La historia olvidada del imperio de Carlos V, la Unión Europa que se esfumó por culpa de los nacionalistas
Peter H. Wilson, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Oxford, acaba de publicar en España «El Sacro Imperio Romano Germánico: mil años de historia de Europa» (Desperta Ferro Ediciones)

La historiografía del siglo XIX y los sucesivos movimientos nacionalistas consideraron al Sacro Imperio Romano Germánico una estructura política desfasada, un obstáculo feudal para el desarrollo de un estado unitario y moderno que aglutinara a todas las naciones germánicas. En definitiva, un imperio ... frágil con un soberano demasiado débil. Desde su punto de vista, deudor de las circunstancias políticas de tiempo, los decimonónicos fueron incapaces de ver lo más obvio: el apaño, para bien o para mal, funcionó casi durante un milenio. Tan desastroso no podía ser....
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Peter H. Wilson , catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Oxford, acaba de publicar en España «El Sacro Imperio Romano Germánico: mil años de historia de Europa» (Desperta Ferro Ediciones), un ambicioso ensayo de 800 páginas en el que trata de explicar las estructuras, las etapas y las esencias que dieron forma a este gigante político, cuyo pasado puede responder a muchas preguntas sobre el futuro del continente. «Los avatares de la historia del Imperio pueden enriquecer las discusiones sobre el futuro de Europa, especialmente en torno a los retos y potencialidades de vivir en una sociedad extensa, multilingüe, cultural y económicamente diversa, sin un gobierno centralizado fuerte», afirma el historiador británico en una entrevista facilitada por la editorial.
«Los avatares de la historia del Imperio pueden enriquecer las discusiones sobre el futuro de Europa, especialmente en torno a los retos de vivir en una sociedad extensa, multilingüe, cultural y económicamente diversa»
Más allá del eje cronológico, la obra de H. Wilson se mueve a través de temas centrales sobre este imperio para comprender la enorme longevidad de una estructura que vivió con sus achaques y sus momentos de gloria cerca de mil años, entre la coronación de Carlomagno en la Navidad del año 800 y su demolición controlada, en 1806, para evitar que Napoleón Bonaparte se apropiara de su corona. Además de lo que hoy sería Alemania, el imperio se movió entre territorios de Austria, Suiza, Italia, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos, República Checa, Dinamarca y Polonia. Otros países, asimismo, se vieron fuertemente ligados a su historia y funcionamiento interno, como España, Hungría, Croacia o Suecia.
La gloria de los emperadores españoles
En el Sacro Imperio Romano-Germánico convivían ciudades libres, pequeños estados y dominios que, en la práctica, pertenecían a reyes extranjeros aunque tuvieran voz y voto en el Reichstag. Sentar al enemigo en el parlamento no era el mejor plan de concordia… El título de Emperador era electivo, de modo que eran los arzobispos renanos de Maguncia, Colonia y Tréveris, el Rey de Bohemia , el Conde del Palatinado, el Duque de Sajonia y el Marqués de Brandenburgo quienes elegían a cada nuevo soberano. A esta exclusiva lista de príncipes electores, considerados «los pilares del Imperio», se sumaría años después el Duque de Baviera y se apartaría, aunque fuera de forma temporal, al Conde del Palatinado por su condición calvinista y su desafío a los Habsburgo.

«El elemento “imperial” no respondía, a la hegemonía, sino a la obligación del monarca como guardián de la Iglesia y defensor de la justicia. El Imperio carecía de fronteras precisas, dado que no se podían definir límites a algo que se consideraba universal», señala H. Wilson sobre un imperio que apenas figura en la mayoría de las historias de Europa, y si acaso se le recuerda, por la famosa chanza de Voltaire de «ni sacro, ni romano, ni imperio».
Durante siglos la dignidad imperial se repartió entre distintas dinastías que hoy suenan por lo menos al periodo cretácico, como la Wittelsbach, la Hohenstaufen , la Sajona o la Salia. A mediados del siglo XV, con la proclamación de Federico III , los Habsburgo empezaron a monopolizar el título gracias a la pujanza austríaca, su alianza con Castilla y a que asumieron el título de Rey de Bohemia, lo que les garantizaba un puesto como electores. Sería precisamente con Carlos V y Fernando I cuando cruzaron su camino con España y el imperio dio un salto histórico.
«Bajo Carlos V, el Imperio estuvo lo más cerca de encarnar de veras el ideal medieval de convertirse en un orden paneuropeo desde tiempos de los Staufen»
«Estos dos reinados supusieron la culminación del tránsito del Imperio desde su forma “medieval” a la “moderna”. Bajo Carlos V, el Imperio estuvo lo más cerca de encarnar de veras el ideal medieval de convertirse en un orden paneuropeo desde tiempos de los Staufen, en el siglo XIII, gracias a la combinación de su herencia hispánica y su elección al título imperial. Como sus antecesores, Carlos V también viajó incansablemente, incluso a Túnez en 1535, encabezando una campaña en la que personificaba el papel tradicional del emperador como defensor de la cristiandad, pero financiada por el oro y la plata del Perú , conquistado dos años antes, lo que pone de manifiesto que este renovado auge del Imperio se debió a la transformación de España en una potencia mundial», apunta el británico.
Las lecciones de un imperio desaparecido
Aunque nunca renunciaron explícitamente al viejo ideal imperial, a partir de Carlos V los emperadores asumieron un papel más propio de una potencia centroeuropea, principalmente ocupada en los asuntos de Alemania. Los Habsburgo utilizaron el título para solventar las disputas en las que su propio reino, el que estaban formando en torno a Austria, se iba viendo involucrado. El egoísmo de sus líderes y los anhelos nacionalistas fueron minando al imperio.
El poder del Emperador siempre fue más nominal que efectivo. Un árbitro colocado en el centro de una red de juramentos que unían a las personas en una lealtad basaba más en la tradición que en una legislación como tal. Sin capacidad de poder coactivo eficaz, el Emperador estaba obligado a negociar tropas y fondos con cada príncipe alemán, de manera que el verdadero poder de los Emperadores dependía directamente de su patrimonio familiar.
La lucha por la confesionalidad hizo tambalear al imperio y obligó a sus instituciones a adaptarse de forma brutal a los nuevos tiempos. La entidad política sobrevivió, a pesar de todo, a las guerras religiosas; a la Guerra de los 30 años, que dividió a los distintos príncipes electores; a las ambiciones francesas y suecas, que no dejaron de mordisquear su territorio en la periferia aprovechándose de la debilidad estructural; e incluso a la inoperancia de sus instituciones de control. Pero, a lo que finalmente no pudo sobrevivir el Sacro Imperio Romano-Germánico es al uso por parte de los distintos príncipes y hasta del Emperador de los mecanismos imperiales para sus intereses particulares. Las partes estiraron y estiraron hasta que el todo se rompió.
«Ninguno de sus monarcas nunca pretendió crear un estado centralizado con leyes e instituciones uniformes. En lugar de ello, el Imperio evolucionó en un sistema de múltiples capas que en buena medida se encontraban más allá del control directo del emperador, pero no obstante sujeto a su autoridad», sintetiza H. Wilson, que ve importantes lecciones en lo que la historia del Sacro Imperio Germánico puede enseñar a la Unión Europea , que legisla también sobre un mosaico multicolor de Estados soberanos «con gobiernos centrales y ciudadanos con muy distintos poderes y lealtades».
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