La carta en la que Pedro Muñoz Seca anunció su ejecución en Paracuellos: «Adiós, vida mía, nos matan»
El autor de 'La venganza de don Mendo', la obra más popular del teatro español, fue fusilado poco después de comenzar la Guerra Civil, condenado en un juicio sin garantías por «fascista, monárquico y enemigo de la República»
Israel Viana
Eran las 8 de la mañana del 28 de noviembre de 1936 cuando Julián Cortés-Cavanillas escuchó a un miliciano de la Vigilancia de Retaguardia gritar: « Pedro Muñoz Seca . ¡Al rastrillo!». El periodista de ABC se encontraba preso en la cárcel de San Antón ... junto al considerado como uno de los dramaturgos más importantes de la historia de España, justo en el momento en que fue enviado a Paracuellos del Jarama para ser ejecutado, en plena Guerra Civil, junto a otras ocho mil personas más sin ningún tipo de juicio con garantías por parte del bando republicano.
Noticias relacionadas
- Las dos vidas del anarquista que a punto estuvo de matar a Franco cuatro días antes de la Guerra Civil
- La revolución invisible de Helios Gómez, el miliciano que luchó por los gitanos en la Guerra Civil
- La guerra de Franco contra el estraperlo: así fue la resistencia al régimen en los hambrientos años 40
Algunos historiadores han bajado esta cifra hasta los cinco mil, aunque otros aseguran que fueron más de doce mil los asesinados. Nunca ha habido un acuerdo en cuanto a la magnitud de la tragedia. Todo comenzó la tarde del 6 de noviembre de 1936, 22 días antes de que mandaran al paredón al autor de ‘La venganza de don Mendo’, la obra más popular de la historia del teatro español junto a ‘Don Juan Tenorio’, de Zorrilla . El Gobierno republicano tomó la decisión de trasladarse a Valencia, evacuar a sus presos a otras cárceles fuera de Madrid y constituir la Junta de Defensa bajo la presidencia del general José Miaja.
Al día siguiente se produjeron las tres primeras sacas de Paracuellos : una de madrugada, procedente de la cárcel de Porlier, y dos más a lo largo de aquella jornada, una de la Cárcel Modelo y otra de San Antón. Muñoz Seca llegó a esta última prisión poco después de ser detenido por un grupo de milicianos de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), el 28 de julio de 1936, en Barcelona. Había llegado a la capital catalana poco antes del golpe de Estado para estrenar una de sus obras. Dos oficiales de la Guardia Civil lo trasladaron a Valencia y, el 7 de agosto, a Madrid, donde pasó primero por la Dirección General de Seguridad.
La cárcel de San Antón era el antiguo colegio de los Escolapios convertido en una de las checas del Frente Popular. Allí coincidió con los actores Ricardo Calvo y Guillermo Marín; también con Cayetano y Rafael Luca de Tena y Cortés-Cavanillas, que contaron sus recuerdos sobre las últimas horas del dramaturgo, en ABC, años después. «El 5 de agosto tuve la fortuna de ser detenido y conducido a la prisión donde ya se encontraba el famoso comediógrafo del Puerto de Santa María, que representaba para todos los presos un estímulo a la buena esperanza, un florecer continuo de las ilusiones de ser libre», apuntaba el redactor de ABC .
Cartas y postales
Desde la cárcel, Muñoz Seca le escribió a su mujer tres cartas y 41 postales. En ninguna de ellas se quejó de su situación, que se iba complicando poco a poco. De vez en cuando le pedía medicinas para su úlcera de estómago y latas de conserva con las que compensar la pésima alimentación penitenciaria. Contaba Rafael Luca de Tena que siempre estaba de buen humor y tenía una palabra amable para levantar el ánimo de sus compañeros. Su hermano Cayetano aseguró que solo una vez se lo encontró llorando: el día que supo que sus ocho compañeros de celda habían caído en una de las primeras sacas. Esa vez, escupió en el rostro de sus carceleros, que lo tumbaron de un puñetazo.
«Una mañana la reacción roja fue tremenda, arrancando de la cárcel de San Antón a unos 160 cautivos, la mayoría amigos y contertulios de quien tantas divertidas comedias había escrito y que, de pronto, se hallaban en el centro de una desmesurada tragedia, donde la muerte segaba cientos de vidas por un delirante y monstruoso capricho homicida», recordaba el periodista en este diario. A continuación, añadía: «Esa misma tarde, sentados Muñoz Seca y yo en su angosta celda, me dijo estas palabras: ‘Querido Cortés-Cavanillas, tendo la seguridad de que los pobres que han sacado esta mañana, a estas horas ya han sido fusilados. No nos hagamos ilusiones. Hoy la saca ha sido de militares. Otro día nos sacarán a nosotros para tener el mismo fin’».
Poco después, el dramaturgo fue sometido a un «simulacro de absurdo interrogatorio», según lo definió el periodista. Un tribunal popular lo condenó a muerte, el 26 de noviembre, «por fascista, monárquico y enemigo de la República» en un juicio sin garantías celebrado a toda velocidad. Luego mantuvo una reunión con el director de la prisión y fue llevado con sus compañeros presos. Llamó a Cortés-Cavanillas y le informó angustiado: «Nos matan, nos matan…».
«Voy resignado y contento»
A las 12 de la noche entró en su celda y se puso a escribir su última carta, dirigida a su mujer. «Yo me quedé absorto, contemplándole desde fuera de la puerta», señaló el periodista. Luego le pidió a este que buscara al sacerdote. «Se encerraron y, media hora después, su rostro se le iluminaba con una dulce sonrisa. Luego me dio un abrazo. Estaba preparado para morir, como un cristiano viejo y como un caballero español, fiel y leal a su dios, a su patria y a su rey», continuó.
Contaba Julián Cortés-Cavanillas que, muchos años después, quiso leer y publicar aquella última carta que le había visto escribir a su célebre amigo, pero que la familia prefirió no hacerlo. En noviembre de 1970, sin embargo, el periodista recibió por sorpresa la triste misiva en su casa de Roma, donde ejerció como corresponsal durante 21 años después de salir vivo de San Antón al finalizar la Guerra Civil. Tras obtener el permiso pertinente de la familia, que la conservaba celosamente desde la misma tarde de su muerte, la publicó íntegramente en ABC. Esta decía así :
« Queridísima Asunción: sigo muy bien. Cuando recibas esta carta, estaré fuera de Madrid. Voy resignado y contento. Dios sobre todo. Llevo una muda de repuesto. Aquí dejo el abrigo de entretiempo para que mandes a alguien a por él. Con el dinero que me mandaste he comprado bismuto
De lo demás tengo para unos días. Dejo aquí unas cuantas deudas. Como gastaba nueve pesetas diarias y no me mandabas más que cinco duros de tarde en tarde... Sin dinero lo voy a pasar muy mal, pero si así lo ha dispuesto Dios será mejor. Un sufrimiento más no supone ya nada. Voy muy tranquilo sabiendo que todos estarán bien y que tú seguirás siendo el ángel bueno de todos. El mío lo has sido siempre y, si Dios tiene dispuesto que no volvamos a vernos, mi último pensamiento será siempre para ti. No te olvides de mi madre. Procura que Pepe me sustituya en los deberes para con ella y tú dile, cuando la veas, que su recuerdo ha estado siempre conmigo. Nada tengo que encargarte para los niños. Sé que todos ellos, imitándome, cumplirán siempre con su deber y serán para ti como yo he sido con mis padres, un modelo. De eso es lo único que puedo vanagloriarme.
Siento proporcionarte el disgusto de esta separación pero, si todos debemos sufrir por la salvación de España y esta es la parte que me ha correspondido, benditos sean estos sufrimientos. Te escribo muy deprisa porque me ha cogido la noticia un poco de sorpresa. Adiós, vida mía. Muchos besos a los niños, cariños para todos y, para ti, que siempre fuiste mi felicidad, todo el cariño de tu Pedro.
Postdata: como comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas ».
«¡Viva España y viva el Rey!»
El escritor, de 55 años, puso la firma a toda prisa cuando ya sonaban los nombres que iban a ser fusilados. «Pedro Muñoz Seca. ¡Al rastrillo!». En ese momento se dirigió al vehículo que lo iba a transportar. Antes de subirse al remolque, le despojaron de su abrigo, la cartera, el reloj, los recuerdos que llevaba en los bolsillos y le dejaron un pañuelo como único equipaje. «A donde vas, no te va a hacer falta», le advirtió un miliciano. También le cortaron el bigote y, para humillarle todavía más, le ataron las muñecas con un alambre que se le clavaba en la piel.
A pesar de todo, conservó la entereza y el humor hasta el último momento. A los que iban a fusilarlo, les soltó: «Me lo habéis quitado todo, la familia y la libertad, pero hay algo que no me podéis quitar: el miedo». Según revelaron algunos testigos años después, agarró la mano del sacerdote, que estaba perdonando al pelotón de asesinos, y se despidió: «Hasta el cielo, Padre». A continuación tiró el cigarrillo y dijo: «Cuanto antes». Cuando se produjo la descarga, gritó: «¡Viva España y viva el Rey!». Su cuerpo quedó allí tendido, listo para ser arrojado a una de las fosas comunes junto al de otras miles de víctimas más.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete