SPECTATOR IN BARCINO
Puig Antich y su víctima olvidada
Ojalá que el «compromiso vigente» aluda a la Constitución que abolió la pena de muerte. No lo parece
Artículos escritos por Sergi Doria en Diario ABC
Cincuenta años de la ejecución de Salvador Puig Antich. Del 2 al 7 de marzo, y con el título de 'Puig Antich. El compromiso vigente 1974-2024', el Ayuntamiento de Barcelona convoca en la Modelo a «figuras del mundo del pensamiento, el derecho, la narrativa, ... el cine, la poesía, la música y el teatro». El objetivo, «recuperar los trágicos hechos, debatir sobre su significado político y social y reflexionar sobre la vigencia actual de la lucha por la justicia y las libertades». Entre otros participantes, el político uruguayo Pepe Mujica, actores (Juan Diego Botto, Eduard Fernández), el cantautor Lluís Llach, escritores (Francesc Escribano, Laura Restrepo), dramaturgos (Jordi Coca, Sergi Belbel), juristas (Francesc Caminal, Xavier Arbós) y cineastas (Manuel Huerga, Fernando León de Aranoa).
El «compromiso vigente» sigue rezumando épica. El relato arranca el 2 de marzo de 1974. El garrote vil siega las vidas de Puig Antich y George Welzel: aquel alemán rebautizado Heinz Ches al que se hizo pasar por polaco inspiró 'La torna' de Els Joglars.
Ojalá que el «compromiso vigente» aluda a la Constitución que abolió la pena de muerte. No lo parece. Tan pernicioso es minimizar el franquismo como mantener el exordio romántico sobre quienes lo combatieron. Para las bandas armadas, la dictadura era otro apéndice del sistema capitalista que pretendían debelar e implantar el marxismo-leninismo. Comparado con los FRAP, ETA, RAF o Brigadas Rojas, el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) era poca cosa: doce burguesitos catalanes idólatras de las armas que atracaban bancos fascinados por Durruti y Facerías.
En el tiempo amarillo de las fotografías Puig Antich sigue siendo el chico guapo de mirada inolvidable. Nadie se acuerda de Francisco Anguas, el policía asesinado por las balas –certeras o casuales– de la pistola que el chico guapo –y armado– disparó aquel martes 25 de septiembre de 1973 mientras forcejeaban en la escalera de Gerona, 70.
Leo 'Hasta el último aliento' (Tusquets) de Manuel Calderón, Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. El autor revive los fúnebres meses del otoño de 1973 a la primavera de 1974. Pero no cuenta lo de siempre. Nada de la historia-sonajero de esa izquierda que llora, al son de la 'Margalida' de Joan Isaac, a quienes abandonó: los frikis del MIL que jugaban al maquis. Calderón amplía la mirada a sus víctimas. Al subinspector Anguas, de la misma edad de Puig Antich, víctima de esa segunda muerte que es el olvido. Hijo del pueblo, como los policías que Pasolini defendió frente a los señoritos universitarios. Calderón lo cuenta todo. Que el policía no era el cazurro del tópico progre, sino un apasionado del cine de Truffaut y la lectura. Que a nadie le importó la persona, solo veían un uniforme gris. Comparte olvidos con el hermano de Francisco: «Le pongo como contraposición todo lo que se ha publicado, lo que se sabe de Puig Antich, algunos libros, los homenajes…» Le pregunta si vio la película 'Salvador'. Le dice que una plaza en Barcelona lleva el nombre de Puig Antich. Conversa con tres miembros del MIL: «Ni Jordi Solé Sugranyes, ni Pons Llobet, ni mucho menos Jean-Marc Rouillan, citan el nombre de Francisco Anguas. Lo hacen por encima, sin detenerse. El policía…». Aquel sevillano cuya muerte provocó el suicidio de su madre. Calderón rescata lo que nunca interesó a quienes mantienen la bella faz de Puig Antich en el santuario laico de las revoluciones presuntamente progresistas. Su víctima, Francisco Anguas, concluye, «ha acabado siendo el culpable, el que mereció morir porque era policía. Ese es su papel en este drama».
¿Cuándo, por nuestra dignidad colectiva, cambiará el relato «comprometido» de la Memoria Histórica Institucional?
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