Buscar la gloria sobre todas las cosas: lo que esconde la primera gesta de Napoleón en la «pequeña Gibraltar»
La Batalla de Tolón, librada en 1793, fue el bautismo de fuego del futuro emperador francés y un punto de inflexión en la historia militar del país
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La película 'Napoléon' fue el último gigante del cine mudo, la última gran película sin voces. Estrenada en 1927, el director francés Abel Gance invirtió dos años en su rodaje para recrear la primera parte de la biografía del joven Bonaparte, desde su infancia ... hasta la campaña de Italia en 1796. Aquel filme pretendía ser el inicio de un proyecto de seis largometrajes, que nunca fueron realizados, en los que el cineasta no tenía ninguna intención de esconder su admiración por el emperador francés.
Lo más importante fue el alarde de innovaciones técnicas que realizó. Por ejemplo, en las escenas de persecución rodadas con la cámara en el lomo del caballo o en los combates registrados por operadores como si fueran los soldados. En este sentido, lo más espectacular fue la secuencia de la batalla de Tolón, la misma en la que Bonaparte se convirtió, por primera vez, en la estrella del Ejército francés. La batalla en la que comenzó a forjar su leyenda. «Entre los gritos de los heridos, el fuego se detiene y comienza la lucha cuerpo a cuerpo. Solo quedan las espadas para combatir», podía leerse en unos de los típicos carteles de aquel cine mudo.
En esas escenas el realizador combinó los primeros planos de Napoleón con los momentos de batalla, el miedo de los civiles ante el asalto, el fragor del fuego de la artillería y las dudas de los oficiales ante las decisiones del joven capitán. Pero, ¿cómo fue en realidad aquel enfrentamiento que le hizo famoso por primera vez? ¿En qué contexto se desarrollo? En aquel verano de 1793, la Revolución francesa se estaba radicalizando cada vez más. El Rey Luis XVI había sido ya ejecutado y la guillotina era un elemento permanente en la Plaza de la Revolución de París. La caída de los girondinos en junio había dejado el destino de Francia en manos de los extremistas jacobinos, por lo que aquellos que no compartían sus ideas radicales eran acusados de contrarrevolucionarios y, por lo general, también condenados a muerte.
Gracias a toda esta violencia, muchas ciudades de Francia se rebelaron. Una de ellas fue Tolón y sus 28.000 habitantes, que decidieron enarbolar la bandera monárquica y proclamar al Rey a Luis XVII. «Este 1793 será el primer año de la regeneración de la monarquía francesa», clamaron los rebeldes. Para reforzar su revuelta, abrieron el puerto a las naves inglesas y españolas, y las puertas de la ciudad a las tropas inglesas, españolas e italianas. El enfrentamiento parecía inevitable, y para sofocarlo, el Gobierno jacobino envió al general Carteaux para que asediase y reconquistase el puerto. Este a su vez, a su vez, se llevó a un joven oficial corso todavía desconocido, el capitán Napoleón Bonaparte, para que se hiciera cargo de su artillería.
El sitio
El futuro emperador, sin embargo, comprendió que había llegado su gran oportunidad. Los jacobinos tenían en frente a 18.000 soldados extranjeros, la mayoría ingleses. Habían venido para destruir la Revolución y sentar al citado Luis XVII en el trono. Y, cuanto más tiempo permanecieran alterando su orden establecido, más impulso imprimirían a las insurrecciones. Solo una victoria en Tolón a tiempo podría salvar la Revolución, pero aquel joven Bonaparte de solo 24 años no estaba dispuesto a permitirlo, y puso en marcha todo su ingenio. Estaba tan convencido de sus dotes que no le importó contradecir las órdenes de sus superiores y puentearles.
Aquella fue la primera prueba de la ambición, el ego desmedido y el desprecio que nuestro protagonista mostró con sus compañeros en el Ejército francés. Una actitud que ha sido tratada pocas veces en los libros de Historia y que, salvo excepciones, ha sido ocultada también cuando se habla de esta primera gesta de Napoleón, donde recibió bastantes críticas de forma paralela a su éxito.
Como contaba Charles Esdaile en 'Las guerras de Napoleón' (Crítica, 2009) sobre la batalla de Tolón: «El corso mostró un valor extremo y una gran capacidad de decisión, consiguiendo con su iniciativa personal que la ciudad se rindiera en menos tiempo de lo esperado». El historiador francés, sin embargo, destacaba también lo que escondía esta primera gran victoria del futuro emperador, sobre todo en lo que respecta a los rasgos de su oscura personalidad: «Lo que merece la pena comentar con detalle es la actitud egocéntrica que exhibió en el transcurso de esos acontecimientos».
Contra sus superiores
Napoleón, efectivamente, se mostró ante sus compañeros y superiores como si supiera más que nadie, dando continuamente sus opiniones sin perder un segundo. Gracias a sus quejas, el primer comandante del ejército del asedio, el citado general Carteaux, fue sustituido y enviado a prisión, mientras que su sucesor, el general Dugommier, terminó por estar tan molesto por sus constantes intervenciones que tuvo que ordenarle, en varias ocasiones, que se ocupara de sus propios asuntos y que se limitara a mandar a la artillería. Como era de esperar, no siempre le hizo caso.
Y añade Esdaile: «Junto a esto estaba su deseo de actuar para la galería. Napoleón apareció entre sus artilleros dirigiendo el fuego en persona, durmiendo en el suelo envuelto en un capote, ascendiendo a un valiente sargento al grado de oficial, el futuro general Junot, en el mismo campo de batalla, cultivando la amistad con un pequeño grupo de camaradas, que incluía nombres tales como los de Víctor, Marmont y Duroc, y finalmente, demostrando su valor al tomar parte en el asalto final montado en su caballo, cuando su lugar como comandante de la artillería estaba en ese momento en la retaguardia».
En este sentido, era evidente que el general Carteaux era un militar valiente, pero menos brillante que Bonaparte en lo que a estrategia militar se refiere. Cuando Napoleón le sugirió que la posición clave para hacerse con Tolón era la punta de la Eguillete, en la costa, y que era allí donde tendrían que concentrar sus ataques, no estuvo de acuerdo. Aún así, el joven capitán se puso manos a la obra para demostrarlo y retiró los cañones que no necesitaban en las ciudadelas de Antibes y Mónaco y trajo bueyes de tiro desde lugares tan lejanos como Montpellier. Después organizó brigadas de carreteros para traer cien mil sacos de tierra de Marsella, con los que hizo construir parapetos. Igualmente, organizó un arsenal y un taller para reparar mosquetes.
Dugommier
Por último, cuando llegaron los cañones, Bonaparte los apostó en la orilla del mar. El joven capitán de artillería quiso demostrar pronto que tenía razón y los oficiales que tenía por encima tuvieron que reconocer que, tal y como apuntaba el futuro emperador, desde la punta de la Eguillete se podían lanzar bombas incendiarias sobre los buques. Esa era la única forma, según Napoleón, de obligarlos a abandonar el puerto. Como Carteaux no le hacía caso, no tuvo ningún problema en traicionar la confianza que le había dado y envió un informe a sus superiores de París con su proyecto de bombardeo de Tolón.
El general Carteaux, cuyos ataques estaban resultando desastrosos, fue reemplazado por Doppet. Sin embargo, este dentista venido a militar era un hombre humilde consciente de sus limitaciones, las cuales, por extraño que parezca, incluían el horror a la sangre. De hecho, durante el ataque a un fuerte inglés vio morir a su lado a uno de sus ayudantes y enfermó. Se dejó dominar por el pánico y dio la orden de retirada. Dos días después, renunció a su cargo y hubo que buscar a un sustituto. A su lado, Napoleón observaba todos estos desaciertos con suma frustración, hasta que el 17 de noviembre asumió el puesto un militar profesional llamado Jacques Coquille Dugommier.
Los aliados reforzaron sus defensas en punta de la Eguillete y en la de Balaguier, conscientes del peligro que corrían allí, tal y como había apuntado Napoleón. Levantaron una formidable barricada compuesta por más de veinte cañones y cuatro morteros que se convirtió en su enclave principal. Este espectacular sistema de fortificaciones se llamó Fort Margrave, pero rápidamente fue apodado «la pequeña Gibraltar» por los soldados franceses, en referencia a todas esas fortificaciones, muy parecidas a las que tenía la colonia británica del estrecho de Gibraltar.
La reputación
Para suerte para los franceses, el futuro emperador y Dugommier simpatizaron inmediatamente, lo que sin duda benefició a las operaciones de los jacobinos. En este caso, el general se dejó convencer por la tenacidad y la claridad de Bonaparte, que puso en marcha su plan. Y, efectivamente, sucedió todo tal y como había predicho. Se tomó la posición, se hizo prisionero al general británico O´Hara y el «pequeño Gibraltar» sucumbió al asedio en mucho menos tiempo de lo que se había previsto. El ansia por demostrar lo que valía le llevó a Bonaparte, incluso, a disparar personalmente uno de los cañones. En aquel trance, resultó herido. Su primera herida de guerra.
El 18 de diciembre, los ingleses abandonaron Tolón y la Asamblea consiguió el dominio de esta posición tan deseada. Acabar con éxito la operación que Napoleón había diseñado les llevó tan solo veinticuatro horas. Ningún detalle salió diferente a como el joven corso había calculado. Aunque él no había sido el jefe de la victoria, se llevó una gran parte de los elogios y su nombre empezó a circular en París como la pólvora, donde la toma de Tolón se consideró una de las victorias militares más impresionantes de la época.
A pesar de todas estos reproches y críticas, que repetirían sus soldados y los generales que tenía bajo su mando en episodios posteriores como la Guerra de Independencia en España o la invasión de Rusia, Napoleón estuvo convencido toda su vida que su comportamiento había sido ejemplar. «Mi reputación me la gané en Tolón. Todos los generales, representantes y soldados que me oyeron dar mi opinión en los diferentes consejos tres meses antes de la caída de la ciudad anticiparon mi futura carrera militar», recordó años después.