Los apuros económicos de los Príncipes de Kent
El matrimonio se ha visto obligado a recortar gastos, como el salir a cenar fuera con amigos, y vuela en compañías «low cost»
Los apuros económicos de los Príncipes de Kent
La crisis no es sólo cosa de plebeyos. Los estragos de la maltrecha economía se han colado incluso en los aposentos del palacio de Kensington, según relata la princesa Michael de Kent, quien en un acto de humildad, ha confesado que su familia también atraviesa ... por momentos de austeridad, que les ha obligado a suprimir las cenas fuera de casa. «Hemos recortado muchísimos gastos. No podemos permitirnos el salir a cenar fuera, en un restaurante. Sólo lo hacemos si vamos a casa de alguien o cuando yo invito aquí a la gente y cocino», declara la baronesa alemana, en una entrevista concedida al diario The Times.
La Princesa Michael, que reside con su marido en el palacio de Kensington, insiste en presentar una imagen mundana y terrenal, adhiriéndose a lo que ella misma define como «gente normal». Ellos también utilizan su recogedor de excrementos de perros cuando salen con sus mascotas y vuelan en easyJet cada vez que se desplazan a Biarritz para disfrutar de sus vacaciones. Eso sí, si el trayecto es de largo recorrido optan por la club class.
La princesa prepotente (pushy princess), como es conocida popularmente, se describe además como una gran trabajadora, que ha volcado todo su esfuerzo e ímpetu en la primera novela que acaba de escribir, The Queen of Four Kingdoms, sobre la monarquía francesa del siglo XV. « Soy una adicta al trabajo. Soy una capricornio, es mi naturaleza. Me he educado en un convento. Coso mejor que cualquier niñera que haya podido tener. Mi padre tenía una granja en África. ¿Alguna vez has sacado las entrañas de un ciervo?», se despacha María Cristina Von Reibnitz, quien además no tiene ningún reparo en admitir que se ha inyectado bótox y se ha sometido a un tratamiento especial de mesoterapia.
Fuera de la línea de sucesión
Quizá esa imperante necesidad de apretarse el cinturón tenga que ver con el peculiar estatuto del príncipe Michael de Kent, primo de la reina Isabel II, que al casarse con una princesa católica alemana se vio forzado a renunciar a su derecho a figurar en la línea de sucesión al trono y por tanto, también al sustento económico del Estado que recibe la familia real. Ante esta situación, se les concedió un alquiler simbólico de menos de 400 euros al mes por su apartamento de 17 habitaciones en el palacio de Kensington, del que disfrutaron hasta que en 2002 salió a la luz que pagaban menos que un ciudadano de a pie en el barrio más austero de Londres.
La reina accedió entonces a correr con los 150.000 euros al mes que cuesta el alquiler, pero sólo de forma temporal, durante siete años. En 2010, comenzaron a hacer frente a los gastos por sí mismos, dejándoles en una situación muy comprometida que les obligó a vender una casa de campo por más de siete millones de euros. Una suma, que ni unida a la asistencia financiera del oligarca ruso Boris Berezovski, antiguo amigo del príncipe, les ha ayudado a cuadrar las cuentas.
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