La única verdad posible de la amenaza de Millán Astray a Unamuno: qué se dijo y qué no en el Paraninfo
Varios testigos del incidente escribieron lo que se dijo años después y, al menos uno, lo hizo esa misma tarde. La única posible verdad sobre un suceso del que se han escrito litros y litros de tinta orbita entre esos documentos
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Iniciar sesiónEl 12 de octubre de 1936, primer año de la Guerra Civil, tuvo lugar un acto en el Paraninfo de Salamanca al que asistió el rector de la universidad, Miguel de Unamuno , y distintos representantes políticos e intelectuales de la ciudad, entre ellos el ... africanista Millán Astray. La reunión con motivo del Día de la Raza derivó en un cruce de palabras entre el intelectual vasco y el fundador de la Legión del que se han escrito litros y litros de tinta sin que ochenta años después haya quedado nada claro.
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Al día siguiente, la prensa del bando nacional no recogió las palabras pronunciadas por Unamuno o Millán Astray. De hecho, no reparó en ningún suceso especial y únicamente se reprodujeron de forma parcial los discursos de José María Pemán y Maldonado de Guevara. El ABC de Sevilla se limitó a escribir que «después de breves palabras del señor Unamuno, el general Millán Astray pidió autorización para hablar...». Hubo que esperar varios años para que un artículo de la revista literaria «Horizon», publicado en 1941 por el periodista Luis Gabriel Portillo , fijara los términos míticos en los que se habría de mover el incidente. El historiador Hugh Thomas incluyó el texto de Portillo, que no estaba en el acto, en su famosa obra de la Guerra Civil y su éxito internacional lo popularizó hasta nuestros días.
El ABC de Sevilla se limitó a escribir que «después de breves palabras del señor Unamuno, el general Millán Astray pidió autorización para hablar...»
Según el relato literario de Portillo, Unamuno habría afirmado «venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España». A lo que Millán Astray contestó con su «¡Muera la inteligencia!» y «¡Viva la muerte!» .
No obstante, el artículo de Portillo es una ficción donde el intelectual encarna el bien supremo y el legionario la fuerza bruta y la maldad. Es una creación literaria basada en testimonios secundarios que no sobreviven a una revisión básica… Para bucear en lo que realmente dijo Unamuno solo existe un documento escrito de su puño y letra. Según el matrimonio Rabaté , el intelectual escribió 40 palabras en el reverso de una carta que tenía en el bolsillo ese día, entre ellas las siguientes:
«Vencer y convencer, odio y compasión, odio inteligencia, lucha unidad catalanes y vascos, cóncavo y convexo, independencia, Rizal y los nombres de los cuatro oradores».
No todas estas ideas tuvieron por qué estar presentes en la intervención de Unamuno, que tuvo lugar tras las conferencias del catedrático de Historia Ramos Loscertales, el dominico Beltrán de Heredia , el catedrático de Literatura Maldonado de Guevara y José María Pemán, pero el borrador ayuda a discernir qué testimonios escritos que recrean el acto pudieron estar más cerca de lo pronunciado por el vasco.
Según el historiador Severiano Delgado , bibliotecario de la Universidad de Salamanca, hay tres testimonios presenciales publicados sobre el incidente que cuentan con gran verosimilitud: el de Eugenio Vegas Latapié, dirigente de Renovación Española; el de José Pérez-López Villamil , psiquiatra de Millán Astray, y el de Esteban Madruga, vicerrector.
Los testigos directos
La intervención de Unamuno, que no estaba prevista más allá del inicio del acto, no llegó como escribió Portillo como réplica a Millán Astray , que ni siquiera había tomado la palabra aún, sino como respuesta a las palabras de Ramos Loscertales afirmando que los vascos eran «corpulentos sin sustancia» y los catalanes «bárbaros» por su habla y las de Francisco Maldonado cargando también en los mismos términos contra catalanes y vascos.
El testimonio de Eugenio Vegas Latapié , presente ese día y muy cerca de la tribuna, apunta a la siguiente escena:
«Parece que en algunos de estos discursos se vertieron frases alusivas a la anti-España de los separatismos. Entonces Unamuno se levantó y empezó a hablar. Sus palabras, a lo que sabemos, no tenían nada de injuriosas aunque fuesen vehementes, como todo lo suyo: pero en el ambiente cargado de Salamanca de octubre de 1936, en que nadie sabía hacia qué lado habría de inclinarse la victoria y la vida, sonaban como reproches a quienes estaban librando la más desesperada de todas las batallas».
Se tiene a Eugenio Vegas Latapié como una fuente imparcial, entre otras cosas por ser abiertamente contrario a la figura de Millán Astray como encarnación del militarismo autoritario, pero su testimonio de la escena lo realizó muchas décadas después y en base a lo que él consideraba, con reparos, la versión más exacta del discurso: las que cita Emilio Salcedo en su libro «Vida de don Miguel» , obra de 1964. Pone Salcedo en boca de Unamuno:
«Dije que no quería, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles la anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaras la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es Imperio el de la lengua española».
«Dije que no quería, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces»
Vegas señala, sin embargo, que en la reconstrucción de Salcedo faltan dos partes de la intervención de Unamuno fundamentales. La primera referida a la fiereza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas, con la única diferencia de que, en una de ellas, «las mujeres se ensañaban matando, mientras que en la otra acudían sólo a ver matar». La segunda, la cita al poeta y nacionalista filipino Rizal , hablando de su brutal e incivil fusilamiento por los militares en 1896:
«Yo mismo sentí un cierto desasosiego al oír pronunciar con elogio el nombre de quien había luchado ferozmente contra España. Y fue exactamente en ese momento cuando Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir:
—¡MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA!».
El psiquiatra José Pérez-López Villamil también estaba ese día en el acto. Su testimonio, muy parecido al de Vegas Latapié, fue escrito igualmente décadas después y sin la capacidad de reproducir exactamente cada palabra. En una entrevista en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría , en 1985, relata Pérez-López Villamil:
«Se levanta Unamuno para hablar, y con gran indignación dice, entre otras cosas, que vivimos una guerra incivil, que él es vasco y ha venido a Castilla a enseñar el castellano, que es necesario acabar con lo de la Anti-España que sólo sirve para sembrar el odio entre españoles. Les habla a las mujeres salmantinas censurándolas cómo presenciaban los fusilamientos llevando prendidos al cuello un crucifijo o un escapulario, ¿qué pensaría de eso Santa Teresa de Jesús?, les dice. Acaba diciendo las famosas frases, que aún resuenan en mis oídos y hasta creo que en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca: ¡tened presente que una cosa es vencer y otra convencer... una cosa es conquistar y otra convertir!
Al mentar al gran patriota y poeta filipino Rizal que él tuviera que rehabilitar. Millán Astray que estaba presenciando el acto empieza a dar saltos y puñetazos con su única mano gritando: ¡mueran los intelectuales!... por cierto que nunca dijo ¡muera la inteligencia! Luego dijo algo referente al Alzamiento y a la justificación de éste.
Millán Astray acaba de hablar y empezamos a oír a los legionarios y falangistas que amartillan sus pistolas y dicen: ‘¡vamos a matarlo aquí mismo... en su casa!’, refiriéndose a D. Miguel» .
Un testimonio escrito ese mismo día
El matrimonio de hispanistas Jean-Claude y Colette Rabaté , expertos en la obra de Unamuno, localizaron hace pocos años las actas que un catedrático de Derecho llamado Ignacio Serrano , del Bando Nacional, tomó ese mismo día en el Paraninfo. La familia del catedrático guardó tras su muerte las cartillas, escritas con tinta en un papel anaranjado, que no vieron la luz hasta que las donaron al matrimonio francés y al director de cine Manuel Menchón. Los Rabaté incluyeron las cartillas en su último libro editado ( «El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas» , Editorial Pre-Textos) que, en palabras suyas, «no ha leído nadie», a pesar de su importancia histórica.
El texto de Serrano coincide con lo dicho por Vegas Latapié y Pérez-López Villamil , pero lo que añade realmente valor a su testimonio es que fuera escrito ese mismo día, con la memoria fresca, y desde una visión esencialmente académica. «Son cartillas que honran a Serrano porque las escribió en el acto tomando distancia de sus ideas políticas. No duda en decir que Millán Astray intervino porque estaba furioso. Lo que no sabíamos hasta ahora es que no solo Unamuno fue censurado por la prensa al día siguiente, sino el propio Astray. Eso da cuenta de la gravedad de las amenazas contra ciertos profesores que lanzó ese día en el templo de la inteligencia», afirma Jean-Claude Rabaté en una entrevista con ABC.
La intervención íntegra de Unamuno, según Serrano, fue la siguiente:
«… tomó la palabra D. Miguel de Unamuno para decir que él era vasco por los cuatro costados y que había venido a Castilla a enseñar el castellano. Que era preciso imponer una paz porque lo mismo que las mujeres rojas alardean de todos los crímenes y maldades, hay también quienes se regodean entre nosotros con el espectáculo de los fusilamientos.
Hay que darse cuenta que vencer no es convencer y que en último término eso que se llama la Anti-España (idea esta superficial) también es España y advierte contra el riesgo de caer en una unidad en la ramplonería.
Que también era español el filipino Rizal que se despidió de la vida con unas palabras en español».
«Los catalanistas morirán y ciertos profesores que pretendan enseñar teorías averiadas morirán también
En palabras de Serrano, la intervención produjo «impresión e indignación» en el público, a lo que Unamuno contestó con «¡Ah, sí sí, sé lo que me digo!». Cuando Millán Astray mostró su intención de hablar, Unamuno se quejó: «Entonces va a hablar todo el mundo». El fundador de la Legión tomó la palabra en «términos enérgicos» para decir:
«...que los catalanistas morirán y ciertos profesores que pretendan enseñar teorías averiadas morirán también. Terminó con varios vivas y mueras, entre ellos un abajo la intelectualidad… (el adjetivo no se oyó ni el público lo quiso oír, le bastaba lo que había entendido)».
Las cartillas de Serrano finalizan con un juicio crítico en el que valora la intervención de Unamuno como «imprudente e inoportuna y al final antipatriota, pero no todo lo que dijo es censurable». Sobre Millán Astray considera que «estuvo bien, pero fue más lejos de lo debido en cuanto afirmó que ciertos profesores morirán. Estas afirmaciones viniendo de quien vienen y delante de un público juvenil excitado a seguir ese camino pueden ser peligrosas». Termina a modo de posdata con una referencia a la expulsión de Unamuno del casino esa misma tarde y la noticia de que «por ahora no habrá destitución como rector».
-Ignacio Serrano (1936): «Ciertos profesores morirán».
-José María Peman (1964): «Mueran los falsos intelectuales traidores, señores».
-Vegas Latapié (1987): «Muera la intelectualidad traidora».
-Pérez-López Villamil (1985): «Mueran los intelectuales».
Una prueba de que las amenazas de Millán Astray resonaron fuerte en la sala y en Salamanca es que José María Pemán las destaca en la Tercera que escribió en ABC con el título «La verdad de aquel día» (1964). Tras negar las versiones más fantasiosas del incidente, Peman afirma que Astray se «levantó como movido por un resorte , inesperada y para mí innecesaria. Su pasión era justificada en la atmósfera bélica que nos rodeaba: y no había que exigir al general que se comportase en aquel instante como un pulcro universitario. No fue discurso. Fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno. No hubo ese "muera la inteligencia" que luego se ha dicho y que denuncia claramente su posterior elaboración culta. [...] Lo que dijo fue "mueran los intelectuales"... Hizo una pausa. Y como vio que varios profesores hacían gestos de protesta, añadió con un ademán tranquilizador: "Los falsos intelectuales traidores, señores"».
Habla el otro protagonista
A estos testimonios directos suma el historiador Luis E. Togores , biógrafo de Millán Astray , lo que el propio legionario escribió sobre el suceso seis años después:
«Después de hablar los oradores, tomó él la palabra y entre otras cosas dijo las siguientes (sin que yo pueda precisar el orden en que fueron dichas, pero sí afirmarme rotundamente en las que dijo). Y dijo: “Que no había antipatria” lo que quería decir que los rojos no eran antipatriotas. Entonó un canto a «Vasconia y a Cataluña», regiones separatistas en aquellos momentos en poder de los rojos. También dijo «que una cosa era vencer y otra convencer». Y yo estimo que con esta insidia quería seguramente decir: que venciendo con las armas no se gana la razón.
Después nombró con elogio al cabecilla filipino "RIZAL", fusilado en Filipinas en 1896, de lo que se sacó en aquel tiempo gran partido en las campañas de la masonería en contra de España y del Ejército, tomando como víctima al general Polavieja. Esto, creo yo que muy pocos alcanzarían la perversa intención del señor Unamuno al nombrar al cabecilla Rizal en el momento en el que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas ruso-soviéticos-judío-masónicos.
Y terminó diciendo: “que tenía que protestar porque las mujeres españolas que estaban en nuestra zona, se recreaban asistiendo a los fusilamientos de los rojos, a pesar de llevar sobre su pecho emblemas religiosos que demostraban sentimientos bien contrarios a aquel recreo”.
Cuando yo quise hacer uso de la palabra no me lo concedió. Entonces, me dirigí al público diciendo que quería hablar y, naturalmente, por un consentimiento natural, hablé. Pero en atención a las circunstancias, a la presencia de la alta Dama y a otros muchos razonamientos que no son del caso, me limité —a pesar de mi indignación— a decir, simplemente, a los estudiantes:
"Estudiantes: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas".
No recuerdo exactamente mis palabras, pero el concepto fue éste».
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