Baldosines bien puestos

No es una película para recomendar en el primer apretón; las estrellas son más simplificadoras que nunca, pero también justa recompensa al talento y arrojo de sus creadores. La cámara, pequeña ventana indiscreta situada tras el espejo del cuarto de baño de un hotel, se mueve menos que el sueldo de un becario y ningún actor permanece en pantalla el tiempo imprescindible para reconocerlo un mes después por la calle. El guión, además, es un conjunto de piezas independientes con el inevitable componente sexual y escatológico que conlleva el escenario elegido por el mexicano Enio Mejía, porque si el se humano ya es desinhibido en el aseo de su casa, imaginen cómo se comporta cuando no le preocupa nada su limpieza.
Y sin embargo, por momentos es un placer ver esta pequeña película, que tiene la particularidad de ser la primera grabada, editada, distribuida y proyectada en España en formato digital, sin el tradicional negativo. (Para empezar, ya no se puede decir que es un rollo). Su virtud más obvia son las interpretaciones. No puede ser casualidad que todos los actores (salvo uno, que estaría feo nombrar) borden su minipapel. Tiene que haber detrás un director que no solo los conoce a la perfección -compartió escuela con la mayoría de ellos-, sino que consigue de cada tecla el sonido preciso. La participación de Gabino Diego y Fernando Ramallo, que ni siquiera tienen texto, es una anécdota. El resto son un prodigio de naturalidad al servicio de un guión que mima los diálogos y extrae petróleo de todas las situaciones, desde las más prosaicas a las más peliculeras. Vamos, que si el filme viniera firmado, pongamos, por Jim Jarmusch, pocos discutirían sus méritos.
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