Sotogrande reniega de Francisco Correa

Cinco años después de que estallara Gürtel, su cabecilla vive en libertad pero encerrado, solo y aislado. Atrás quedan los tiempos de fiestas y yates

Sotogrande reniega de Francisco Correa efe

david de la cruz

Solo las hojas de los árboles, agitadas por el viento, se atreven a hacer ruido en Sotogrande. Lujo y silencio envuelven la elitista urbanización enclavada en San Roque, Cádiz, donde la selecta minoría que habita allí se deja ver a cuentagotas. Oculta -casi siempre- entre ... cristales tintados de unos despampanantes todoterrenos. Ni los coches se oyen. Moderan la velocidad por debajo de 20 cuando se deslizan por un asfalto invadido de badenes que siempre desemboca en una rotonda ajardinada. A la izquierda de una de ellas, ninguna en especial, un cartel señala el residencial Valgrande. Tampoco sería especial sino fuera el hogar de Francisco Correa (59 años). Se cumplen cinco años desde que el juez Garzón detuviera al empresario por formar parte de la trama Gütel y ABC busca en Sotogrande al hombre que llevó el escándalo a la urbanización más tranquila de Andalucía y que el próximo día 29 se sentará en el banquillo del Tribunal Superior de Justicia de Valencia. Será el primero de los juicios que le esperan durante todo este año.

Una barrera de seguridad corta el paso. Solo los residentes pueden cruzarla. Desde el otro lado, apenas se distinguen dos aljibes en el interior, algún apartamento y una espectacular lámpara de cristal que cuelga a la entrada. La ventana de la garita se abre, atiende una conserje de modales impolutos, acento sudamericano y una sonrisa que solo se borra cuando oye el nombre: «No sé quién es Francisco Correa. No sé de qué me hablas». La mirada se vuelve desconfiada.

«Voy a llamar a seguridad»

La vida de Correa no es ni la sombra de la que fue. Nunca se deja ver. Apenas abandona el domicilio para acudir cada mañana a fichar al juzgado de San Roque. Suele trasladarse en un Land Rover Discovery que conduce la única persona que sigue a su lado: el chófer Andrés Bernabé Nieto, a quien Garzón también investigó y que tenía una de las misiones más importantes mientras su jefe estaba en prisión: cuidar de sus padres. La familia es tan importante para Correa que se hacía llamar «Don Vito».

Los vecinos no ocultan que lo detestan. Miembros de una de las urbanizaciones más exclusivas de España, no les agrada la relación entre corrupción y Sotogrande que implica la figura de Correa. Incluso, han solicitado a través de un escrito que se marche. «Voy a llamar a seguridad». La trabajadora abandona su puesto y se aproxima alterada. «Si no tienen relación con nadie que viva aquí, deben irse», grita mientras regresa a la caseta.

El domicilio donde se aloja Correa se encuentra intervenido por la Audiencia Nacional. También otro adosado de su propiedad cerca del puerto, donde disfrutaba de su yate, valorado en 700.000 euros y embargado por la Justicia. Otros tiempos de los que no quedan ni migajas. Antes de estallar la trama de corrupción todos le conocían en Sotogrande, un lugar en el que se sentía admirado y respetado. Tras los tres años y cuatro meses entre rejas, se ha enfrentado a un escenario hostil, donde predomina el rechazo de los 164 propietarios.

Hostilidad

En menos de cinco minutos aparece por la zona el vehículo conducido por el vigilante. «No deberíais haber preguntado por Correa», reconoce el seguridad. «¿Podéis identificaros? Este es un recinto privado». En ese instante, un matrimonio abandona el residencial en bicicleta. La conserje les advierte de lo que ocurre. La pareja acelera el paso discretamente. El vigilante invita, con mucha educación, a abandonar el lugar. Se introduce en el coche y no arranca hasta que los individuos que acaba de identificar se alejan conduciendo. Se coloca a escasa distancia y escolta a su objetivo durante todo el trayecto.

A unos 50 metros del Valgrande, pegado a una playa privada, se alza el prestigioso club de golf Valderrama. Un desfile de unifamiliares y deportivos de alta gama separan la distancia entre residencial y club. Para ser socio uno de los requisitos es tener «un comportamiento intachable» . Antes de que la justicia le señalara, Correa frecuentaba Valderrama. Ya nadie le ve por allí.

Cansado del rodeo entre las calles de la urbanización, el vigilante adelanta al turismo que persigue. Se sitúa a la derecha de la calzada y frena. «Llevan ya varios minutos curioseando y dando vueltas. Es mejor que se vayan para evitar un número incómodo». Utiliza un tono menos amable que antes.

Aseguran los inquilinos de Valgrande que Francisco Correa, en ocasiones, sale de casa para acudir a un gimnasio privado y, si las temperaturas lo permiten, baja a las playas de Cádiz, donde presume de músculos en trajes de baño tipo speedo. Camina siempre solitario, con la cabeza agachada y la mirada clavada en el suelo. Divorciado de su segunda mujer, María del Carmen Rodríguez Quijano, cuando se encontraba interno en el penal. A Correa no le quedan amigos ni familiares. Antes de María del Carmen su esposa fue María Antonia Puerto. Tuvieron un hijo que falleció con 13 años. Padecía fibrosis quística. «Nunca se preocupó por la siempre quebradiza salud de su niño», dijo en 2009 ella.

En las afueras de Sotogrande, una familia abandona la urbanización. El conductor, padre de familia, baja la ventanilla. «No sé quién es Correa, ni si vive por esta zona». Luego, reflexiona: «Mire, aquí sólo hay gente honrada, trabajadora, no es agradable que te relacionen con alguien así. Entre otras cosas, porque nosotros ganamos nuestro dinero con esfuerzo. Y ese individuo no puede decir lo mismo, ensucia este lugar», afirma mientras se aleja.

Quizá a Francisco solo le llore su madre, quien pagó la fianza de 200.000 euros para que Correa abandonase la prisión. En 2009 tenía 92 años y se preguntaba, cómo Paquito estaba entre rejas.

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