de las conversiones, consideradas como las armas más eficaces de la religión en la vieja Europa. Pero esconde una razón: «Tenemos un modelo de conversión en nuestra mente que está dictado por la Biblia. San Pablo en Damasco, Augusto en el jardín... La realidad es que, cuando te fijas en la documentación histórica, muchas se producían por mera practicidad». Heather ha hallado casos curiosos, pero el más llamativo es el de un obispo que, en el año 350, pasó del cristianismo al paganismo sin pudor. «Es el ejemplo de que los procesos dependen de la sociedad, y esta escogió muchas veces la adaptación por encima de la convicción religiosa», sostiene. Cosas del ser humano.
Parece imposible atrapar al bueno de Heather. Pero, cuando ya habíamos perdido toda esperanza, él mismo admite que había olvidado un factor. «En mil años, el cristianismo pasó de Egipto, Oriente Próximo y Asia, a poblar el viejo continente. Ese cambio de paradigma se produjo gracias a la invasión musulmana», sostiene. No hace falta que preguntemos; la expresión lo dice todo. «En efecto. La coincidencia histórica entre cristianismo y Europa es un producto de la conquista Islámica. En la era romana, incluso hasta la llegada de Carlomagno, otro de los grandes impulsores de la fe, esta religión se limitaba a la parte sur y occidental del continente; no mucho más allá del Elba. Después se vieron empujados hacia un nuevo territorio», completa.
Y así acaba un encuentro marcado por la ingente cantidad de temas que nos dejamos en el tintero. «Normal, es un libro muy extenso», bromea de nuevo Heather. Aunque, antes de guarda la grabadora y cerrar el 'Zoom' de rigor, apostamos por hacer la última embestida... ¿Ni siquiera se siente un poco más cristiano ahora que cuando comenzó el libro? Ríe el profesor, pero no duda: «Creo que sigo igual. Esta fe esconde una gran humanidad y compasión. También me llama la atención el elemento del perdón. Pero tan cierto como ello es que, cuando estudias su historia, te percatas de que la Iglesia es una institución artificial fabricada por el hombre y que las fuerzas que la han creado son humanas». Pintoresca máxima para un hombre que ha dedicado muchos años de su vida a estudiarla y recopilarla.
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