Los misterios del 'Descuartizador de Cádiz': el español que asesinó y cortó en 13 trozos a su mejor amigo
Despedazar el cadáver de su víctima –práctica de la que se acusa a Daniel Sancho– ha sido tan macabra como habitual en la crónica negra española
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José Juan, hoy en paradero desconocido, poco después de su arresto
El crimen se perpetró al calor de una música a todo volumen que buscaba ahogar los gritos de desesperación de la víctima. Era el 21 de enero de 1989, allá por Cádiz, y José Juan Martín Montañez le pidió a Javier Suárez Samaniego ... que se vendara los ojos mientras él encendía el tocadiscos. Ambos contaban 22 primaveras y eran amigos íntimos, ¿por qué sospechar? Con las piezas preparadas prosiguió la macabra sinfonía. El asesino asió la pata de una mesa llena de arena y le descerrajó un golpe en la cabeza a su compañero; según recogió días después el ABC de la época, «con la intención de que sufriese lo menos posible».
No cumplió su objetivo aquella cachiporra improvisada, así que enarboló un cuchillo de cocina y apuñaló al desafortunado Javier entre la cuarta y la quinta costilla. Como estudiante de medicina, buscaba provocar un paro cardíaco instantáneo. Volvió a fallar. Al final, le propinó varias cuchilladas «para que no sufriera», pero lo hizo con tanta fuerza que rompió la hoja del arma.
Y ya, con la víctima sin vida, arrancó el segundo acto; uno que recuerda a los hechos que, vaya el presuntamente por delante, protagonizó Daniel Sancho en Tailandia. José Juan descuartizó el cadáver, introdujo los restos en cinco bolsas y se deshizo de ellos arrojándolos al mar. Todos menos las manos, que guardó en un tarro de formol.
Lo que vino después fue más abracadabrante si cabe. José Juan envió una carta a los padres de la víctima en la que exigía un rescate de 12 de pesetas a cambio de la vida de su hijo. Debía ser entregado en pequeñas cuotas bajo unas instrucciones concretas y, en caso de demora, amenazaba con enviar «un dedo de la mano por cada semana sin pagar». La pesadilla acabó poco después: la Policía Nacional le cazó mientras recogía uno de los pagos de un cajero automático. El asesino acabó entre rejas, pero, para entonces, en toda España resonaba ya el triste caso del 'Descuartizador de Cádiz'.
Amigos íntimos
El asesinato atrajo los ojos de millones de lectores por lo inverosímil de los ingredientes. El principal de aquel cóctel de locura fue que ambos, víctima y asesino, eran amigos desde que cursaran sus estudios en un instituto de Cádiz. Crecieron juntos y permanecieron a la vera del otro hasta que la universidad les separó. Javier, hijo de un famoso arquitecto, apostó por Derecho primero, y Económicas después, cuando la primera carrera le sobrepasó. José Juan, por su parte, cursaba a la vez Medicina, Historia y Derecho. Porque, como bien afirmó el comisario de la Policía Nacional de Cádiz tras interrogarle, era una persona «muy culta, preparada y con amplios conocimientos» en varios campos.
Cuando llegó a los 22 años, José Juan era un tipo peculiar. Alto y delgado, lucía unas inconfundibles gafas de pasta y pasaba el día fumando Ducados. Hacía además deporte y disfrutaba de la música en un piso que tenía alquilado en la calle Villa de Paradas número 3; cosa extraña, pues vivía 'de facto' con sus padres. La casualidad, macabra en parte, quiso que aquel apartamento arrendado estuviese en un edificio diseñado por el padre de Javier. Allí fue precisamente a dónde llevó a su víctima el 21 de enero con la excusa de montar una mesa de ping-pong, otra de las muchas aficiones que les unían.
El porqué del crimen es todavía un misterio, y tesis las hay por decenas. El periodista especializado en criminología Francisco Pérez Abellán afirmaba en sus ensayos que José Juan, un chaval «frío, planificador y ambicioso», anhelaba el dinero y el poder que ofrecía a Javier su padre. Eso, sin contar con los problemas psicológicos que podía arrastrar. «Para uno de los psiquiatras que le examinó, tenía un trastorno de la personalidad narcisista. Le dominaba además cierto afán de protagonismo. Pero, sobre todo, le gustaba el dinero. Planeaba comprarse un piso de lujo y coleccionaba folletos con coches de lujo», afirmaba el reportero en 'El hombre lobo y otras bestias: Psicópatas, mujeres diabólicas y monstruos del crimen'.
Música mortal
Y de ahí, al asesinato. Ya en el apartamento, José Juan colocó un sillón frente al equipo de música. Según parece, con la excusa de hacer una audiometría a Javier. El resto es historia, una muy triste. El estudiante subió el volumen al máximo y perpetró un crimen que él mismo describió con pelos y señales a las autoridades. Primero la pata de la mesa, luego la faca hasta que se partió... El punto y final fue un descuartizamiento que, con toda la sangre fría que le caracterizaba, perpetró al día siguiente; antes durmió a pierna suelta en casa de sus padres. Así narró él mismo el proceso:
«Cojo un cuchillo. El primero que se me presenta, al azar, el que haya. Lo cojo. Una cosa de las que digamos que a mí me puede más impresionar son los ojos abiertos. No se los bajo, se los tapo. Una vez tapados, le cubro la cabeza. No quiero verle la expresión. Digo: ahora voy a tener esta imagen grabada no sé cuanto tiempo. Una vez está tapado, vamos a la actuación. ¡Chas! Le doy. Y despierta, sale de esa inconsciencia. ¡Estaba vivo! Él se trata de incorporar, medio cuello colgando, un ruido así de traquea que no es nada desagradable. […] Digo lo siento y hala, le clavo el cuchillo, pero a reventar, con toda la fuerza del mundo».
El acusado ayudó a la policía a recrear el crimen
Pensó en arrojar el cadáver por la ventana, comérselo o «tirarlo por el váter»; cada una de las opciones, más estúpidas que la anterior. Pero, al final, apostó por el descuartizamiento. Tal y como narró el reportero de ABC, el joven hizo uso de sus conocimientos de disección y cortó a su amigo en 13 trozos que introdujo en cinco bolsas. Todo menos las manos, a las que dio otro uso. Después, hizo otros tantos viajes de siete kilómetros para tirarlas al mar, frente al paseo marítimo. En todos ellos pasó por delante del cuartel de la Guardia Civil, pero consiguió alejar sus miradas simulando que hacía deporte. Vaya si funcionó.
Hacerse rico
Ya con el trabajo hecho, José Juan comenzó la nueva etapa de su plan: extorsionar al padre de Javier. Con una máquina de escribir redactó dos cartas que le hizo llegar al arquitecto. No había alternativa, decía en ellas, si quería volver a ver a su hijo, tendría que ingresar 12 de pesetas en la Caja de Ahorros de Cádiz. Todo estaba planeado: los pagos se realizarían poco a poco para no levantar sospechas y él no los recogería de golpe. Sí no rechistaban, «no le pasaría nada» al chico; en caso contrario, recibirían «un dedo de la mano por cada semana sin pagar». Por fortuna, la familia acudió de inmediato a las autoridades.
Las cartas guiaron a los agentes, que planearon la caza de forma cuidadosa. Tal y como explicó este periódico, «por parte de la familia se realizó un primer ingreso de 500.000 pesetas en la cuenta indicada». Luego no hubo más que esperar. La Policía ubicó agentes en todos los cajeros de la zona –no había más de 17– y aguardó la llegada del asesino. Los agentes se toparon con José Juan nueve días después; una buena sorpresa, pues el chaval no se hallaba en la lista de sospechosos. «A las diez y media de la mañana del pasado 30 de enero, fuerzas de la Policía detenían al presunto autor en la céntrica plaza de San Antonio, precisamente cuando extraía la cantidad de 35.000 pesetas», narraba ABC.
José Juan, hijo de un cargo medio de la Policía Nacional, confesó el crimen antes de que pisaran su casa: «Yo lo he matado». Aquello fue marciano para los agentes: el chico se explicaba con calma, sin inmutarse por lo sucedido. Poco después fueron hallados los restos de Javier, los tarros de formol y la máquina de escribir. Todo ello, con la ayuda del asesino.
El juicio se celebró en 1991, bajo la mirada de decenas de periodistas y medios de comunicación. El fiscal pedía 39 años, pero una «enajenación mental incompleta» sirvió de atenuante. Al final fue condenado a 36, pero salió de prisión a los 15 años y seis meses. Abrazó la libertad en 2004 y, desde entonces, permanece en paradero desconocido. Un enigma más dentro de un complejo entramado de muerte del que todavía no ha sanado la sociedad española.