La guerra civil del PP, frente a las mil guerras internas del PSOE: el partido que nació enfrentado

Cuando se fundó el partido socialista en 1879, comenzó una conflicto entre sus miembros que se mantuvo durante la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil y la democracia, con importantes consecuencias para España

La guerra civil que libra el PP tienen el mismo componente de autodestrucción que los numerosos enfrentamiento internos vividos por el PSOE a lo largo de su historia

Israel Viana

‘Guerra civil en el PP’ , titulaba ABC hace menos de una semana. La situación en el partido que (todavía) preside Pablo Casado se ha hecho insostenible, tal y como no dejan de reprocharle sus propios compañeros, que le exigen su dimisión y la celebración ... de un congreso extraordinario del que salga un nuevo líder. El conflicto surgió a raíz de un contrato que Tomás Díaz Ayuso –hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y comercial en el sector sanitario– firmó en marzo de 2020 a través de la empresa Priviet Sportive S.L. para venderle mascarillas a la Consejería de Sanidad madrileña por 1.515.500 euros.

Según aseguraron fuentes de Génova a ABC, por este negocio el hermano habría cobrado una comisión de 280.000 euros. Ayuso estalló entonces contra el número dos de los populares, Teodoro García Egea, y se encaró directamente con el presidente del PP, Pablo Casado. Este rompió su silencio con una dura y polémica entrevista en la cadena Cope , realizada por Carlos Herrera, en la que formuló acusaciones tan duras como: «Yo no permitiría que mi hermano cobrara 300.000 euros por un contrato decidido en un consejo de ministros presidido por mí».

Desde su fundación en 1989, el PP no había conocido un nivel de tensión y confrontación interna como este, que a lo largo de la historia ha sido más propio del PSOE y de otros partidos de izquierda como Podemos. Baste recordar el conflicto mantenido entre Pablo Igleias e Íñigo Errejón , hace cuatro años, por la dirección de esta última formación, en la que se impuso el primero con el 60% de los votos, en una asamblea celebrada en Vistalegre, y que llevó al segundo a formar un nueva marca: Más Madrid. La guerra se trasladó después a Telegram y Twitter, con la creación de dos grupos bautizados como ' Más traición ', cuyo objetivo era criticar y boicotear la nueva marca y a todo aquel que se mostrara contrario a las opiniones de Iglesias.

De estás situaciones sabe muy bien el PSOE, aunque ahora aparezca en un segundo plano, en espera de que el principal partido de la oposición caiga solo entre insultos y acusaciones de sus propios miembros. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez , asiste a la autoinmolación de los populares frotándose las manos, olvidando que su propia formación nació dividida, creció dividida y sufrió tantas ‘guerras civiles’ internas, algunas con muertos de por medio, que es fácil perder la cuenta.

Con o sin republicanos

No hay más que echar la vista atrás hasta la misma fundación del PSOE, el 2 de mayo de 1879, en la taberna Casa Labra de Madrid. Allí estaban, además de Pablo Iglesias Posse , Jaime Vera, Antonio García Quejido, Emilio Cortes y un pequeño grupo de intelectuales y obreros entre los que había más diferencias que acuerdos a la hora de definir las líneas que debía seguir el partido. Estaban un poco perdidos porque, como defendía el primero, las nociones del socialismo internacional no eran aplicables a la realidad de España, ya que el concepto de capitalismo contra el que luchaba el marxismo no se había implantado aún en el país.

Estamos ante la primera brecha de su historia, que no se cerró ni tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia. Los dos primeros grupos enfrentados fueron los que querían que el partido utilizara las instituciones oficiales para crecer y los que pensaban que las mejoras en la clase obrera únicamente podían llegar a través de una revolución. Al imponerse los segundos, los socialistas se mantuvieron como una pequeña formación ‘outsider’ que se negó a pactar con los partidos republicanos de Pi y Margall o Nicolás Salmerón .

Esta postura dividió a los socialistas durante treinta años, por lo que no obtuvieron representación parlamentaria hasta 1910 en que se retractaron y se aliaron con los republicanos progresistas para entrar en el Congreso. Su primer diputado fue Pablo Iglesias, que no consiguió la estabilidad del PSOE ni con su entrada en las instituciones oficiales. La Revolución rusa de 1917 lo alteró todo de nuevo, pues convenció a muchos dirigentes –como Daniel Anguiano, Virginia González, Antonio García, Manuel Núñez e, incluso, Óscar Pérez Solís, que después se afilió a la Falange y combatió junto a Franco en la Guerra Civil– que debían adherirse a la III Internacional y abandonar el oportunismo de su fundador.

El PCE

Esa fue la razón de que una parte importante del PSOE se escindiera para fundar, en 1921, el Partido Comunista de España (PCE) . Estamos ante la que puede considerarse la brecha de la formación con más consecuencias para la historia de España, aunque no la última ni la más polémica. La guerra civil más insólita entre los socialistas se produjo esa misma década, cuando los simpatizantes de sus dos principales líderes, Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto , se dividieron entre los que creían que había que colaborar con la recién instaurada dictadura de Primo de Rivera y los que no.

Caballero estaba convencido de que era necesario ceder ante el dictador para que la acción sindical no fuera prohibida. La ruptura se consumó cuando este aceptó entrar en el Consejo de Estado como vocal e, incluso, se comprometió a estudiar la derogación de la Constitución de 1876. El líder socialista tuvo siempre como prioridad la construcción de un Estado al estilo de la URSS, aunque este tuviera que erigirse en contextos no democráticos como el de Primo de Rivera. Prieto consideró aquel movimiento como una traición y dimitió de la Comisión Ejecutiva.

La Segunda República tampoco ayudó a que las diferentes facciones del PSOE se reconciliaran. Según explican Sergio Valero y Aurelio Martí, profesores de la Universidad de Valencia, en su artículo ‘División socialista e identidad nacional en el PSOE de la Segunda República’ , «en la base del conflicto se encontraba la caracterización de la democracia republicana que estas tendencias habían preestablecido y que irá poniéndose de manifiesto ahora». Es decir, que no todos los líderes del partido se contentaron con la salida de Alfonso XIII.

Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas

El objetivo parecía ahora aplicar todas las medidas que los diferenciaban de los otros partidos políticos de izquierdas. Para Largo Caballero, ministro de Trabajo entre 1931 y 1932, la democracia no era más que la «estación de tránsito hacia el socialismo», según las palabras del historiador Santos Juliá. Por eso llegó a jurar que fundaría en España la versión española de la URSS, a la que bautizaría como la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas –o Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas, según la fuente consultada–, con la que la división en el PSOE se hizo más evidente.

En 1935, incluso seguía insistiendo en la insurrección armada para tomar el poder en España y declarar los soviets siguiendo el modelo impuesto por Lenin. Así lo confesó durante una entrevista para Associated Press: «Todo el orden existente va a transformarse [...]. Dentro de cinco años, la República estará de tal forma organizada que a mi partido le resultará fácil utilizarla como escalón para conseguir nuestro objetivo. Nuestra meta es una Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas. La Península Ibérica volverá a ser un gran país. Portugal se incorporará a nosotros, confiamos que pacíficamente, pero utilizaremos la fuerza si es necesario. ¡Detrás de estas rejas tiene usted al futuro amo de España! Seré el segundo Lenin».

Los que se situaban más cerca de la visión de Prieto, por el otro lado, defendían que el régimen republicano era un valor en sí mismo que el partido tenía la obligación de conservar. Pensaban que sus reglas jamás debían ser quebrantadas. Este segundo bando del PSOE era más posibilista que revolucionario. Era más ambiguo y tenía como línea roja la unidad de España, pero se diferenciaba a su vez de un tercer PSOE encarnado por Julián Besteiro . Este también se desencantó con la revolución y la misma República. Tres formaciones enfrentadas dentro de una misma formación. ¿Se podía complicar más la situación? Sí.

Guerra Civil

Durante la Guerra Civil, los partidarios de Largo Caballero y Prieto siguieron enfrentados entre ellos por la forma en que debían afrontar el conflicto. El primero quería tener como único aliado a la Unión Soviética y el segundo apostaba por la extensión internacional de la guerra y la búsqueda de nuevos apoyos. Sobre todo, cuando vio que los franquistas iban ganando terreno tras su alianza con la Alemania Nazi y la Italia de Mussolini. Entonces surgió un nuevo contrincante con la llegada de Juan Negrín al poder, al que sus propios colaboradores le dieron un golpe de Estado encabezado por el coronel Casado , en el momento más complicado del conflicto.

La guerra interna continuó durante los años del exilio y tras la llegada de la democracia. En 1978, surgió una nueva batalla entre los que pensaban que había que continuar con el socialismo autogestionado y de inspiración marxista, pues con él se habían presentado a las elecciones celebradas un año antes, y los que querían pasar al programa socialdemócrata. Felipe González, líder de la segunda corriente, renunció a presentarse a la reelección como secretario general del PSOE en su XXVIII Congreso, pues no encontraba consenso a la hora de suprimir el término marxista de la definición de la formación.

Al final lo consiguió y se hizo con el poder, pero provocó el nacimiento de una nueva corriente crítica que dio origen a Izquierda Socialista, cuyos miembros se consideraban socialistas puros y fieles a la línea política más tradicional. En el congreso de 1988, cuando González llevaba seis años como presidente del Gobierno, el entonces secretario general de la UGT, Nicolás Redondo, pronunció un discurso en el que también expuso sus discrepancias con la política del Ejecutivo socialista. En el siguiente Congreso, este le respondió con la famosa frase de «se gobierna desde la Moncloa, no desde Ferraz».

En 1994 el PSOE seguía a la gresca, cuando se abordó lo que llamaron «un nuevo impulso del socialismo», con el objetivo de redefinir sus señas de identidad y producir «un cambio histórico». Los socialistas seguían teniendo pendiente resolver sus disputas internas, esta vez entre el sector renovador de González y el liderado por Alfonso Guerra, que se presentó como el garante de las esencias del partido. Para acallar las críticas sobre esta nueva guerra, y al contrario de lo que le ocurre hoy al PP de Casado, Ayuso y compañía, ambos escenificaron su entrada juntos en el salón donde se desarrolló el nuevo Congreso del partido.

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