La extraña vida de Harry Price: el primer 'cazafantasmas' que buscó a los muertos que regresaban a la vida
El prestigio de este investigador en fenómenos paranormales durante las primeras décadas del siglo XX fue enorme. La Universidad de Londres le cedió sus instalaciones y destapó muchos fraudes, pero hubo casos inexplicables de espiritismo que le resultaron fiables
«A un científico no le diría que crea en los espíritus, sino que investigue»
Harry Price, en una imagen de la década de 1920
Harry Price fue citado en ABC por primera vez en enero de 1933, durante la Segunda República. El titular decía: 'Se harán señales a Marte desde las cumbres alpinas'. En la noticia se contaba que un grupo de científicos británicos había construido un «faro ... gigantesco» con el objetivo de «enviar señales luminosas al planeta rojo, para ver si allí pueden ser recogidas y contestadas, en el caso de que haya habitantes en él». En esos momentos, nuestro protagonista era el secretario del Laboratorio Nacional de Investigaciones Psíquicas de Londres, que era el encargado de efectuar el experimento.
En la entrevista que le hacía el redactor de este diario, se mostraba muy poco cauto en lo que a sus aspiraciones se refiere: «Tengo la prueba de la existencia en Marte de vida vegetal y de que está habitado por seres inteligentes».
—¿Tiene usted esperanzas?
—Sí, fundadísimas en que nuestras señales llegarán al planeta vecino y en que sus habitantes encontrarán el medio de indicarnos que las han recibido.
La siguiente vez que se le citó hacía ya once años que había muerto de un infarto masivo en su casa de Pulborough, quien sabe si como consecuencia de un corazón azotado por una vida de estrés dedicada a la caza y captura de los espíritus que tan de moda se habían puesto desde mediados del siglo XIX. Fue con motivo de la crítica de un libro titulado 'Fantasmas ingleses', publicado en 1959, en la que se decía: «El famoso periodista y escritor de temas psíquicos, Harry Price, narrador de varios casos en los que tuvo experiencias espiritistas, aseguró haber visto la aparición de una niña fallecida a los cinco años y convocada mediante una mesa mágica por un grupo de personas, en el que se encontraba su madre».
Resulta curiosa toda aquella fe en la existencia del más allá, si tenemos en cuenta que Price dedicó toda su vida a desenmascarar a muchos de los espiritistas que alcanzaron fama a principios del siglo XX. Era como un perro de presa contra todos aquellos que aseguraban haber contactado con muertos o haber protagonizado episodios paranormales, salvo si se trataba de él mismo. Una convicción a la que el conocido hoy como «primer cazafantasmas» de la historia –en referencia a la famosa película protagonizada por Bill Murray, Dan Aykroyd y Sigourney Weaver en 1984– llegó tras años de estudio.
El ocultismo
Harry Price nació en Londres en 1881, aunque él siempre defendió que era del condado de Shropshire, en Gales. En aquella época ya hacía varios siglos que se habían producido los primeros intentos de acercar las ciencias ocultas a la razón, aunque fueran tímidos. Sin embargo, no fue hasta el nacimiento del Ghost Club en la misma capital británica en 1862 y de la Sociedad Teosófica de Nueva York, en 1875, cuando por primera vez el ocultismo se alejó de las casetas de feria y se alojó archivos dedicados al estudio de los fenómenos que no se podían explicar por las leyes de la naturaleza. A estas se sumó la Orden Hermética del Amanecer Dorado en 1888.
Price estudió en la academia de secundaria más prestigiosa de New Cross, en el sudeste de Londres, donde fundó la sección teatral y dirigió e interpretó su primera obra escrita. Se trataba de un drama basado en un supuesto 'poltergeist' vivido por él mismo en una casa encantada de Shropshire. Su primera aparición en la prensa inglesa se produjo poco después, a raíz de un experimento relacionado con la telepatía y la telegrafía espacial que él mismo calificó como «un fracaso».
Aunque sus primeros años compartió esta obsesión con la arqueología, llegando incluso a dirigir varias excavaciones de la época romana, mientras trabajaba como vendedor para una distribuidora de papel, pronto comenzó a abandonar todas estas actividades para centrarse en el ocultismo. Sobre todo, cuando viajó a Shrewsbury, capital de Shropshire, y conoció al Gran Sequah, del que dijo que fue «la principal inspiración» de su trabajo. Este célebre prestidigitador se llamaba realmente Charles Rowley y en sus espectáculos hacía aparecer objetos de su sombrero de copa, adivinaba la profesión de los presentes e, incluso, era capaz de extraer muelas infectadas, sin provocar ningún dolor, mediante la hipnosis.
Falsos videntes
Sin embargo, fue la lectura de la primera novela sobre Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, 'Un estudio en escarlata' (1887), lo que impulsó a Price a utilizar el razonamiento detectivesco para analizar, y desenmascarar si era posible, los sucesos paranormales más famosos, que se anunciaban en la prensa y se convertían en espectáculos lucrosos celebrados en teatros. Quiso, en definitiva, estudiar científicamente las actuaciones de aquellos que afirmaban tener poderes sobrenaturales, pero sin perder el contacto con los principales expertos del ocultismo.
La primera contra la que cargó fue Marthe Beraud, una viuda francesa que aseguraba poseer poderes psíquicos que le permitían hablar con su marido recién fallecido y, por si fuera poco, con un santo hindú de trescientos años de edad, llamado Bien Boa, que aparecía detrás de una cortina en sus espectáculos. Sus atónitos e ingenuos espectadores eran miembros de la aristocracia gala que pagaban buenas sumas de dinero por asistir a sus sesiones de espiritismo. Con el tiempo se descubrió que todo era un engaño, y que el aparecido era, en realidad, un empleado doméstico de origen árabe disfrazado.
Con todo el prestigio perdido, la médium huyó a Gran Bretaña para continuar con su lucrativa treta con un nuevo nombre: Eva Carriere. Allí fue visitada precisamente por Arthur Conan Doyle, que se tragó su espectáculo, al contrario que el gran Harry Houdini. En 1920, el famoso ilusionista escribió a Price para que le ayudara a desenmascararla. Nuestro protagonista no tardó en demostrar que el supuesto trance era una maniobra de distracción para que un compinche colocara figuras de papel maché en la penumbra. También demostró que el ectoplasma del espíritu que supuestamente escapaba de su boca era solo un pedazo de papel de periódico que la espiritista regurgitaba y escupía.
Magic Circle
Animado por Houdini, dos años después se unió al Magic Circle, una organización creada para estudiar la magia en la que recibió instrucción como ilusionista y prestidigitador. Aquello le sirvió para investigar otros fenómenos paranormales. El primero en el que se centró fue el de William Hope, un fotógrafo que llevaba quince años capturando imágenes de fantasmas. Price, sin embargo, presentó un largo informe en el que demostró que este sustituía las placas originales por otras preparadas en las que, después de una doble exposición, aparecía la imagen del espectro. Sus conclusiones provocaron un gran escándalo en la época. Conan Doyle le atacó públicamente y su fama creció mucho.
Su siguiente víctima fue Willi Schneider, un falso espiritista que se hacía valer de habilidades prestidigitadoras para estafar a familiares de soldados fallecidos en la primera guerra mundial. Y lo consiguió. Y es que eran muchos los incautos que caían en la trampa, convencidos por creyentes tan prestigiosos como William Crookes, uno de los científicos más importantes del siglo XIX; el físico Max Planck, premio Nobel en 1918, o el mismo Conan Doyle, que llegó a asegurar públicamente que también tenía la capacidad de hablar con los muertos. El escritor, incluso, comenzó a escribir libros relacionados con el tema y hasta abrió una tienda en Londres especializada en espiritismo. «No tengo miedo a la muerte del niño. Desde que me convertí en un espiritualista convencido, la muerte se convirtió más bien en una cosa innecesaria», escribió el creador del detective Sherlock Holmes a su madre, durante la Primera Guerra Mundial, sobre un hijo que tenía en el frente.
En 1923, Price acusó en Cracovia al famoso Jan Guzyk de mover objetos valiéndose de los pies, empleando el mismo método que utilizaba Maria Silbert, cuyo caso destapó en Viena en 1925. En cada gran capital europea se encontró con un personaje similar, todos ellos hábiles charlatanes integrados en la alta sociedad que se aprovechaban de la ingenuidad y desesperación de quienes querían contactar con sus seres queridos fallecidos.
El dirigible R101
Todo cambió en su viaje de regreso a Inglaterra. En el tren desde Londres a su residencia en Pulborough conoció a una joven enfermera, Stella Cranshaw, que con mucha timidez le contó que, en ocasiones, acostada en su dormitorio y con las ventanas cerradas, comenzaba a sentir una ligera brisa y, acto seguido, pequeños objetos como cajas de cerillas y lápices empezaban a girar en el aire acompañados de destellos de luz. Price no había revelado su identidad, pero aún así la convenció de que celebraran tres sesiones de espiritismo. La esperanza de nuestro protagonista era encontrar un caso que no fuera un fraude… y este parece que le convenció.
En 1926, inspirado por la joven, fundó el Laboratorio Nacional de Investigaciones Psíquicas citado por ABC al principio del artículo. El objetivo de esta asociación era recopilar datos sobre fenómenos paranormales a los que no se encontrara una explicación científica, por supuesto, tras realizar una serie de estudios rigurosos e imparciales que lo confirmara. Gracias a la creciente notoriedad de Price, su laboratorio recibió una gran cantidad de casos que pedían ser investigados y grandes donaciones con las que amplió sus instalaciones y su plantilla con un gran número de profesionales, de diferentes disciplinas, que organizó según la naturaleza de los casos.
Durante toda la década de 1920 y 1930 siguió destapando a los estafadores, muchos de los cuales acababan reconociendo su fraude públicamente después de que nuestro protagonista publicara sus conclusiones, pero también registró algunos casos que le impresionaron y no pudo explicar. Uno de estos fue el acaecido poco después de que, el 5 de octubre de 1930, el dirigible británico R101 sufriera un accidente en el que murieron todos los pasajeros y la tripulación. Simultáneamente, la médium irlandesa Eileen Garret, durante una sesión en que intenta contactar con el recientemente fallecido Conan Doyle, dijo haber contactado con el espíritu del teniente H. C. Irwin, capitán de la nave, que le transmite una serie de datos técnicos sobre las causas de la tragedia y la ubicación exacta de los restos. Era imposible que los conociera, pero acertó, convirtiéndose en el segundo que un impresionado Price no pudo desmontar.
El prestigio de Price creció tanto entre la comunidad científica que, en 1934, la Junta de Estudios de Psicología de la Universidad de Londres constituyó un órgano no oficial para la Investigación Psíquica. Una de las primeras acciones que llevó a cabo fue alojar la extensa biblioteca privada de nuestro 'cazafantasmas', que poco a poco fue dejando cada vez más casos a sus discípulos. Hasta su muerte se dedicó a escribir varios libros y poner en orden los archivos de toda una vida. Al morir, entre sus papeles se encontró una breve nota que decía: «Si algo real existe más allá, volveré tras mi muerte para comunicároslo».
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