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¿Fue el genio militar Alejandro Farnesio responsable del desastre de la Grande y Felicísima Armada?

La ausencia del sobrino del Rey en las cercanías de Gravelinas ha sido justificado tradicionalmente en que no creía en el plan y, con el fin de no perder posiciones en Flandes, se limitó a fingir que trasladaba las tropas a la costa sin intención alguna de «darse la mano» con la flota de Medina Sidonia

«La Invencible», el cuadro de Gartner de la Peña Museo del Prado / Vüdeo: El Tratado de Londres, la paz con la que España avergonzó a Inglaterra tras la «Armada Invencible»
César Cervera

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Aunque los ingleses llamaran a lo ocurrido en el verano de 1588 una victoria provocada por la agilidad de sus barcos y su mejor artillería, lo cierto es que no hubo apenas choques entre la flota inglesa y lo que ellos renombraron, en tono de burla, la Armada Invencible . Lo más parecido a una batalla naval se produjo frente a Gravelinas, cerca de Calais, cuando Medina Sidonia , comandante de la Grande y Felicísima Armada enviada contra Inglaterra por Felipe II, trataba de contactar con Alejandro Farnesio para embarcar tropas desde Flandes y desembarcarlas en Inglaterra.

El problema es que Farnesio, inmerso en una campaña por reconquistar los Países Bajos para el Rey de España , nunca hizo acto de presencia con sus tropas de élite, los Tercios de Flandes . O, desde luego, no lo hizo a tiempo. Una ausencia que algunos historiadores han justificado en que el sobrino favorito de Felipe II no creía en el plan para invadir Inglaterra y, con el fin de no perder posiciones en Flandes, se limitó a fingir que trasladaba las tropas a la costa sin intención alguna de «darse la mano» con la flota de Medina Sidonia.

El caos de Gravelinas

Hasta el choque de Gravelinas, los españoles lograron conservar una formación cerrada durante los escasos duelos entre la Armada de Medina Sidonia y la inglesa dirigida por Lord Howard . La poderosa imagen del bosque de mástiles, velas y estandartes que ocupaban varias millas heló a los británicos, que habían reunido una flota numerosa, de gran tonelaje, pero poco homogénea. Lejos del mito de los pesados galeones hispánicos, los buques de guerra ingleses en 1588 eran de tonelaje parecido, a excepción de los buques de origen portugués de la Armada. No obstante, los numerosos pero leves aguijonazos ingleses no lograron quitar el sueño a Medina Sidonia .

El 6 de agosto, la escuadra recaló en las proximidades de Calais con la intención de permanecer allí fondeada mientras su comandante se ponía en contacto con Farnesio. La falta de pólvora y munición forzó a los españoles a desembarcar con botes para comprar suministros en la plaza francesa. Lograron comprar comida y agua a precios disparatados, pero les fue negada la munición alegando que la necesitaban ellos para defenderse de tantos enemigos que había a su alrededor. España había conseguido que Francia permaneciera neutral, lo que se traducía en que no les pondrían la zancadilla pero tampoco les prestarían sus puertos.

El mismo ingeniero italiano que había discurrido toda clase de maldades en el asedio de Amberes, Giambelli, servía ahora a las órdenes de Isabel I y organizó la estampida de fuego

Durante la pausa, la escuadra de Lord Howard , máximo responsable inglés, aumentó sus efectivos con la llegada de la flotilla de Seymour, que en coordinación con los holandeses se había dedicado a patrullar la costa flamenca cual tiburones rondando a un bote rebosante de carne. Conscientes de su incapacidad de romper la formación española a través de métodos convencionales, holandeses e ingleses vieron en el uso de brulotes, esto es, barcos incendiarios, su mejor arma contra la flota católica fondeada, sometida a fuertes corrientes.

El mismo ingeniero italiano que había discurrido toda clase de maldades en el asedio de Amberes, Giambelli , servía ahora a las órdenes de Isabel I y organizó la estampida de fuego. Los «mecheros del infierno» se prepararon a costa de ocho buques británicos cuyo peso oscilaba entre las 90 y las 200 toneladas. Se trasladó la tripulación a otras embarcaciones, se cebaron sus bodegas de productos explosivos y en la madrugada del día 8 fueron remolcados hacia la flota española. El viento se alió con los británicos.

Advertidos los planes enemigos, el Duque de Medina Sidonia colocó en primera línea una serie de pequeñas embarcaciones, equipadas con arpones, para gobernar los brulotes. Una fuerza insuficiente ante una estampida de fuego y metralla, de tal manera que solo se pudieron frenar dos naves. Muchos capitanes entraron en pánico y cortaron las amarras. La fuga hizo que chocaran algunas naves, varó otras y, lo que fue más preocupante, rompió por primera vez la formación hispánica. En medio de la confusión reinante, el San Martín de Medina Sidonia, un rocoso buque de 1.000 toneladas, se giró por primera vez hacia la flota inglesa. A él se unieron el San Juan, el San Marcos y el San Mateo , el mismo San Mateo que había sostenido años antes un épico combate en la batalla de las Terceiras. Pretendían así ganar tiempo para que el resto de la flota se reordenara, pero su ofensiva les hizo receptores de una tempestad de disparos.

La batalla entre la Armada española y la flota inglesa.

Aquí se produjo lo más parecido a una batalla naval. Los barcos «luteranos» (nombre que en la época daban los españoles a todos los protestantes) concentraron sus disparos sobre los cinco pesados buques españoles. El San Martín recibió 200 impactos, algunos de los cuales perforaron el casco y destrozaron los aparejos, aunque la peor parte se la llevaron el San Felipe y el San Mateo. Un soldado inglés llegó a saltar en la cubierta de esta carraca, tras lo cual fue borrado de la faz de la tierra. El abordaje era la peor de las elecciones contra los españoles.

Los barcos de Isabel I, también escasos de munición, cayeron sobre los enemigos más débiles, entre ellos la capitana de las galeazas, la San Lorenzo , o el navío vizcaíno María Juan . No obstante, la mayor parte de la flota salió bastante entera del desorden de Gravelinas . Lo malo era que las averías podían agravarse con el transcurso de las jornadas.

Un súbito cambio en la dirección del viento salvó a la Armada de recibir más daños, pero a la vez la condenó a ir al peor de los escenarios.

Esa misma noche, el San Mateo y el San Felipe, que había estado rodeado por 17 barcos ingleses a la vez, se echaron a la costa, en busca de salvación, como ballenas agonizantes en la playa. De hecho, los chorros de sangre que caían a través de las portañolas del San Felipe asemejaban la nave a una criatura marina herida. Encallaron entre Ostende y Nieuwpoort , donde fueron capturados por las naves holandesas. Los dos buques fueron los trofeos más ilustres de los que los británicos pueden alardear en esa campaña.

El resto de la flota se alejó gracias al sacrificio de estos buques, arrastrada por vientos contrarios, incapaz de lanzar sus anclas, que se habían extraviado en Gravelinas. Un súbito cambio en la dirección del viento salvó a la Armada de recibir más daños, pero a la vez la condenó a ir al peor de los escenarios. Naufragar en Irlanda casi era peor que hundirse en Calais .

Lo que Farnesio hacía mientras tanto

El plan original de Felipe II era que su gigantesca flota de transporte saliera de España y se dirigiría a algún puerto de Flandes a recoger al grueso de las tropas de Farnesio; una vez embarcadas, el ejército hispánico se trasladaría a Inglaterra a derrocar a la Reina Virgen . El papel del Duque de Parma consistiría en tomar un puerto flamenco con capacidad para que la flota pudiera embarcar tropas y en tener centenares de barcazas listas, y semiocultas, para «darse la mano» con el transporte procedente de España. A Farnesio le chirriaba que en media Europa se debatiera la operación, como si se hubiera convertido en la conversación predilecta de las tabernas y de los cuñados en la cena de Nochevieja; pero aun así no consta que escatimara esfuerzos para que se llevara a efecto el plan de Felipe II .

Obviamente, lo que más le preocupaba era que el traslado de tropas desde los Países Bajos a otro escenario coincidiera con un contraataque rebelde. En Yprés, Nieuport y Dunkerque se congregaron a tiempo la mayor parte de los tercios previstos y se sabe que para la fecha señalada había construidas al menos 300 barcazas y 30.000 veteranos estaban listos. Sin embargo, los sucesivos cambios de planes encolerizaron a Farnesio, autor de las cartas más críticas e irrespetuosas escritas por uno de los subordinados del monarca, así como la ausencia de detalles en muchos puntos.

Retrato de Alejandro Farnesia

¿El ejército debía embarcar directamente a través de las barcazas o esperar a que la flota llegara a un puerto seguro? Las instrucciones del Rey Prudente eran ambiguas y desesperantes para alguien tan minucioso como el duque de Parma. Las órdenes finales apuntaron a que el lugar de reunión entre Farnesio y el comandante de la Gran Armada, el duque de Medina Sidonia, sería el fondeadero de Las Dunas , cerca de Dover, pero ya con la campaña en curso fue imposible coordinar la fuerza terrestre con la naval. La flota de Medina Sidonia llegó casi intacta el 6 de agosto de 1588 cerca de Calais, a solo 40 kilómetros de Dunkerque , donde esperaba el gobernador de los Países Bajos con sus tropas listas para marchar al fondeadero acordado.

Durante 36 horas permaneció en esta zona la Gran Armada , un tiempo insuficiente para que las comunicaciones de la época avisaran a las fuerzas terrestres. Alertadas desde hace días de la proximidad de la flota, las tropas de Farnesio —que había establecido un meticuloso itinerario de embarque e incluso había realizado varios ensayos— avanzaron hacia los puertos acordados sin esperar nuevas noticias de Medina Sidonia . Tal vez con un día o dos más de margen hubiera bastado para llevar a buen puerto el embarque de tropas, lo que resultó imposible tras el lanzamiento de los brunotes ingleses en Calais.

Obligada por el acoso inglés, la que sería bautizada con intenciones maliciosas como «Armada Invencible» partió sin esperar la respuesta de Farnesio, para rodear de forma calamitosa las Islas Británicas, ya sin más objetivo que el de sobrevivir a aquella desafortunada aventura.

El Rey olvida pero no perdona

Felipe II, rey de naturaleza desconfiada, pasó los siguientes años dándalo vueltas al papel de su sobrino en la operación de la Grande y Felicísima Armada . La desconfianza ya nunca le abandonó. Cuando años después le exigió que acudiera, de nuevo, a Francia a apoyar a la Liga Católica que luchaba por el trono de este país, el Rey reprochó a su sobrino que no lo hiciera lo bastante rápido. Farnesio había resultado herido en la anterior intervención en Francia y finalmente murió el 3 de diciembre de 1592 sin poder cumplir la orden del monarca y, también, sin saber lo ingrata que puede ser la Corona con sus servidores más esforzados.

Sin avisarle, el monarca nombró a finales de 1591 un sucesor para su sobrino, el marqués de Cerralbo, que debía viajar en secreto a Bruselas a reemplazar y prender, si fuera necesario, a Farnesio acusado de desfalco. Todo ello porque había descubierto que Parma se había gastado cinco millones de ducados enviados para la campaña francesa, para liberar las ciudades sitiadas por los rebeldes en los Países Bajos y en pagar los atrasos a sus tropas amotinadas. Su actuación durante la Empresa Inglesa también seguía bajo sospecha.

Alejandro Farnesio falleció, con solo cuarenta y siete años, a causa de una hidropesía derivada de sus heridas de guerra en Arras

Tales desconfianzas hacia su sobrino eran terriblemente inesperadas. Solo cinco años antes de ordenar su destitución Felipe le había escrito para transmitirle que, ante la muerte de sus padres en 1586, «aquí os quedo yo en su lugar». El sucesor murió de camino, por lo que Felipe II nombró para esta tarea entonces al Conde de Fuentes, sobrino del Gran Duque de Alba . Además, el soberano redujo de forma drástica la partida destinada a Flandes ese año. El conde de Fuentes estaba esperándole en Bruselas para ejecutar la humillación cuando, Alejandro Farnesio falleció, con solo cuarenta y siete años, a causa de una hidropesía derivada de sus heridas de guerra en la localidad francesa de Arras.

Su cadáver, amortajado con el hábito de capuchino, fue embalsamado y conducido a Parma, la tierra de su familia que, a diferencia de su padre y de sus antepasados, apenas había enriquecido o ampliado. La lealtad hacia la Monarquía Hispánica absorbió todos sus esfuerzos vitales y dejó a su casa más pobre que antes de convertirse en el titular de la familia.

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