El gigantesco tesoro histórico de seis metros que la Armada expone por primera vez en décadas

El Museo Naval de Madrid conmemora el 240 aniversario del establecimiento de la rojigualda como enseña de la marina por Carlos III con una nueva exposición temporal

La Armada desvela nuevos datos sobre el origen de la bandera española

Bandera del navío Reina Mercedes BELÉN DÍAZ

Custodia la sala con sus tonos rojos y gualdos; solo le falta flamear. Y lo haría esta colosal bandera, como ya lo hizo en el corazón del océano Atlántico a comienzos del XIX, si tan solo una brizna de viento se colara en el interior ... de la nueva exposición del Museo Naval de Madrid. «Es la más antigua que conservamos. Perteneció al Príncipe de Asturias, el barco que luchó en la batalla de Trafalgar, en 1805», explica el capitán de navío Juan Escrigas, director del centro. Se siente uno pequeño bajo el paño por sus 6,10 metros de ancho y sus 3,90 de alto, pero también por las glorias militares que lo contemplan: su capitán, Federico Gravina, se enfrentó a cinco buques de la Royal Navy aquel 21 de octubre y, a pesar de los daños, se negó a claudicar.

Impacta el pendón extendido del Príncipe de Asturias, hasta ahora imposible de exponer por sus gigantescas dimensiones, pero es solo una parte de la muestra que ha inaugurado este miércoles el Museo Naval de Madrid y que podrá visitarse desde el próximo viernes hasta el 5 de abril de 2026: 'La bandera que vino del mar'. Un total de 57 piezas, muchas de ellas jamás sacadas de los archivos, relacionadas con el origen de nuestra rojita y gualda. «Se han cumplido 240 años desde que Carlos III la estableció como enseña para evitar los inconvenientes que provocaba utilizar el color blanco en sus navíos». Así lo ha explicado el Vicealmirante Enrique Torres Piñeyro, director del Instituto de Historia y Cultura Naval, en un evento al que han acudido la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el Almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada (AJEMA), Antonio Piñeiro Sánchez,

Largo viaje

Aunque celebrar este cumpleaños no es la única finalidad de la Armada. Escrigas, satisfecho por el alumbramiento de la exposición en menos de un año, sostiene que el objetivo es triple: «Queremos recordar a todos los que lucharon y murieron por nuestra patria; mostrar al público los excepcionales fondos que poseemos y que el público sienta su bandera». Al igual que Torres, el director del Museo Naval tiene claro que estos paños rojos y gualdos son mucho más que telas inertes. «Tras cada uno de ellos hay una historia concreta. No son objetos, nos representan a todos. Tienen vida, tienen historia y son parte del pasado de nuestra nación», finaliza. Él lo sabe bien, pues ha dedicado cuatro décadas a la vexilología en general, y a su importancia en la Armada de 1898 en particular.

Sala de la exposición. Un miembro de la Armada observa la línea de tiempo que muestra la evolución de la bandera BELÉN DÍAZ

Toda buena historia tiene un comienzo a la altura, y el de nuestra bandera se dio en 1785. Según explica el comisario de la muestra, José Luis Álvarez Ruiz de la Hermosa, fue entonces cuando Carlos III quiso paliar las dificultades que suponía para la marina contar en su popa con el pabellón blanco de los Borbones. «Era fácil que se confundiera en alta mar con el de otras naciones como Francia», explica. Antonio Valdés, ministro de Marina, presentó entonces doce propuestas al monarca, y este se decantó por dos: una para los buques de guerra –la que ha pervivido hasta la actualidad– y otra diferente para la flota mercante. «Aquí tenemos el Real Decreto del 28 de mayo de ese año en el que el rey oficializaba su uso», explica el experto mientras señala una vitrina.

La exposición muestra 57 piezas originales, únicas, y, muchas de ellas, guardadas durante años por su excepcional tamaño

A su lado, otro expositor guarda una de las grandes novedades que trae esta exposición; una relacionada con los preparativos del ministro de Marina para la manufactura de los pendones. Bajo el grueso cristal que protege las piezas se aprecian pequeños retales de telas rojas y amarillas. «Son las muestras que se entregaron para elaborar las banderas», explica el comisario. Como ya adelantó en mayo a ABC Pilar del Campo Hernán, directora técnica del Archivo Histórico de la Armada, parte de estas lanillas provenían de un doble convoy inglés capturado en 1780 por Luis de Córdova. Estos retales van de la mano de pequeñas monedas y medallas que muestran la evolución de los motivos y símbolos que se han incluido en los escudos de los pendones.

Pasado y presente

No se acaban aquí las sorpresas. Al fondo de una gran sala, un banderón extendido copa la totalidad de la pared del museo. «Tiene 9,70 metros de ancho por 6.40 metros de alto. Es tan grande, y tan difícil de desplegar, que nos ha llevado varios días crear un sistema único para exponerla con toda seguridad», desvela Rosa Alvarado Pesquera. La coordinadora técnica de la exposición confirma que se trata de la pieza más grande de la colección, y que pertenecía al crucero Reina Mercedes, hundido por el almirante Pascual Cervera y Topete en 1898 para impedir que los norteamericanos accedieran a la bahía de Cuba. «Es una bandera de combate, las que se izaban en batalla y eran regaladas por instituciones o particulares. Esta fue elaborada en seda bordada y fue evacuada antes del destino final del barco. Es la primera de su clase que se conserva», añade Escrigas.

Bandera del navío Príncipe de Asturias ae

Cada pieza esconde una historia; algunas emotivas, otras de heroísmo. Pero todas ellas, sostiene Escrigas, demuestran dos cosas: que los colores que hoy portan nuestras selecciones deportivas denotan unión y cohesión, y que se popularizaron a la velocidad del rayo desde que las primeras banderas ondearan en las popas de los navíos de la Real Armada. La historia lo demuestra. Poco después de su alumbramiento de la mano de Carlos III, diferentes instituciones terrestres solicitaron permiso para utilizarla y, durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, los tonos rojo y amarillo se popularizaron entre la sociedad cuando los marinos combatieron en tierra.

De ahí que, en 1843, Isabel II promulgara un Real Decreto que convirtió el pabellón en la enseña nacional, del Estado y de la Monarquía. Era irremediable, diantre, pues todos la sentían como suya. Y de ahí, a la actualidad.

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