Con A de ARCO
Voy por la feria sin sobresaltos, sin tropezarme con ninguna instalación
Con A de ARCO
Bruta no, lo siguiente. Inculta no, lo siguiente. Podría seguir pero lo evito. Olvido el auto insulto y me pongo a empollar. De arte. Aunque no retenga. Eso es lo de menos. Lo de más, ir a ARCO que si no, no eres nadie ... , y antes muerta que ignorada. O ignorante. Recabo información para ser autosuficiente cuando ponga mis piececillos –calzo un 41- en esta feria, una de las más importantes de arte contemporáneo, y cojo el tesoro que guardo desde el pasado sábado, el fantástico suplemento del ABC Cultural dedicado a ARCO.
Sin él no soy nada (me refiero al suplemento, no a él, que también, por supuesto) y me entero, entre otras cosas, del recorrido y de los diez artistas que debo conocer. Lo hago. Sin sobresaltos. Sin tropezarme con ninguna de esas instalaciones que otros años pusieron mi corazón a prueba de bomba. Como la de ese sujeto-muñeco-escultura , o como se diga, que yacía en el suelo ensangrentado con un puñal clavado. O algo parecido. Que del susto ni me acuerdo.
Me gusta el enfoque que le da Carlos Urroz , director de ARCO, que está haciendo una magnífica labor. Gracias a él (a Carlos, no a él, que a él siempre le estoy agradecida) puedo pasearme con cierta elegancia e interesarme por las obras de arte sin complejos. Me enamoro –un nuevo amor imposible- de una pieza (increíble mi vocabulario artístico), un dibujo maravilloso de una máquina de escribir (gajes del oficio) en la galería Casado Santapau. Su autor, Alexander Arrecher a , me hace comprender que el arte es cosa de todos.
Como los hombres de mi vida, empieza por A. Como ARCO. Como ABCDARCO, periódico oficial de la feria que leo mientras como un shusi excelente en Shusita, espacio reservado a los VIPS. Por un segundo me siento importante. A mi alrededor comentan «Waiting for Jerry» , obra del inigualable y tristemente desaparecido Juan Muñoz, instalada en la Galería Faggionato. Un cuarto blanco en el que solo se ve, en medio de una pared, un agujerito negro. El mismo por el que entraba y salía Jerry. El amigo de Tom. Es una instalación. Lo sé. Me gusta. Aunque no sé si la entiendo. Pero eso es lo de menos. Es genial. Y he sido parte de ella. Hasta que lo he oído. «La compro» , han dicho. «Vendida», han respondido. Y he desaparecido. Por si acaso. Por su puerta. Por la de Jerry. Marta y Jerry. Desde ahora. Los hombres de mi vida ya no empiezan por A. Como ARCO.
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