Los mitos sobre el acoso escolar
Carmen Guaita, profesora y vicepresidenta del sindicato de docentes ANPE, rompe los mitos tan extendidos cuando se habla de la violencia en las aulas
El acoso escolar se desarrolla en un microcosmos en el que no tenemos cabida los adultos, por eso es tan difícil de detectar para padres y profesores. Nos conviene conocer algunos de los mitos más comunes sobre el «bullying», que incluso pueden ser buenos temas ... de conversación con nuestros hijos. Algunos de estos mitos son:
Esto ha sucedido siempre y no puede cambiarse
Es falso. Podemos ayudarles a distinguir las situaciones de verdadero acoso de una común pelea entre amigos, pero lo relacionado con el «bullying» es una realidad muy seria, ante la que es necesario intervenir y que puede solucionarse.
Son cosas de chicos
Lo son en lo que se refiere a la edad en que suceden con mayor frecuencia, entre los diez y los quince años. Pero no son chiquilladas sin importancia. Para la víctima, el acoso es una tortura. Para los acosadores es la expresión externa de un problema de construcción de la personalidad.
En el fondo siempre se simpatiza con los matones
Esto sería una especie de síndrome de Estocolmo, que afectaría a los espectadores silentes —que son los compañeros de clase— y a veces a la propia víctima, callada para ser aceptada por el grupo. Es preciso romper esta relación patológica. Los acosadores son ellos mismos víctimas de muy serios problemas, eso está claro; pero al chico o la chica que están acosados hay que protegerlos y defenderlos en primer lugar.
Algo habrá hecho. Que espabile. Así se hará más fuerte
Falso y peligroso. El alumno acosado por obeso o por empollón no ha hecho nada malo. No puede creerse culpable ni merecedor del acoso y del desprecio. Nunca.
El agresor no mide las consecuencias de sus actos, no es responsable
Falso. Es cierto que tiene serios problemas pero no es tonto. Sabe lo que está haciendo, obtiene una recompensa de ello porque se siente importante y fuerte. Es imprescindible que sepa que un comportamiento como el que muestra es merecedor de castigo.
Los profesores y los padres son los últimos en enterarse
Cierto en muchos casos, por desgracia. Situaciones como esta son la prueba de fuego sobre el conocimiento que tenemos de nuestros hijos. A menudo la voz de alarma la da un compañero de clase, un hermano, o una enfermedad misteriosa en forma de vómitos o insomnio. El motivo más frecuente para que una niña o un niño no expliquen en casa o no cuenten a su profesor lo que les está ocurriendo es que nadie les ha dicho que estas cosas deben contarse siempre. Es preciso que nuestro hijo sepa que no es una situación normal, que decirlo no es chivatearse, ni ser débil, ni preocupar a los padres. Tienen que saber que es posible solucionarlo, sea el agresor lo fuerte y poderoso que sea.
Los profesores no hacen nada
Los profesores son los primeros aliados del alumno acosado, pero deben saberlo. Una vez más, el diálogo entre familia y escuela puede solucionar problemas. Todos los profesores sabemos por experiencia que, cuando los padres nos cuentan cosas del alumno nos es mucho más fácil reconocer síntomas de crisis.
Las víctimas de acoso son gente problemática
Falso. Pueden estar en el grupo de buenos estudiantes, tal vez no les resulta demasiado fácil relacionarse y necesitan afianzar su autoestima, pero eso no es lo mismo que ser problemático. Y en cualquier caso, nadie merece ser víctima de acoso.
Si lo cuento seré un chivato
Es cierto que la mayoría de la clase conoce la situación y no quiere contarla. Es una de las grandes dificultades para detectar y solucionar el problema. Tenemos que convencer a los niños de que, cuando se desvela el acoso escolar, no se actúa como un chivato, sino como un héroe, como un verdadero amigo. Lo mejor sería convencer a un número suficiente de compañeros y contarlo en grupo. Toda la fuerza que el agresor tiene ante uno solo se diluye frente a una mayoría que le muestra su repulsa. En cualquier caso, es imprescindible que nuestros hijos sepan que, si alguna vez les pasase a ellos, nosotros querríamos saberlo.
No es para tanto. Ya se pasará. Eso nos ha ocurrido a todos
Falso. La violencia deja huella en todo lo que toca. No sólo en la víctima. En los agresores también, a corto, medio y largo plazo. También deja huella en los testigos. Pensar, cuando llega un caso extremo, que tal vez se podría haber hecho algo es muy duro. Del acoso escolar siempre quedan cicatrices.
Carmen Guaita es autora de «Los amigos de mis hijos» y «Contigo aprendí, conversaciones sobre educación».
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