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Los creadores de problemas

HAY políticos, independientemente de que su talento sea mucho o poco, que están llamados a crear problemas y no a resolverlos. Algunos llegan incluso, en ejercicio de sobrevaloración personal, a crear esos problemas de modo voluntario con la intención final de resolverlos y apuntarse, ante su distinguida clientela, el mérito para una hipotética reelección o, como mínimo, un reconocimiento ciudadano. Esta inquietante fauna política, de abundancia creciente y perturbadora, ocupa todo el espectro ideológico -es un decir- y se mueve en todos los planos del poder.

Un ejemplo por la izquierda, y en el nivel del Gobierno del Estado, lo tenemos en José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que ascendió a las cumbres de La Moncloa contra todo pronóstico y con la ayuda de los efectos secundarios del 11-M. En su tiempo presidencial, todavía corto, ha impregnado la vida pública con su empalagoso talante, pero ni sus abundantes exégetas son capaces todavía de subrayar uno, cualquiera, de sus aciertos. Por el contrario, ahí está la nueva tensión nacional generada por el Estatut que el Parlament propone a las Cortes y que arranca, no lo olvidemos, de su personal promesa de apoyar «la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña». Sin ella, tan gratuita como irresponsable, la situación actual rebajaría en algún punto sus niveles de alarma, pero Zapatero no luciría en los altares socialistas con una palma en la mano, como los mártires de mayor prestigio.

También Pasqual Maragall es víctima de sí mismo y creador de problemas inexistentes. Su pasión presidencial llegó tan lejos que se prestó a ser, desde su derrota electoral, un muñequito en manos de Josep Lluís Carod-Rovira. Algo así como aquel pato gruñón con el que Mari Carmen, la ventrílocua, llegó a triunfar en el espectáculo. ¿Qué el precio se eleva a un nuevo Estatut que, no conforme con ser inconstitucional, trata de enmendar desde una de las partes el reglamento del todo? Pues se paga, no faltaba más. El precio es justo por la resurrección de un cadáver político forzado al retiro tras una derrota tan nítida como compensada con la formación de un tripartito que atenta contra todos los supuestos de la lógica política.

En lo municipal, la estrella máxima en el arte de crear problemas innecesarios es, y con distancia sobre su primer competidor, Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid. Ha conseguido convertir la, en otro tiempo, adorable capital de España en un escenario bélico, cuajado de muros y trincheras, para impedir el paso de los vecinos. Hoy domingo, en que decae la actividad de las obras que nos afligen, ha autorizado una «fiesta de la bicicleta» que colapsará el tráfico por otros procedimientos de los habituales. Cinco millones de vecinos serán víctimas del afán deportivo de unos pocos miles. Tiene su mérito en el palmarés de la actividad.

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