Odios y traiciones: la verdad tras la relación entre José Antonio Primo de Rivera y Franco
Serrano Súñer confirmó en sus diarios que el fundador de la Falange y el militar tuvieron una infinidad de enganchones poco antes del estallido de la guerra
El Gobierno no irá a la exhumación del fundador de la Falange, como sí hizo con el dictador
La desesperada carta del líder de Falange para evitar que Franco le fusilara: «Hágalo por nuestra amistad»
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Iniciar sesiónJosé Antonio Primo de Rivera vuelve a la actualidad. Más de ocho décadas después de que fuera fusilado en la prisión de Alicante, y otros tantos años desde que su cadáver viajara por media España hasta descansar en el Valle de los Caídos, el ... fundador de Falange Española (FE) ha saltado a los medios después de que se confirmara que, el próximo lunes, sus restos serán exhumados y depositados en el cementerio de San Isidro a petición de la familia. Todo ello, al calor de la nueva Ley de Memoria Democrática. De esta guisa se unirá a Francisco Franco, exhumado también en 2019.
Fueron décadas las que ambos descansaron en Cuelgamuros. Y eso, a pesar de que no se toleraban. Porque sí, querido lector, por mucho que se haya repetido hasta la saciedad, el Generalísimo y 'El ausente' sentían una animadversión que corroboró Ramón Serrano Súñer en sus memorias: «Respecto al mismo José Antonio no será gran sorpresa decir que Franco no le tenía simpatía. Había en ello reciprocidad, pues tampoco José Antonio sentía estimación por Franco, y más de una vez me había yo, como amigo de ambos, sentido mortificado por la naturaleza de sus críticas. A Franco el culto a José Antonio, la aureola de su inteligencia y de su valor, le mortificaban».
Encontronazo
El primer encuentro entre el uno y el otro se sucedió en mitad de un clima de tensión tricolor. A finales de 1935 la República se hallaba comida por la corrupción. El 5 de septiembre se destapó el escándalo del estraperlo, la aceptación por parte del Gobierno de mordidas a cambio de introducir en nuestro país un novísimo juego de apuestas. Y a este le siguió el 'Caso Nombela', el pago fraudulento de una indemnización al empresario Antonio Tayá por haberle retirado la concesión de transporte a las colonias de Guinea Ecuatorial. Esta larga retahíla de infamias le costó el puesto a Alejandro Lerroux y a una lista interminable de ministros radicales.
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La caída del gobierno y el planteamiento de unas nuevas elecciones no calmó las aguas; más bien las avivó. La Confederación Española de Derechas Autónomas y el Ejército empezaron a coquetear con un golpe de Estado. Y uno de los primeros en recibir la llamada fue el, por entonces, jefe del Estado Mayor Francisco Franco. Muy a la gallega, como fue durante toda su vida, el general respondió con evasivas y medias tintas. Al final, lo único que atendió a decir fue que no aconsejaba un movimiento de tales dimensiones, pues los militares no lo secundarían y sería un verdadero suicidio. Además, la gravedad de la situación no parecía justificar aquello. 'Miss Canarias' en su máximo exponente.
Así andaba todo cuando Primo de Rivera solicitó una entrevista con Franco para orquestar una posible alianza. El primero sumaba apenas 32 primaveras a sus espaldas, era un líder reconocido por su camorrismo político y callejero, y se había hecho un hueco en los periódicos por sus formas a la hora de comunicar. Por si fuera poco, era alto y bien parecido; una figura mediática en toda regla. El segundo, como bien explica José María Zavala en 'Franco con franqueza', era un cuarentón «poco agraciado, bajito» y con una característica voz atiplada que le había granjeado en la academia el apodo de 'Cerillito'. El contraste era evidente.
En palabras de Zavala, ambos se reunieron en la casa que el padre de Serrano Súñer tenía en la calle Ayala de Madrid, una de las más céntricas de la capital. Normal. Por un lado, era amigo de la familia Franco desde hacía años; por otro, mantenía también una estrecha relación con José Antonio Primo de Rivera. Ejemplo de ello es que se había desposado con la hermana pequeña de Carmen Polo en febrero de 1931, y José Antonio había sido su testigo en la boda. Por eso, precisamente, sabía que lo que iba a pedirle el líder de Falange al del Ferrol no iba a cuajar: una intervención quirúrgica preventiva que derivara en un gobierno nacional oligárquico. Todo, eso sí, para evitar la deriva hacia la Guerra Civil.
Aquel encuentro estaba condenado. Según escribió Serrano Súñer en sus diarios personales, el uno y el otro salieron de allí pensando que su par era un impresentable. «Fue una entrevista pesada y para mí incómoda. Franco estuvo evasivo, divagativo y todavía cauteloso», explicó. También recalcó que «José Antonio quedó muy decepcionado y, apenas cerrada la puerta del piso tras la salida de Franco, se deshizo en sarcasmos». Tan duras fueron las críticas, que el amigo común se sintió importunado por aquello. Pero ni con esas se mordió José Antonio la lengua: «Mi padre, con todos sus defectos, con su desorientación política, era otra cosa. Tenía humanidad, decisión y nobleza. Pero estas gentes...».
A vueltas con las listas
La fricción acababa de comenzar. El siguiente episodio se sucedió después de que se descubriera el pucherazo electoral perpetrado por el Frente Popular en Cuenca durante las elecciones generales de febrero de 1936. En la segunda convocatoria, que se fijó para principios de mayo, se incluyó al líder de Falange para que tuviera inmunidad parlamentaria y saliera de la cárcel, donde se hallaba desde que fuera arrestado hacía un mes. Lo llamativo es que en la misma lista iba también Franco; al parecer, con el objetivo de que volviera de su destierro canario y se hallara más cerca de Madrid cuando se perpetrara el golpe de Estado. Aquel cóctel iba a hacer que saltaran chispas.
El odio se manifestó. Al instante, Primo de Rivera exigió su salida de las listas. Y lo hizo sin remilgos: clamando a los cuatro vientos que se marcharía por culpa del comandante general de Canarias. Franco respondió con su clásico resquemor y abandonó al instante el grupo. A partir de entonces, empezó a referirse a José Antonio de forma despectiva cuando se relacionaba con sus allegados, como bien dejó escrito Serrano Súñer: «Recuerdo que un día, en la mesa, a la hora del almuerzo, Franco me dijo, muy nervioso: 'Lo ves, siempre a vueltas con la figura de ese muchacho como cosa extraordinaria'».
Bronca
Ni la muerte de Primo de Rivera trajo la tranquilidad a Franco. Durante la Guerra Civil, ató en corto a la Falange. El del Ferrol ordenó a la red de información APIS, el mismo grupo que elaboraba los informes de las logias masónicas, que siguiese de cerca a sus miembros en busca de posibles traiciones. De hecho, fanfarroneaba afirmando que estaba «bien informado de todo cuanto se trama en las logias» y que tenía «información directa de las logias masónicas». El grueso de estos dossieres le llegó desde los años cuarenta hasta los sesenta. Al menos, así lo explica el historiador Javier Domínguez Arribas en 'El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista, 1936-1945'.
Este grupo de espías estaba formado por mujeres que, entre otras cosas, seguían de cerca a los falangistas. «Las acusaciones más graves contra la Falange se encontraban en los documentos que la red APIS atribuía a la 'secta'. En ellos, ciertas actitudes políticas habituales entre los falangistas aparecían como el resultado de consignas masónicas», destaca Arribas. Algunas de ellas, al parecer, tan graves como hacer que «los masones se sumen a todas las manifestaciones que puedan surgir y que las saturen de 'vivas y aclamaciones' al Führer y a Alemania». FE estuvo investigada durante años, al igual que sucedía con todo aquel que se declaraba partidario del rey Don Juan. De hecho, APIS solía pasar también informes de organizaciones 'juanistas', como se hacían llamar.
Zavala recoge en su obra estas ideas y señala, a su vez, que una de las personas más investigadas por Franco y el grupo APIS fue Pilar Primo de Rivera, la hermana de José Antonio. En los informes se podía leer lo siguiente de ella: «Volviendo a Pilar. Otra de las cosas que la ha enfurecido es que, según dice, ayer desfilaron ante el Caudilo las Milicias Universitarias, al grito de 'Viva España', y la palabra 'viva' ella no la traga».
Por si espiar a la organización no fuera suficiente, en 1937, todavía en plena Guerra Civil, Franco tuvo otra feliz idea que acabó de romper sus relaciones con algunos de sus miembros. El 20 de abril decretó que las principales organizaciones políticas que combatían a la República junto a él –falangistas y carlistas– quedarían unidas en un único partido llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS ). Su objetivo no era otro que acabar con las luchas internas que había en estas corrientes y, a su vez, centralizar el poder bajo su persona.
La unificación le dio dolores de cabeza. Desde Falange se alzaron voces discordantes al considerar que la unión de ambos partidos acabaría con la esencia original del partido. Uno de los contrarios a ella fue Manuel Hedilla, sucesor en la práctica de José Antonio Primo de Rivera. Tanto él como la dirección terminaron sintiéndose ultrajados por Franco cuando este les dejó a una lado en la toma de decisiones. «La inmediata reacción de la dirección de FE […] fue enviar un telegrama el 22 a los jefes provinciales en el que, si bien se mostraba acatamiento a Franco, en realidad se contravenía la orden de éste. Se reafirmaba el conducto jerárquico de FE para transmitir las órdenes del propio Generalísimo. Así lo explica Joan Maria Thomas en su obra 'El gran golpe. El caso Hedilla, o como Franco se quedó con Falange'.
El telegrama, unido a las críticas vertidas por Hedilla contra la unificación y su negativa a aceptar un cargo menor ofrecido por el de Ferrol, fueron las excusas perfectas para Franco. Este ordenó detener al líder de Falange y procesarle junto a 600 de sus seguidores. Hedilla fue condenado a muerte acusado de rebelión militar, pero luego se le conmutó la pena por la cadena perpetua. A la par, nació una falange clandestina, la Falange Autónoma, destinada a luchar contra Franco.
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