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El origen socialista del fascismo que marcó profundamente a Hitler y Mussolini

Nada más instaurarse en Italia el primer régimen fascista de la historia, en 1922, Ramiro de Maeztu lo calificó de «movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX», pero muchos de sus seguidores coincidían entonces que su origen se encontraba en el socialismo

Retratos de Mussolini y Hitler, sobre una imagen de la Segunda República
Israel Viana

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«Un movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX». Así calificaba Ramiro de Maeztu el fascismo en un artículo publicado en el diario «El Sol» , el 7 de noviembre de 1922. Solo hacía una semana que esta nueva ideología había irrumpido por sorpresa en Italia, tras la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini , y todo el mundo se preguntaba de dónde procedía y qué consecuencias podía tener para el futuro de Europa. «¿Cómo una fuerza que era considerada hasta ayer un elemento de desorden ha podido conquistar el poder?», se planteaba también el escritor y periodista Manuel Bueno, en «El Imparcial» , en aquellos días de estupor.

La pregunta no era fácil de responder, sobre todo si tenemos en cuenta que, cuatro años antes, el fascismo no contaba en Italia ni con mil seguidores. Era un movimiento absolutamente nuevo y desconocido que, en las elecciones de noviembre de 1919, tan solo obtuvo 5.000 votos en Milán, la ciudad por la que se presentaba Mussolini. Este no consiguió ni siquiera ser elegido diputado al Parlamento, lo que le llevó a incrementar la violencia durante la campaña electoral de 1921, obteniendo esta vez 35 diputados.

Visto el resultado, el recientemente creado Partido Nacional Fascista (PNF) continuó con la misma estrategia a comienzos de 1922, quemando los locales de la oposición en el norte de Italia. «La violencia es, a veces, moral», justificaba Mussolini en el discurso pronunciado en Udine, el 20 de septiembre de 1922. Y un mes después advertía en Nápoles: «Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma». Y así fue. Una semana después, el 29 de octubre, le arrebataba el poder al primer ministro Luigi Facta ante la sorpresa de todo el continente. «Si el lector mira el camino recorrido por el fascismo desde que nació, participará de nuestra estupefacción. Si horas antes de conocerse la ascensión de Mussolini alguien hubiese consultado nuestra opinión, resueltamente habríamos afirmado que cualquier solución era posible, menos el fascismo», podía leerse en el editorial publicado por el semanario «España» el 4 de noviembre.

¿Es el fascismo el antiguo socialismo?

La definición que los propios fascistas italianos hacían de su nuevo movimiento político era lo suficientemente imprecisa como para que la confusión creciera en otros países, pero eran muchos los que coincidían en que su origen se encontraba en el socialismo. Baste como ejemplo la conversación mantenida en Bolonia por el escritor catalán Josep Pla , enviado especial de «El Sol», con un seguidor de Mussolini, que fue publicada el 1 de noviembre de 1922:

«¿Vienen ustedes satisfechos?– le pregunté al fascista que está delante de mí, con esos ojos de codorniz que se ven en los obreros del campo en Italia.

Muy satisfechos. Hemos ganado la partida.

¿Son todos ustedes obreros del campo?

Sí, todos, y antes éramos socialistas. Figúrese usted que, en la provincia de Ferrara, hay 80 ayuntamientos que hace dos años eran socialistas y ahora son todos fascistas. Todos han sido ocupados. De los 63 ayuntamientos que hay en la provincia de Rovigo, 61 son ahora fascistas y dos del partido popular.

¿A qué cree usted que se debe el rápido crecimiento del fascismo?

Según mi opinión, a muchas causas. La primera, porque los desertores de la guerra fueron indultados y nosotros, que combatimos, tenemos hoy los mismos derechos que ellos. Y luego, porque habiéndose apoderado el fascismo de los sindicatos agrícolas en nuestra provincia, quien no es fascista, no come.

De manera que el fascismo actual es propiamente el antiguo socialismo.

El mismo. Solo que ahora algunos señores están con nosotros.»

Los «fascios» del siglo XIX

La influencia del socialismo en el nacimiento del fascismo ha sido ampliamente defendida por infinidad de historiadores desde entonces. De hecho, las organizaciones denominadas «fascios» que surgieron a finales del siglo XIX en Italia eran un guiño evidente a los primeros movimientos obreros y campesinos y a sus reivindicaciones sociales, tal y como explica Íñigo Bolinaga en «Breve historia del fascismo» (Ediciones Nowtilus, 2007). Y tampoco podemos olvidar que Mussolini, además de comenzar su andadura política en el Partido Socialista Italiano, había sido director de «Avanti!», el periódico de cabecera del socialismo en su país.

Diario «España», el 4 de noviembre de 1922 BNE

En «The Problem with Socialism» (Regnery Publishing, 2016), el economista Thomas Di Lorenzo defiende que el «fascismo siempre ha sido un tipo de socialismo. Benito Mussolini fue un socialista internacional antes de ser un socialista nacional, siendo esto último la esencia del fascismo. Al socialismo nacionalista que este defendía no le importaba dejar sobrevivir a empresas privadas, siempre y cuando éstas fueran controladas por políticas y subsidios gubernamentales».

Mussolini denunció duramente el capitalismo y los mercados libres, lamentándose de «la búsqueda egoísta de la prosperidad material», tal y como hicieron Marx y Engels en «El Manifiesto Comunista» , y pidiendo a sus seguidores que «rechazaran la literatura economicista de Adam Smith », el considerado padre del liberalismo económico en el siglo XVIII. De joven, además, el italiano había entrado en contacto con el sindicalismo revolucionario, un movimiento de izquierda radical que soñaba con instaurar una dictadura del proletariado, igual que el socialismo y el comunismo. Y en 1917, con 34 años, se convirtió en el líder de un pequeño sector de nacionalistas intransigentes escindidos de la Unión Sindical Italiana (USI) , una organización que defendía los mismos postulados: un gobierno proletario que suprimiera los partidos políticos.

Partido Nacional Fascista

Con toda esta mochila detrás, Mussolini creó los Fascios Italianos de Combate el 23 de marzo de 1919. Esta organización fue el núcleo del futuro Partido Nacional Fascista, que contó con un programa con medidas de corte social idénticas a las planteadas anteriormente por el socialismo. Por ejemplo, el salario mínimo, la jornada laboral de ocho horas, el voto femenino, la participación de los trabajadores en la gestión de la industria, el retiro a los 55 años, la nacionalización de las fábricas de armas, la confiscación de los bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de las rentas episcopales, según señala R. J. B. Bosworth en su biografía de «Mussolini» (Ediciones Península, 2003).

Toda estas ideas eran analizadas por los diarios españoles, con no poca confusión, en 1922. Todos se preguntaban lo mismo: ¿cómo podemos definir al primer régimen fascista de la historia? Algunos periodistas eran críticos con los evidentes postulados violentos de Mussolini y otros veían en su movimiento una oportunidad para sacar a España de la crisis de la Restauración en su último año de vida. Llegamos a encontrar en muchas cabeceras opiniones opuestas más allá de su línea editorial. El debate era, sin duda, intenso, con la Revolución rusa de fondo y la cada vez más importante influencia del movimiento obrero en la península.

En aquellos primeros momentos de Mussolini era imposible ponderar el fascismo tal y como se valora hoy. Nadie se imaginaba entonces que la instauración del fascismo en Italia iba a convertirse en uno de los acontecimientos más importantes de la historia de mundo actual, causa indirecta de la muerte de millones de personas en la Segunda Guerra Mundial y clave para entender el surgimiento de muchos de las dictaduras de la segunda mitad del siglo XX. «Las camisas marrones de Alemania no habrían existido sin los camisas negras», reconoció Hitler años después. «El gesto de Mussolini iluminó el camino que debía seguir para salvar a mi país. El es una antorcha que alumbra a los pueblos, sin que estos hayan de seguirle deslumbrados», añadía Primo de Rivera en España, en una entrevista con el periodista y escritor Andrés Révész en 1926.

En 1922, los diarios españoles tendían a explicar el fascismo como una especie de lucha contra los intentos de imponer en España una nueva revolución bolchevique, pero con matices. Para periódicos como « El Sol », por ejemplo, el fascismo era «una réplica a una exageración contraria», en referencia al socialismo y al comunismo, según apuntaba en un artículo titulado «El fascismo en el Gobierno». Para « El Debate », era igualmente «una reacción antilegal y de fuerza contra los desmanes anteriores de socialistas y comunistas», bajo la premisa de que todas estas ideologías habían hecho uso de la violencia en su nacimiento. Para « La Libertad », abiertamente republicano, el fascismo «había nacido contra la violencia disolvente y anárquica del sindicalismo comunista». Y en « La Voz », el escritor y político socialista Luis Araquistáin criticaba al fascismo con indulgencia, trazando un paralelismo entre lo que había ocurrido en Italia y lo que estaba sucediendo en Cataluña, en lo que respecta a la represión de las organizaciones obreras.

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